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Move your soul

El kraut improvisatorio de Kalacakra

En Música, Move your soul sábado, 11 de enero de 2020

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Sucede en el arte que cuanto más se persigue una estética futurista, visionaria, hipermoderna, antes se queda uno desfasado. Vemos cumplirse esta ley implacable en las vanguardias pictóricas o en el cine de ciencia ficción, y la música de los años setenta no iba a ser menos.

Aquel océano de rarezas germánicas que llamamos krautrock abunda en experimentos con la electrónica y las nuevas tecnologías de sonido, primeras catas de un futuro que no tardaría en superarse a sí mismo. No venimos a hablarles de esa ala visionaria del kraut, sino de la otra, la que remaba hacia el lado contrario: el kraut improvisatorio. El kraut primitivo, furioso, extasiado, rítmico, lúdico y, cómo no, lisérgico. ¿Encontraremos allá algo perdurable?

Los grupos más conocidos de kraut improvisatorio son Guru Guru y las dos formaciones de Amon Düül (I y II). Si los primeros venían de la escena free jazz y los segundos del mundillo de las comunas radicales, Kalacakra estaban más en la onda del esoterismo y la espiritualidad oriental. Este dúo de Duisburgo, formado por Claus Rauschenbach y Heinz Martin, debe su nombre a una deidad del budismo indotibetano, en torno a la cual existe un complejo sistema doctrinal y ritual, el tantra de Kālacakra. Su álbum de 1972 se escondía tras una portada mandálica y el título de Crawling To Lhasa.

"Crawling to Lhasa", Kalacakra

No hay motivos para el asombro: el Tíbet era la última sensación en los setenta. El budismo tibetano crecía rápidamente en popularidad, mientras ganaba detractores la ocupación china de la escarpada región. Los lamas exiliados no paraban de desembarcar en el Reino Unido o California. Menos de una década después de que el joven David Robert Jones (David Bowie) descubriera en el budismo tibetano el súmmum de la contraculturalidad, el lama secularizado Chögyam Trungpa fundaba la primera universidad budista acreditada de los Estados Unidos.

Era el momento perfecto para que una banda de rock envolviera su música en ropajes himalayos. Agrupaciones como Mandalaband dedicaban sinfonías enteras a un pueblo cuya agonía era más visible que nunca… Sin embargo, Kalacakra no termina de mojarse. Aparentemente, eran otros sus intereses.

Crawling to Lhasa es una obra desigual, con un comienzo fascinante y una segunda mitad invariablemente floja. En “Naerby Shiras” [sic], una especie de bruja vaticina que el día siguiente llegará la peste negra a la ciudad persa de Shiraz. El estilo, denso, turbio y obsesivo, ha sido descrito como mántrico, y se repite en “Jaceline”. “Raga No 11”, la única canción con una producción estándar, eleva un poco el ritmo y nos sumerge en una larga y cavernosa instrumental acústica (“September Full Moon”), toses incluidas, la cual nos conduce al acid blues (“Arapaho’s Circle Dance”) y a un cierre perfectamente prescindible (“Tante Olga”), que ni a sus autores les ahorra las risas.

Kalacakra

Líricamente, Rauschenbach y Martin se distancian bastante de la disciplina mental predicada por los lamas del Tíbet. “Jaceline” nos habla de una familia donde todos, padre, madre y siete críos, se llaman Jaceline… por no hablar de los vecinos. En “Tante Olga” se mezclan dos pistas de voces, una en inglés y otra de dos alemanes pidiendo cerveza y cigarrillos. Probablemente hubo sustancias más fuertes involucradas en la gestación de estas peculiares humoradas.

Varios músicos germanos contemporáneos de Kalacakra, como Agitation Free, Popol Vuh, Dzyan o Deuter, se inclinaron, cada uno a su modo, por las sonoridades exóticas y orientales. A todos ellos, y a su público, terminó por tragárselos el fenómeno de la música new age, que alcanzó gran popularidad en la década siguiente.

La reedición en CD de Crawling To Lhasa incluía dos nuevas canciones de 1993. Ello espoleó a la banda para editar, treinta años después del primero, un segundo lanzamiento: Peace (2002). En este nuevo material se percibe una marcada influencia del new age que ellos mismos contribuyeron, si bien modestamente, a crear. Puede que a grupos como Kalacakra no podamos darles las gracias por llevarnos a Lhasa, pero no sería injusto decir que nos dejaron a sus puertas.

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