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Las ‘Malas calles’ donde creció Scorsese

En Cine y Series 26 octubre, 2023

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Justo en el momento en el que los cines vuelven a ser bendecidos con una nueva película de Martin Scorsese, Los asesinos de la luna, se cumplen 50 años del estreno de su primera obra mayúscula, Malas Calles, la que posiblemente sea la película más personal de una carrera de quien, en la opinión del que esto escribe, es el mejor director de cine vivo del planeta Tierra.

La carrera como director de Scorsese había empezado en 1967 con el interesante proyecto Who’s That Knocking at My Door? que había rodado junto a compañeros de la facultad como el actor Harvey Keitel o la montadora Thelma Schoonmaker, dos nombres fundamentales en su cine. Era una película de aprendizaje pero se podría decir que Malas calles fue una continuación de los temas de aquella película, es más el J.R. que interpreta Keitel es básicamente el Charlie que vuelve a aparecer en Malas calles, nuevamente los temas son los mismos, un chico italo-norteamericano encerrado en su pequeña comunidad y la dualidad entre fe y crimen, placer y penitencia.

Pero pongamos algo de contexto, a principios de los 70 el joven Scorsese entró en contacto con la nueva generación de directores que estaba asaltando Hollywood, capitaneados por Francis Ford Coppola, y con George Lucas, Steven Spielberg o Brian De Palma entre sus miembros. Fue así como conoció al productor de películas B Roger Corman que le financió su siguiente proyecto, El tren de Bertha, una especie de Bonnie & Clyde de la que no se quedó muy satisfecho.

Así que, espoleado por su amigo y mentor John Cassavettes, decidió rodar algo más personal y no el proyecto de otros. Fue el inicio de Malas calles, una película en la que volvía sobre los personajes y lugares de Who’s That Knocking at My Door?, con Keitel de nuevo como protagonista, y que trataba sobre historias y personajes que había conocido creciendo en Queens como italo-norteamericano, principalmente en su barrio de Little Italy. Lo que más se nota en la película es que es una película totalmente personal, sobre alguien que ha vivido y crecido en esas mismas malas calles y al que le han pasado, o le han contado, la mayoría de las historias que cuenta la película. Scorsese no fue en ningún momento un mafioso pero los conoce a la perfección y sabe lo natural que es para ellos el crimen.

Y es que la fe y el crimen vuelven a estar entrelazados aquí, en una película que se inicia con una frase que da la clave de la misma, No pagas por tus pecados en la iglesia. Lo haces en las calles, y que define el ideario temático de la sobresaliente carrera de Scorsese.

Solo con ver la escena de los títulos de crédito bastaba para darse cuenta de que el cine había encontrado una nueva voz. Lo increíble de todo es que, vista ahora, sus imágenes han pasado a estar dentro del imaginario colectivo, el estilo de Scorsese ha sido tan influyente que cuesta ponerse en situación de cómo debió ser ver esta película por primera vez en octubre de 1973, solo ya con ese inicio del montaje con «Be My Baby» de las Ronettes sonando sobre un montaje increíble de imágenes en Super 8.

Aquí están ya muchas de sus señas de identidad, es la película en la que encuentra su estilo, como ese otro momento, el de la entrada del personaje de Harvey Keitel en el club de striptease, mientras suena el «Tell Me» que aparecía en el debut de los Rolling Stones y la cámara se coloca a la espalda del protagonista para permitirnos ver a todos los que se reúnen en ese espacio, de los clientes a las strippers, definiendo al personaje de Keitel y enseñándonos sus rutinas. Se podría decir que este es el molde para aquella posterior escena de Uno de los nuestros en la que el personaje de Ray Liotta se cuela en el club por la cocina.

No pagas por tus pecados en la iglesia. Lo haces en las calles.

Esa utilización de canciones pop en sus bandas sonoras no era solo un recurso sino algo estructural de su cine. Algo rompedor, ya que Easy Rider o American Graffiti ya habían puesto canciones pop en sus bandas sonoras, pero lo que hizo Scorsese fue meterlas en la historia, estas son las canciones que escuchan y definen a sus personajes, como en la mítica introducción de Johnny Boy, el personaje interpretado por Robert De Niro, utilizando el «Jumpin’ Jack Flash» de los Stones. Con ese breve paseo, a cámara lenta, con planos cortados de la reacción de Keitel y de la triunfal entrada de De Niro con una chica en cada brazo, ya conocemos más sobre ese personaje que en los tres capítulos que tardaría en la actualidad la serie de turno, porque, evidentemente, en el cine actual ya es medio imposible contar una historia como esta, centrada totalmente en los personajes y no en la trama.

Todo era nuevo en Hollywood, el montaje, las actuaciones, la estructura, los guiños al cine europeo, la iluminación, la energía… Scorsese entregaba su película más personal y europea pero creaba algo nuevo en el camino, logrando meter un personaje más en la película, Nueva York, bueno, el Nueva York de los bajos fondos que conocía tan bien. La ciudad vista como una pesadilla, con una fiesta de bienvenida a un veterano de Vietnam que termina con el homenajeado destrozando una tarta y tratando de violar a una mujer, una fiesta en un apartamento con vistas a un cementerio que se cierra con los gritos de otra invitada.

La posibilidad de la violencia se cuela como el inicio de un terremoto en cada escena, y la tensión no abandona el metraje en ningún momento, a pesar de que no hay realmente un arco narrativo, ni los famosos tres actos. Además esa violencia está descrita a la perfección, cuando aparece no son peleas coreografiadas, ni cómicas, sino exabruptos más cercanos a la realidad, como la pelea en el billar.

Y luego estaba la electricidad que transmitían sus intérpretes, todos los ojos se centraron en la fuerza que desprendía el joven De Niro, pero Keitel está igualmente brillante aunque más contenido, encapsulando perfectamente a su personaje, un mafioso de medio pelo, metido en una situación de la que no puede salir bien. Por un lado, podría seguir sus instintos, olvidarse de códigos y marcharse de allí con Teresa, la prima de su mejor amigo, por otro, ir a lo fácil, contentar a su tío, un mafioso más importante, conseguir un restaurante de mala muerte y seguir allí encerrado. Charlie quiere ser bueno y compasivo pero no lo consigue, quiere tener las dos cosas, pero es el único que no se da cuenta de que no es posible, no se atreve a contradecir a su tío, ni se atreve a dejar a las dos únicas personas del barrio que no siguen los códigos, Teresa y Johnny Boy.

Aunque se la podría considerar la primera película de mafiosos de Scorsese, a diferencia de El Padrino o las siguientes películas del propio director sobre la mafia, esta no es una película sobre los que mueven los hilos, sino sobre los donnadies que se mueven en ese mismo ambiente, la gente con la que se crió el propio Scorsese.

Y es que Malas calles no es una película con una línea argumental clara, sino una película sobre unas personas en un lugar muy determinado, el director prioriza el desarrollo de los personajes sobre la trama, logrando que el público pueda profundizar en las complejidades psicológicas y emocionales de sus protagonistas, poniéndose en su lugar y llegando a conocer de primera mano esas malas calles del título, que tan difícil es abandonar. La principal crítica que he escuchado sobre esta película es que su final es precipitado y no cuenta una historia en sentido clásico, pero creo que ese es uno de sus fuertes.

Malas calles dio con muchas de las claves del cine de Scorsese. Utilizando un realismo de estilo documental, el director captó en esta película la textura de la vida cotidiana, el ritmo y las cadencias del habla callejera y el mundo en el que creció, dándonos un fresco vital de cómo era ese lugar y las personas que lo habitaban. Sin embargo, por encima de todo, Malas calles dejaba claro que el cine había encontrado a uno de sus grandes autores y el futuro le pertenecía.

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