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Sitges 2018: #3 John Carpenter y M. Night Shyamalan

En Cine y Series lunes, 15 de octubre de 2018

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

La edición 51 del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya – Sitges 2018 ha llegado a su fin con la sensación de que hemos asistido a un certamen de una calidad netamente superior a la del año pasado. Y eso a pesar de alguna que otra decepción, ya comentada en las anteriores crónicas, y de la polémica con la ¿película? del youtuber Wismichu de la que hablaré después.

Antes, un breve apunte acerca de las cuatro películas que han marcado la recta final de este Sitges 2018.

Por un lado, Superlópez, adaptación del cómic homónimo de Jan que Javier Ruiz Caldera ha afrontado con bastante menos fortuna que sus anteriores trabajos. De hecho, la presencia de Caldera a los mandos se convierte en uno de sus principales hándicaps: el director catalán había desarrollado hasta la fecha una carrera impecable, marcada por un sentido del humor vitriólico, una dirección de actores extraordinaria, y un dominio técnico y narrativo incuestionable.

En Superlópez, por primera vez, no encontramos ni lo uno ni lo otro. Tosca a nivel técnico (con unos decorados y unos FX lamentables), torpona en términos narrativos, con interpretaciones bastante mal acabadas de todos sus protagonistas, la película es una inaguantable sucesión de gags de andar por casa, de teleserie de escalera de vecinos, a costa sobre todo del Supermán de Richard Donner. Ni consigue captar el sentido del humor de Jan, ni mucho menos funciona como parodia de la mítica película protagonizada por Christopher Reeve. Un desastre a todos los niveles.

Superlópez (Javier Ruiz Caldera, 2018)

Overlord, en cambio, se convirtió rápidamente en Sitges en uno de los mayores crowdpleasers que han pasado por el festival. Producida con gran secretismo por J.J. Abrams, la película se abre con una de las secuencias bélicas más impresionantes que el cine ha dado en toda su historia: la llegada en avión a un pequeño pueblo francés de un grupo de soldados que, en la víspera del Día D, tienen la misión de destruir una torre de comunicaciones de los nazis. Pocas veces el cine habrá representado con semejante nivel de realismo el caos, la desesperación, el dolor y la muerte que provoca un conflicto armado.

Lo que sigue es un thriller bélico bastante bien armado, pero con extrañas filtraciones del género fantástico, hasta que a mitad de metraje esas filtraciones ya directamente contaminan todo el relato y lo llevan a un territorio dentro de los límites del terror. Resulta bastante interesante ir detectando cómo la película va transformándose poco a poco, ya que aquí no estamos ante una especie de Abierto hasta el amanecer, donde el fantástico irrumpía abruptamente y el thriller desaparecía por completo. Aquí el género bélico no desaparece en ningún momento del metraje, ni tan solo en el último tercio cuando el terror se adueña sin compasión del argumento: aún en el caos zombi del final, la misión militar sigue en pie y ha de ser cumplida a toda costa.

No es que el interés de Overlord resida únicamente en un nivel meta-lingüístico, ni mucho menos. Como blockbuster funciona con una precisión milimétrica, ajustando los tempos narrativos para no caer nunca en el aburrimiento y consiguiendo mantener siempre el interés por el desarrollo de la historia. Pero es mucho más apasionante esa progresiva contaminación de género, ir detectando que se va extendiendo como una mancha, y disfrutar al final de una coexistencia de terror y cine bélico que resulta apasionante por inusual, pero también porque ambos géneros están dialogando, cada uno desde perspectivas muy distintas, acerca de las tinieblas aterradoras en las que los seres humanos se sumergen en un entorno de guerra.

De Halloween no hay mucho que decir salvo lo que ya se intuía desde que se conocieron los detalles de esta continuación. Resulta que el argumento es una secuela directa de la primera película y que ignora por completo todas las continuaciones que se han rodado en estos 40 años desde que John Carpenter dirigiera su obra maestra. Obligar al espectador a realizar semejante ejercicio mental es de una poca vergüenza insultante: ahora tenemos que hacer como si todas las secuelas no hubieran existido, y ¿quién nos garantiza que de aquí a unos años nadie decidirá, por ejemplo, ignorar esta película y volver al espacio temporal de las secuelas?

Por lo menos, este pseudo Halloween 2 (que, a pesar de ser una continuación se ha empaquetado comercialmente más como si se tratara de un remake o de un reboot) no comete el grave error de Rob Zombie cuando intentó dotar a Michael Myers de un origen que justificara el Mal que habita en él. Al hacer esto, Zombie demuestra que no entendió ni un solo fotograma de La noche de Halloween, cuya principal fuente de sugestión reside precisamente en el hecho de lo desconocido, en el hecho de que nunca se nos explica el origen del Mal del personaje.

David Gordon Green no cae en esa trampa, bien, pero lo que ha facturado es un vulgar slasher que no aporta nada al género ni mucho menos a la saga. Al género porque no es capaz en ningún momento de sortear los clichés y lugares comunes y, por lo tanto, su película acaba cayendo en el aburrimiento. En cuanto a la saga, a estas alturas se le ha dado tantas vueltas al universo de Michael Myers, con tres líneas temporales distintas, que hace falta mucho talento y mucha creatividad para poder hacer algo decente con este material. Se me ocurre una lista de unos pocos nombres, Carpenter aparte, que quizás disponen de aptitudes para reflotar la saga, gente como Mike Flanagan, James Wan o Fede Álvarez. Pero obviamente ni Gordon Green ni los guionistas están en esa lista.

Por último, Upgrade es la nueva película dirigida por Leigh Whannell y fácilmente podría pasar por ser una de las mejores que han estado en sección oficial a concurso de Sitges en sus 51 años de existencia. Whannell bebe de referentes de la sci-fi ochentera como Terminator o RoboCop, también del Cronenberg de aquella misma época y de los años 70, e incluso se remonta a clásicos de la talla de 2001: Una odisea del espacio o Almas de metal. Referentes, pues, de bastante altura, cuyas ideas principales Whannell actualiza para conseguir un espectáculo moderno.

En concreto, Upgrade explora con desparpajo el temor humano a una inteligencia artificial superior y la integración de esa inteligencia artificial en un cuerpo humano. Lo hace con un sentido del humor irónico y con una violencia contundente en la línea de John Wick, cerrando todo el metraje con un giro de guion de una efectividad abrumadora, algo que casi es ya marca de la casa, y ahí están los finales de Saw e Insidious para corroborarlo.

Estas fueron, pues, las cuatro películas de las que más se habló en la recta final de Sitges 2018… si exceptuamos todo el escándalo surgido a raíz de la proyección de Bocadillo, dirigida por el youtuber Wismichu. Ni siquiera el palmarés, con Climax como triunfadora, ha conseguido que se deje de hablar de este asunto. Basta con buscar en Twitter para encontrar hilos y más hilos de gente indignada, con amenazas de denuncias al festival y todo, ya que al parecer (yo no tuve el placer de asistir a la proyección) la cosa es un gag, basado en la dificultad de pedir un bocadillo vegetal, que se repite una y otra vez a lo largo de más de una hora de metraje.

La polémica ha trascendido los propios límites del festival debido a la dudosa calidad del producto y a la indignación en buena parte de la audiencia del Retiro, donde se pasó la película. Yo no entraré ahí porque, insisto, no estuve en la proyección de esta película que, por cierto, se puede ver gratis en el canal de Wismichu desde el domingo 14. Tampoco quiero opinar sobre el agrio intercambio de impresiones en redes sociales entre Ángel Sala y algunos fans del festival: cada parte puede tener algo de razón en sus planteamientos y mi opinión no serviría tampoco para tender puentes.

Pero sí que me detendré en la justificación que Sala dio en rueda de prensa sobre los motivos por los que estaba esta película de Wismichu en Sitges (y también una serie de otro youtuber aún más famoso, Rubius): el festival quiere abrirse a nuevas tendencias y ser receptivo a estos creadores de contenido.Apertura es un término que Sala ha utilizado en varias ocasiones en sus 17 años al frente de Sitges para justificar una mirada amplia al género, otra frase que también he escuchado en no pocas ocasiones. Evitar fundamentalismos a la hora de programar no parece una mala idea, todo lo contrario: Sitges, en esta ansia de convertirse en festival de festivales del cine fantástico, aglutina una mirada realmente generosa acerca de lo que es o no es fantástico. Pero si en algunas ocasiones esta amplitud de miras ha rozado lo esperpéntico, con Wismichu la cosa adquiere tintes de tomadura de pelo.

Desconozco si la presencia de Bocadillo responde únicamente a criterios de programación (que es la única versión de la que disponemos hasta ahora), o si detrás de todo esto hay presiones de cualquier tipo, económicas o empresariales o las que sean. Pero lo que parece claro es que Sitges debe controlar más esa mirada amplia, lo cual no significa restringirla, significa exactamente eso, controlarla para que no venga un youtuber y le cuele un gol por toda la escuadra al festival. Evitar fundamentalismos no implica tener que admitir lo que sea en programación.

De todos modos, por lo que a mí respecta, ni Wismichu ni su Bocadillo consiguieron el sábado 13 eclipsar el final de festival más espectacular desde que cubro informativamente Sitges, de lo cual en esta edición se cumplen 26 años nada menos. Por la mañana, el mismísimo M. Night Shyamalan presentó a la prensa los primeros 20 minutos de Glass, que será la tercera parte de la trilogía que componen El protegido y Múltiple. No puedo contar nada en detalle porque los periodistas que asistimos a la proyección firmamos un embargo informativo debido a que la película no se estrena hasta el próximo 18 de enero.

Pero sí puedo explicar que todo pinta bastante bien y que esos primeros 20 minutos son muy interesantes, aunque la mejor parte de todo fue compartir un Q&A con Shyamalan donde pudimos aprender muchas cosas acerca de su manera de entender el cine. El propio Shyamalan nos pidió de una manera tan dulce y educada que, por favor, no contáramos nada acerca de lo que habíamos visto, que realmente el embargo no era necesario: cuando alguien como Shyamalan te pide de esa manera que no expliques nada de su película, aceptas encantado la petición.

Glass (Cristal), M. Night Shyamalan

Y luego por la tarde, vaya manera de terminar el festival: con un concierto de John Carpenter, nada más y nada menos. Se trataba de una parada de su Anthology Tour, en el que interpreta piezas de sus películas entre 1974 y 1998, es decir, desde Dark Star hasta Vampiros. El concierto no se limita solo a sus composiciones, que son las que acompañan la mayoría de sus películas, sino que incluye también las de Ennio Morricone para La cosa y Jack Nitzsche para Starman, el hombre de las estrellas. Así mismo, Carpenter y su banda, en la que por cierto toca su hijo, Cody Carpenter, también se atreven con algunas piezas de Lost Themes, el álbum de música que Carpenter publicó en 2015 y que no pertenece a ninguna película.

Un concierto de estas características celebra de manera bastante inusual el genio creativo de Carpenter: en tan solo 75 minutos, las músicas que suenan en directo son capaces de evocar tantas imágenes y sensaciones acerca de las películas del director que es casi como ver una retrospectiva suya. El efecto sobre la audiencia es inmediato: en este ultra rápido repaso a la filmografía del llamado Master of Horror se aprecia fácilmente su importancia capital en nuestro subconsciente, su impacto en nuestras vidas. El cine de John Carpenter habita para siempre en nuestras pesadillas, y su música anuncia siempre la llegada de algo o alguien siniestro detrás de la puerta.

No se me ocurre una mejor manera para cerrar un festival de cine fantástico.

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