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Cine y Series

Los ojos de «La Singla»

En Director's Cut, Cine y Series 7 noviembre, 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

La fotogenia del Somorrostro barcelonés fue inversamente proporcional a su miseria. La fotógrafa Colita inmortalizó el poblado gitano limítrofe con la ciudad que vaciaba sus cloacas en un mar pintado de tres colores, negro, marrón y azul, dejándonos un documento cargado de interés social, histórico y artístico. Durante el rodaje de Los Tarantos (Francesc Rovira-Beleta, 1963) quedó fascinada por sus pobladores y su arte, aprendiendo a amar para siempre el flamenco.

Ante su cámara posaron niños, adolescentes y ancianos, entre las chabolas, en la playa, corriendo, jugando y sobre todo bailando. La inmensa Carmen Amaya, de quien la leyenda cuenta que asó sardinas sobre el somier de la suite Imperial del Waldorf Astoria, fue su modelo más querido durante el rodaje, que sería su último compromiso profesional, porque ya no vivió para el estreno.

La Singla

A pesar de haber visto tantas veces esas imágenes en exposiciones y catálogos, y con el recuerdo lejano de la película, nominada al Oscar en 1964, no ha sido hasta ver La Singla, la película de Paloma Zapata  —cuyo estreno mundial se ha producido en el Festival internacional de documental de Tesalónica—, cuando nuestros ojos han quedado atrapados por el magnetismo de una mirada abisal. El negro de los ojos de Antonia Singla la identifica, la resume, la anuncia.

La presencia salvaje, el movimiento que revela su estar en otro mundo, el cabello indomable y la concentración suprema en su propio acto, que pronto aprenderemos a atribuir en parte a su sordera. Una probable meningitis infantil seguida de dolores espantosos, dejó a la niña Antonia sorda, pero con una pasión del baile que todavía volvía más dramática la pérdida.

La Singla

La Singla acompañada por Peret.

Como escribió el periodista Yale: La Singla estaba inventando el baile por alegrías. Sus tacones golpeaban el tablao como en un alarido angustioso. Como si, de repente, quisiera espantar el fantasma del hambre y de una niñez llena de silencio. A partir del ritmo de las palmas de su madre, Antonia interiorizó una vibración que aprendería a modular con todo su cuerpo, y sería el hambre la que la lanzaría al baile, desde los doce años, cuando de la mano de su madre recorrería las tabernas de Barcelona para poder comer.

El rodaje de Los Tarantos supuso la llegada al Somorrostro de la gente del cine, y acompáñandoles llegaría Colita, la fotógrafa que disparó su cámara insaciablemente para congelar eternamente la mirada de la Singla, sus evoluciones, desplantes flamencos y ensimismamientos casi místicos, al son de una música que solo podía imaginar en su interior. La amistad y el ansia de protección hacia la joven gitana, la introdujeron en el círculo de la gauche divine, de la intelectualidad y el ambiente artístico barcelonés de principios de los años sesenta, donde la niña se sentiría acogida, acompañada y tratada con el respeto que merecían su arte y su candor.

La Singla.

La Singla acompañada de Dalí y Gala.

Como relata en el documental ella misma, siempre estaba triste, solo recuerda estar triste, pero siempre sonreía. En su época de vida social con el grupo citado, Antonia se convirtió en la mascota de las fiestas más in, llegando a ser admirada por Dalí y Gala, con quienes compartiría veladas junto a Marcel Duchamp.

Su destino, sin embargo, se quebró ahí, al volver a escena su padre —que había abandonado a su familia de 17 miembros, por una nueva con no menos hijos, que dejó a su vez en Francia—, para tutelar con mano de hierro la carrera de su gallina de los huevos de oro, separándola de sus antiguos protectores y abriéndole una nueva etapa en la sala Los Califas de Madrid, donde se agotaban las entradas para verla bailar, eso sí a su aire, siempre.

El siguiente capítulo en su carrera se desarrollará durante varias décadas en Alemania, básicamente, donde participará en tours sucesivos con un grupo de artistas entre los que se encuentran Paco de Lucía y Camarón, visitando los principales teatros de Europa, como el Olympia de París.

La Singla

La Singla con Marcel Duchamp.

Promocionada por un fanático alemán del jazz, la bailaora encuentra una salida profesional digna en la que actúa tanto en salas como en programas de televisión, bailando con sus característicos pantalones y la melena salvaje, en una estampa de una modernidad sorprendente, llegando incluso a cumplir su sueño, en cuanto se libera de su padre: bailar al ritmo del jazz.

Cincuenta años después, Paloma Zapata retoma el enigma Singla, tras preguntarse por la peculiar carrera de la bailaora, su éxito temprano, el talento inusual, máxime en una persona privada de la audición, su particular carácter enfocado en su arte, y el éxito fuera de España, tanto como el desconocimiento en su país. El documental de investigación se sirve del personaje de una joven sevillana que indaga sobre la carrera de la Singla, consigue documentos inéditos y se empeña en averiguar si todavía está viva y si, en ese caso, aún se dedica al baile.

La investigación, los nuevos datos que va aportando la búsqueda se plasman en imágenes cargadas de un misterio proveniente de sus circunstancias, las fotos y los videos de sus actuaciones adquieren un halo de malditismo involuntario, como esos retratos que todavía no llevan la marca de sus posteriores avatares. La tensión del documental está bien sostenida, los pasos nos acercan al personaje, estrechándose el círculo que nos llevará, o no, a su encuentro.

Zapata consigue crear una sugestión alrededor del personaje, a cuya seducción nos rendimos, y en este sentido, solo un elemento nos puede sacar del ensueño y de la hipnosis que crean los ojos de Antonia. El hechizo se diluye con la presencia de la joven investigadora, en un cambio de ritmo que no agradecemos, porque la figura de la Singla es lo suficientemente icónica y valiosa como para necesitar una exégeta que nos narre sus propios avatares investigadores.

La Singla

La película es un descubrimiento, muy bien documentado y narrado, con la discutible decisión de introducir un personaje-narrador en tiempo real. El bagaje audiovisual es abundante y en algún caso, por su duración llega a absorbernos por sí mismo, mientras que la entrevista a Colita, de un valor testimonial colosal, nos dejó con la miel en los labios, así como nos sigue intrigando el misterio sugerido en la relación de Antonia con su padre, sobre el que la directora guarda un silencio quizá revelador.

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