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«Los asesinos de la luna», el país de la fortuna de sangre

En Cine y Series 24 octubre, 2023

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

La violencia ha sido uno de los hilos conductores que han atravesado la vasta y prodigiosa filmografía de Martin Scorsese. Desde sus incursiones a las malas calles neoyorquinas como abanderado del renovado cine de gánsteres, hasta su última incorporación a un casillero que preserva los últimos aromas de ese Hollywood autoral que cimentaron él y otros compañeros de generación, el fluido rojo ha acompañado la mayor parte de sus creaciones cinematográficas. El director de Toro salvaje prevalece casi en solitario como el último lobo activo de esa manada que sacudió el sistema. Un animal plenamente conectado con su tiempo y resiliente a la concepción del cine como un acontecimiento para el disfrute en sala; indiferente a métricas, imposiciones o gustos dominantes. Lo demuestra una vez más con su última obra y la longitud de esta, interesado ahora por los mitos fundacionales de un país de sombras por doquier.

Los asesinos de la luna, proyecto largamente anhelado por el director de Taxi Driver, adapta la novela de David Grann —publicada en 2017, y en 2019 por Random House en España— sobre la historia real de los asesinatos en serie a la tribu indígena Osage durante la década de 1920. Un reguero de sangre que a su vez fue investigado por un FBI recién salido del cascarón. Ese material le sirve a Scorsese para ajustar cuentas con la forja deshonrosa de su nación, y rendir, al mismo tiempo, el merecido tributo a sus primeros habitantes. Si en El lobo de Wall Street se zambullía en las atrocidades codiciosas de un sistema capitalista desatado tras el impulso neoliberal, en Gangs of New York se recreaba en el estallido violento de las originarias «malas calles» neoyorquinas, y en El irlandés recorría el signo de violencia y las corrientes turbulentas que marcaron los grandes hitos del pasado siglo en su demarcación de origen, en su última propuesta sigue indagando en esas marcas (traumáticas) fundacionales, destripando ese genoma vergonzoso que convirtió a los Estados Unidos en la primera potencia mundial.

los asesinos de la luna - killers of the flower moon

Y que mejor acceso que un género eminentemente de esos lares y que había resultado omitido en su amplia e incansable filmografía. El western crepuscular colinda en Los asesinos de la luna con el cine criminal y un melodrama romántico que articula mediante la relación entre Ernest (Leonardo DiCaprio), un joven cocinero regresado de la Primera Guerra Mundial que se pliega al destino que le tiene preparado un temible cacique local (Robert De Niro), y cuya primera fase de su maquiavélico plan pasa por contraer matrimonio con una rica heredera india (Lily Gladstone). Ese enlace, que provoca turbulencias contrapuestas en los dos implicados, marcará el conflicto interno principal de la trama. Ese al que Scorsese da cabida, dentro de la ambiciosa estructura de personajes, tramas y subtramas criminales, mediante los diálogos y los silencios que expresan los tormentos internos de unos personajes que navegan, con actitudes contrapuestas y pesares diferenciados, por ese clima de mezquindad y salvajismo atroz.

los asesinos de la luna - killers of the flower moon

A lo largo de tres horas y media de signo no fatigoso, con un fluir narrativo admirable, el director de Queens circula por los terrenos pantanosos que cimentaron el país de las barras y estrellas. Una exploración de la codicia, el racismo, el exterminio racial, la corrupción y esa violencia que campa impune por los espacios que persisten, y se aprovechan, de la no civilización. En realidad indaga en las raíces podridas de esa entidad norteamericana definida por una violencia endémica que parece validarse en ese afán desmedido por abrazar el dólar como moneda de cambio para todo. En esta correlación de fuerzas a uno y otro lado de la moral y la ley, Scorsese deposita las reservas empáticas en los osage y en esta tribu policial de nuevo cuño que irrumpe en el último tramo para dejar trazas de civilización.

Aunque el veterano cineasta sigue fascinado con los personajes que transitan por la cuerda que sustenta el diablo. Tanto William Hale como su sobrino Ernest representan ese antihéroe que ha copado buena parte del metraje del director italo-norteamericano. Y lo lleva a cabo infundido en un estilo comedido, sabedor de quedarse como el último estandarte del cine clásico, de aquel que preserva las fragancias del Hollywood extinto, sin perder por ello destellos de esa caligrafía nerviosa y rompedora que lo alzó entre los más prominentes de su generación. Aunque aquí decide reducir el impacto de su sello, prefiere no alardear de su estilo reconocible, dejando que los gestos, silencios y las verbalizaciones excesivas de los personajes comprometan sus emociones y destinos.

Las únicas taras se pueden buscar en cierta reiteración entre imagen y diálogos; secuencias narradas por diálogo que luego se presentan en pantalla, y un guion algo previsible, en que se anticipan fácilmente las intenciones perversas que esconde el cacique Hale. También algunos encontrarán cierta objeción en la actuación de un DiCaprio que roza la parodia bajo ese ceño fruncido permanente y esos labios inferiores caídos que parece heredados de la última etapa actoral de un De Niro revivido, quien al lado de Martin Scorsese recupera su glorioso destello actoral de antaño. El veterano actor se distancia así como el más destacado del reparto junto a la controlada, y parca en palabras, Lily Gladstone.

No es Los asesinos de la luna la mejor obra del autor neoyorquino, ni incluso la mejor de su última etapa, pero sí otra ambiciosa y memorable muestra de un director que sigue concibiendo el cine como un espectáculo que no riñe con la autoría. Un autor único en su especie al que tanto se echará de menos el día que deje de depositar sus obras en las carteleras del planeta.

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