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Cine y Series

«Benediction», el imposible equilibrio de los contrarios

En Director's Cut, Cine y Series 11 julio, 2022

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Jack Lowden y Peter Capaldi encarnan, de joven y de anciano, al poeta y pacifista británico Siegfried Sassoon, en Benediction (Terence Davies, 2021) un audaz biopic cuyo guion fue premiado en el último Festival de San Sebastián. El recorrido vital del poeta Sassoon (Mattfield, 1886-Heytesbury, 1967) fue complejo y profundamente comprometido, enfrentándose a su gobierno durante la I Guerra Mundial, pero también a la sociedad de la época, por la reivindicación de su sexualidad, en un arco vital que le llevó finalmente a entregarse a la fe cristiana. Las elipsis, las imágenes de archivo y un último plano inolvidable, que nos desgarra profundamente, se alternan con recursos estilísticos de un gran maestro. Por el filme, desfilan los episodios de la vida del poeta, sus parejas sexuales, amistades intelectuales, y una vida social intensa que es retratada con fidelidad y sin estilización. Los millones de caídos en la guerra son una presencia tan constante en el filme como los bailes de salón y ambas esferas están tan bien empastadas que Davis nos deja el cuerpo destrozado con un vapuleo enormemente efectivo, tal es la maestría con que maneja sus cartas en el guion.

Benediction

Benediction, más que una película es una experiencia de 137′, disfrazada de inocente biopic, una inmersión en una hermosa y punzante melancolía, que no nos permite recrearnos ni en el dolor ni en la belleza que transmite. El director de A Quiet Passion prefiere describir al hombre y sus conflictos, más que al poeta y artista, aunque su obra sobrevuele la película y escuchemos algunos de sus poemas en off. A lo largo de Benediction, Sassoon se encontrará con el cantante Ivor Novello —en Gosford Park (Robert Altman, 2001), interpretado por Jeremy Northam, cantaba la misma canción: «And Her Mother Came, Too»—, frecuentará artistas, intelectuales y elegirá a Hester Gatty (Kate Phillips y Gemma Jones), como redención. Con todos ellos, los diálogos fluyen intensos y ligeros a la vez, de forma que querríamos poder detenerlos para paladearlos mejor en un festín de ironía y sarcasmo, de humor mordaz.

El horror de la guerra, la hipocresía social, el estrés postraumático y la culpabilidad del superviviente se muestran mediante un perpetuo conflicto de contrarios: guerra y poesía, homosexualidad y heterosexualidad, ateísmo y religiosidad en un film de impacto indeleble en el que el concepto del fracaso sobrevuela cada plano. La decepción y la falta de altura frente a las expectativas de la sociedad y el ejército —como representante de una interesada noción de la responsabilidad colectiva encarnada en la patria—, así como frente a la familia encarnada en la figura de la madre del poeta y en su propia esposa, definen a Siegfried Sassoon como un ser defectivo, inadaptado y en constante deuda con el mundo en que le ha tocado vivir. Su talento literario y la espontaneidad declinan dolorosamente en el encuentro recurrente con la realidad, hasta la defección definitiva de su propia personalidad.

Los recitados de poesía, las imágenes de archivo —que el director incluyó por falta de presupuesto—, los saltos temporales a lo largo de la vida de Sassoon fluyen con tanta naturalidad que nos hacen descubrirnos ante la vitalidad creativa de los directores veteranos como bastión irreductible de la independencia artística, su capacidad de abrumarnos de emoción, maravillarnos ante sus artefactos puramente cinematográficos y, en este caso, transmitir su feroz alegato pacifista, con uno de los finales más conmovedores que se recordarán.

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