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Cine y Series

«La zona de interés», la esencia del mal

En Director's Cut, Cine y Series 22 mayo, 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Jonathan Glazer ha tardado diez años en presentarnos un nuevo largometraje, pero esa espera nos ha sabido a gloria mientras admirábamos cada minuto de La zona de interés, que adapta muy libremente la novela homónima de Martin Amis, fallecido unas horas antes de ser escritas estas líneas. De hecho, no traslada el punto de vista múltiple, ni las tramas, pero con gran acierto ha conservado la sordidez y ha preferido mostrar, como en un negativo, una sola cara del horror.

Aunque la segunda parte de La zona de interés nos aleje de ese perímetro al que hace referencia el título —y que en 40 km² rodeaba el campo de concentración de Auschwitz, situado junto a la población polaca de Oświęcim—, la película se circunscribe a un todavía menor territorio: la vivienda del comandante Rudolf Höss (Christian Friedldonde vive confortablemente con su esposa Hedwig (Sandra Hüller) y sus cinco hijos. Glazer filma la rutina familiar con un propósito observacional digno de Ulrich Seidl y la tremenda fuerza que emana de los simples y cotidianos quehaceres y hábitos. La práctica reiterativa de movimientos y comprobaciones, como por ejemplo las puertas bien cerradas antes de dormir o el cuidado del jardín, transmiten una sensación de seguridad en lo previsible, de control en lo minucioso y aparentemente poco importante. Lo apacible del hogar de los Höss solo es amenazado por el resplandor de las chimeneas en la noche, los sordos gritos de horror y el sonambulismo de una de las niñas.

The Zone of Interest. La zona de interés

Jonathan Glazer y Sandra Hüller en la rueda de prensa tras el estreno de La zona de interés en el 76º Festival de Cannes.

La fotografía y el tratamiento del color de Lukasz Zal (Cold War) son impecables para aportar una sensación de escrupulosidad a cada estancia, de desapego en las reuniones sociales, donde nos preguntamos sobre el origen del mobiliario, de los bienes que rodean a la familia, incluso de los regalos de cumpleaños.

La familia Höss nos es presentada en la primera escena desde la distancia con que se contempla un cuadro bucólico, un domingo en el campo, a la orilla del río. La placidez de un grupo de personas de diferentes edades, distendidas en trajes de baño, cuyas voces no nos llegan claramente, la tranquilidad con que recogen sus bártulos y en dos coches se dirigen de vuelta a casa tienen, sin embargo, un componente de inquietud difícil de describir. Glazer es un maestro de la atmósfera, un creador de ambientes únicos y sobre todo desasosegantes, pero en el caso de La zona de interés, donde se focaliza a los malvados entre los malvados, el director de Sexy Beast ha recurrido a un monumental fuera de campo para estremecernos de arriba a abajo, con el recurso a un excelente diseño del sonido —que no nos permite obviar ni en un momento lo que se oculta tras el muro—, así como a la sobrecogedora banda sonora que firma Mica Levi (Under the Skin, 2013)

La zona de interés

Mientras los niños Höss juegan en el jardín, desayunan, y su madre toma café con sus amigas u ofrece pool parties, con la banalidad de un mundo tan protegido como el invernadero que cuida a diario, el único contratiempo posible es que el visón que le trae su marido a la vuelta del trabajo le quede demasiado grande, pero se compense con una joya hallada al azar en el bolsillo. El botín de lencería se reparte entre el servicio, y la madre de Hedwig, que está de visita en la casa, se queja de haber perdido en subasta las cortinas que siempre ha admirado en casa de su antigua patrona, la Sra. Silberman, quien probablemente esté al otro lado del muro, como ella comenta de pasada. Glazer, a diferencia de Amis, jamás nos hará penetrar ese límite, porque no necesitamos saber más, lo sabemos ya todo, hemos visto miles de fotografías, documentales y películas de ficción que recrean el Holocausto, la rampa, la selección, la bestialidad de los kapos, el antes, durante y después. Hemos visto Soah, Noche y niebla, Amén, El pianista, La lista de Schindler y tantas otras. Incluso la adaptación de El niño del pijama a rayas nos colocó en ese terreno fronterizo al pie de la alambrada.

Es un reto escribir sobre La zona de interés y no utilizar la palabra «banalidad», pero el director no necesita recordárnosla. Ese tipo de maldad sobrevuela permanentemente el filme, filtrándose a través de las órdenes cumplidas, del arribismo que la suegra de Höss viene a expresar, del apego a un nuevo statu quo en el que todo son ventajas para los que no se hacen preguntas, o si se las hacen pueden responderlas con los escrúpulos de un esbirro.

La señora Höss está orgullosa de su casa, su jardín, sus plantas abonadas con la ceniza del crematorio, su armario bien nutrido por el saqueo, pero Glazer interpreta la crueldad con la maestría de ignorar, ya no el subrayado sino incluso el enunciado. Aquí lo único importante es la esencia, no se trata de que los personajes de Glazer miren a otro lado sino de que revelen lo más escondido, profundo y vergonzoso sin ningún rubor —incluida la propia actitud de Hedwig ante el traslado de Rudolph—, tras la coartada de sentirse parte de esa élite destinada a conseguir un mundo mejor, ya sea el Reich de los mil años o la glorificación de cualquier otro oportuno destino en lo universal, que nos libre tanto de la conciencia como de la culpa.

La zona de interés se alzó con cuatro premios en el Festival de Cannes, el Grand Premio del jurado, el FIPRESCI, el de mejor banda sonora para Mica Levi y el premio técnico CST Artist.

Este artículo fue publicado por primera vez el 22 de mayo de 2023.

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