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Cultura

Jordi Costa: «La contracultura sigue en marcha»

En Entrevistas, Slow Movement, Cultura 2 diciembre, 2018

Alejandro Serrano

Alejandro Serrano

PERFIL

El crítico cultural Jordi Costa (Barcelona, 1966) publica Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España (1970-2016), en la editorial Taurus. Se trata de un ensayo sobre el ascenso y caída de la contracultura en España, ese movimiento iconoclasta y plural, que le ha servido al autor para confluir muchas de las cuestiones que le han preocupado en los últimos años.

¿Qué te llevó a escribir Cómo acabar con la contracultura?

Como digo en el libro, siempre he tenido la sensación de que la contracultura es una fiesta en la que llegué tarde. Cuando yo era joven, en los ochenta, mi primer trabajo fue en la revista El Víbora, que era donde se estaban profesionalizando los dibujantes del underground. Esta experiencia, con el tiempo, me ha ayudado a rastrear el origen del ámbito de la historieta, hasta plantear en un libro cómo las promesas de la contracultura se han acabado frustrando con el tiempo.

El Víbora

El Víbora publicó 300 números, además de varios especiales, entre diciembre de 1979 y enero de 2005.

Es muy interesante la relación que planteas en el libro entre la contracultura y el poder, y cómo ésta se ha convertido en un instrumento que ha variado dependiendo del gobierno que ha presidido.

Justo cuando la contracultura surge en España, lo hace en un momento donde todavía vivíamos imbuidos en la dictadura, y las esperanzas estaban depositadas en un futuro democrático. En ese primer momento, la contracultura, que era un impulso más caótico y que no tenía que ver con la militancia política —como la oposición política de por aquél entonces—, parecía que tenían un destino común. Aunque después, en la transición, acabaría dejando tras de sí muchas heridas abiertas, mientras el poder dominante iría neutralizando esa fuerza contracultural, precisamente por su carácter caótico e incontrolable. Da la impresión de que entre otras muchas posibilidades de muerte de la contracultura estaba la de morir por fuego amigo, con los primeros acompañantes de viaje.

¿La contracultura ha muerto, como declaró Pau Riba y citas en el libro?

Aquella declaración es una forma de significancia del juego con el poder. En la medida en que las ideas contraculturales siguen en el aire, creo que es interesante poner en cuestión si de verdad la contracultura ha muerto o no, o quizá esté en una vida suspendida que de vez en cuando se activa.

Sin embargo, rescatas muchas figuras actuales que podríamos calificar de contraculturales.

Claro, por eso mismo, digamos que no hay un momento en el que todo desaparezca. También hay cosas que mutan y se reformulan. No me gusta mirar el discurso desde la perspectiva épica de los malditos, de aquellos que morían por el camino defendiendo determinados ideales. Creo que de repente hay gente que apuesta por ello, como el director de cine Pedro Almodóvar o el dibujante de cómic Max, donde se percibe en sus trabajos una chispa contracultural en todo lo que hacen. Pero en el momento en el que un creador sigue sabiendo ser incómodo, cuestionando los discursos dominantes, la contracultura sigue en marcha.

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980).

Alaska y Carmen Maura en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980).

¿Siempre ha sido lo contracultural una minoría?

Más que una minoría, en aquella época el interés estaba puesto a que todo se comunicara entre sí: los historietistas estaban interesados en los músicos, como los poetas con los historiadores, por ejemplo, y todos estaban interesados en vivir en una comuna, en el movimiento hippie, en la psicodelia…

Nada que ver con el panorama artístico actual, tan endogámico…

Exacto, ahora todos intuimos que una de las formas contraculturales presentes es el trap, pero parece que los que se suman a este estilo musical no les interese lo que está pasando en su propio circuito cultural. Y aunque no deja de ser una opción válida, como forma de resistencia al sistema dominante, creo que está lejos de la pasada forma contracultural, donde se conectaban cosas de diferentes ámbitos culturales para una meta común.

"Cómo acabar con la contracultura", Jordi Costa

Veo, por ejemplo, que dentro de la música electrónica sigue habiendo ese interés de nutrirse de todo tipo de lenguajes, tanto musicales como de otro ámbito, para generar un discurso único. Y me parece que se acerca a la contracultura, mucho más que formas musicales como la del indie, por ejemplo.

El indiepop sí que ha sido un ejemplo de cultura inocua, y bastante conservadora en sus planteamientos. Creo que es un error hacer juicios a la totalidad, igual que se dijo que La Movida fue una perversión de la contracultura porque se convirtió en marca de una ciudad y en mercancía, y sí, hay algo de cierto, pero no todo lo que surgió de La Movida es malo. La Movida, por ejemplo, también surgió de un sustrato contracultural. De la misma forma, en el indiepop, se ha contado con planteamientos interesantes y músicos de calidad que han sido importantes para la memoria sentimental de toda una generación que se formó con ello. En un momento en el que España estaba en una situación política bastante gris, el indiepop en ningún momento peleaba contra esa realidad. Parecía más bien vivir conforme a ella.

Nuestra contracultura, al contrario que la norteamericana, nace en una dictadura, por lo que entiendo que ese problema lo ha ido arrastrando hasta el día de hoy.

Nuestra contracultura ha tenido un desarrollo interesante. El hecho de que España viviera tan aislada en ese momento, hizo que la contracultura española no fuera mimética. No era una reproducción de la contracultura norteamericana, y eso se ve muy bien en el cine de Carles Mira o en las primeras películas de Bigas Luna, donde había un intento de hablar desde el lumpen y la marginalidad local. Es verdad que la dictadura fue un problema, pero las élites económicas del franquismo y ciertos poderes sobrevivieron a la transición, así que lo que ocurrió realmente es que el cambio político que soñaba la contracultura no era tal.

Bilbao (Bigas Luna, 1978)

Cartel de . (Bigas Luna, 1978)

Viendo el presente, ¿le auguras un porvenir a la contracultura?

Creo que no hay que dar nada por hecho. No me gustan los discursos fúnebres, de hecho, uno de los objetivos del libro ha sido recordar que eso sucedió, rescatando de la memoria una serie de figuras. Por otra parte, ha habido otros libros que han tenido un objetivo similar, de hecho, este año estamos celebrando el cuarenta aniversario del mayo del 68, así que sí que se ha vuelto a reflexionar sobre ello. Por ejemplo, el hecho de que en Madrid hayan coincidido dos exposiciones sobre psicodelia y sobre la relación de artes plásticas y el pintor de canciones, denota que hay un vivo interés sobre ese tiempo, y eso es una buena señal. Además, renace no en clave nostálgica, sino en clave analítica, intentando averiguar por qué todo eso se ha perdido.

¿Qué se entiende por contracultura?

El término lo acuñó el norteamericano Theodore Rosak, al final de la década de los sesenta, una de las décadas más agitadas en occidente y en especial en EEUU, que cuenta con acontecimientos como la oposición a la intervención americana en Vietnam, la cultura de la psicodelia, el movimiento hippie, el interés de la juventud por las filosofías orientales, los movimientos estudiantiles, la lucha por los derechos de la comunidad gay, el feminismo… Todo ello tiene como elemento en común lanzar un gran NO a la cultura dominante, a lo que él denominaba La cultura de los padres. Así que la contracultura, básicamente, es eso, poner en cuestión la cultura que hemos heredado y la cultura que en un momento dado domina y se convierte en discurso hegemónico. Es como abrir pequeñas grietas en los márgenes y en las zonas marginales.

Para concluir, ¿cómo se está recibiendo el libro?

Cuando uno publica un libro lo hace siempre con ilusión y con la posibilidad de que ese libro quede en la posteridad. Vamos por la tercera edición, que en otros libros anteriores, nunca me había ocurrido semejante acogida, tan inmediata. Eso me ha hecho muy feliz. Pero también es verdad que este libro no es la última palabra sobre la contracultura en España, puesto que aún queda mucho por escribir… Lo mejor que le puede pasar al libro, no es que se venda mucho, que también, sino que de repente estas ideas vuelvan a estar presentes en el debate contemporáneo.

 

Foto cabecera: ©Guadalupe de la Vallina.

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