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John Prine, vodka, ginger ale y cigarrillos

En Música 22 septiembre, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

John Prine trabajaba como cartero en Chicago, a finales de los 60, cuando vio a Bob Dylan y a Johnny Cash en la tele cantando juntos, hacía poco que había comenzado a escribir sus primeras canciones, mientras repartía el correo, y se dio cuenta de que su obra encajaba exactamente entre los dos, deleitándose de que no hubiera mejor sitio en el que estar. Nunca triunfó a lo grande, ni vendió millones de discos, pero tiempo después Johnny Cash diría que cuando necesitaba componer una canción escuchaba a Prine y Bob Dylan exaltaría sus canciones diciendo que eran puro existencialismo proustiano, viajes mentales del medio oeste a la enésima potencia. Puede que algunos hubieran preferido tener un número uno pero no creo que el encantador Prine lo hubiera cambiado por nada en el mundo…

Y es que puede que John Prine no fuera ningún innovador, sus canciones surgen de la tradición folk y country, con ligeros toques del primer rock & roll y rythym & blues, pero fue un maestro a la hora de escribir canciones memorables, un artesano con un maravilloso sentido del humor, empático, rudo y con una gran imaginación, un cuentacuentos nato, con un buen sentido de la melodía y un cariño por sus personajes que surgía de algo profundamente humanista. Los 60 apenas le afectaron, lo que le hace uno de los padres de eso que se llamó posteriormente Americana, un género del que su disco de debut es una de las obras imprescindibles.

Pero para que alguien con tan poco atractivo físico como Prine, y con una voz tan limitada, consiguiera un contrato discográfico tuvo que suplirlo con un talento excepcional y un carisma enorme a la hora de presentar sus canciones. Nunca le faltaron los seguidores famosos, el primero que cantó sus loas fue el famoso crítico cinematográfico Roger Ebert, aunque fue su encuentro con Kris Kristofferson el que hizo que su suerte cambiara. Después de verlo en un club de Chicago, el autor de “Me And Bobby McGuee” afirmaría: Fue como tropezar con Dylan cuando irrumpió por primera vez en la escena del Village (aunque más tarde añadiría, con mucha sorna, John Prine es tan bueno que deberíamos romperle las manos).

De la noche a la mañana John Prine pasó de tocar en garitos a estar en el estudio, pagado por Atlantic, con músicos de Elvis Presley, como Reggie Young o Bobby Emmons. Lo bueno es que después de un par de años escribiendo canciones, Prine llegó con la cartera llena de temazos. Ese primer disco homónimo es casi un grandes éxitos (deberían haber sido), con muchas de las canciones más aclamadas de su carrera presentes, incluidas las que considero las dos mejores, “Hello In There” y “Angel From Montgomery”.

La primera rebosaba de humanismo prestando atención a las personas a las que menos canciones se les han dedicado, los ancianos. Su estribillo decía así: Sabes que los árboles viejos se hacen más fuertes y los viejos ríos se vuelven más salvajes cada día, pero las personas mayores solo se sienten más solas, lo que reforzaba aún más el mensaje final de la canción, Así que si vas caminando por la calle alguna vez y ves unos ojos antiguos y huecos. Por favor, no pases de largo y te quedes mirando como si no te importara, di: «Hola ahí, hola».

“Angel From Montgomery” pasó a convertirse en la canción más versionada de su carrera, volviendo a expresar ternura por su protagonista, una mujer de mediana edad que quiere dejar todo atrás, su casa, su matrimonio… pero que lo consigue sin sonar obvio, ni sensiblero. En menos de tres años ya la habrían grabado gente como Carly Simon, Bonnie Koloc, John Denver o Bonnie Raitt, de la que se convertiría en su canción más representativa.

Pero aquel debut también incluía otras perlas como “Sam Stone”, una canción sobre un veterano de Vietnam adicto a las drogas que contiene una de sus líneas más recordadas: Hay un agujero en el brazo de papá por el que se va todo el dinero, aunque también tiene otra tan interesante como Así que supongo que Jesús murió en vano que el religioso Johnny Cash no se atrevió a cantar en la versión que hizo años después, a pesar de que a Prine le parecía el corazón del tema. También aparecía allí “You’re Flag Decal Won’t Get You Into Heaven Anymore”, una diatriba contra esos patriotas que ponían una banderita en su coche mientras los aviones seguían llegando atestados de cadáveres de Vietnam: Pero tu banderita no te llevará al cielo. Ya están abarrotados por culpa de tu pequeña y sucia guerra, además de la fantástica “Pretty Good”, de los temas más rock de su carrera con un estribillo en el que el estoico John Prine daba la respuesta sobre cómo se encontraba o si el ser un compositor reconocido le había cambiado lo más mínimo: Bastante bien, no está mal, no me puedo quejar, pero en realidad todo está más o menos igual.

El caso es que nunca superaría ese debut en el resto de su carrera, a pesar de contar con un buen ramillete de discos notables como Sweet Revenge, Bruised Orange, The Missing Years o su magnífica despedida, The Tree of Forgiveness, pero las grandes canciones seguirían apareciendo hasta conformar un catálogo que fue alabado por gente tan importante y variopinta como Bruce Springsteen, Roger Waters, Jeff Tweedy, Phil Spector, Jason Isbell o Kurt Vile.

Normal si hablamos de alguien que escribió cosas como “Lake Marie”, una canción en la que mezclaba dos sucesos aparentemente sin relación, por un lado la disolución de su matrimonio y, por otro, una serie de espeluznantes asesinatos que el cantante recordaba en Chicago cuando era un niño, cerca del Lago Marie de la canción. Es un ejemplo perfecto de su estilo, casi recitado, como su adorado Hank Williams cuando grababa como Luke The Drifter, pero con un estribillo memorable y una letra llena de momentos maravillosos (puro existencialismo proustiano, como decía otro de sus ídolos, un Bob Dylan que la nombraría como su canción favorita de Prine): Muchos años después nos encontramos en Canadá tratando de salvar nuestro matrimonio e intentando pescar algunos peces, lo que fuera más fácil. Pero esa noche se durmió en mis brazos tarareando la melodía de «Louie Louie», Aah baby, we gotta go now.

Esa canción llegó en 1995, después de uno de sus primeros discos de regreso, llamado precisamente The Missing Years, aunque no iba sobre los cinco años que había estado sin grabar sino de los años perdidos de Jesucristo a los que John Prine dio voz, contándonos como el de Galilea se inventó a Papá Noel, se casó y se divorció, descubrió a los Beatles, grabó con los Stones e hizo de telonero de George Jones, aunque la mejor línea de toda la canción llega cuando Prine dice no tenía dinero, así que tuvo problemas con la policía

Y es que una de las claves del cancionero de John Prine es que siempre se pone en el sitio de los más desfavorecidos y, aunque siempre evita la sensiblería, lo hace desde una perspectiva que evita el cinismo, siendo esta su gran diferencia con Dylan, al colmillo retorcido del bardo de Minnesota le suple un sentido del humor muy campechano como se puede comprobar en otra de sus canciones más recordadas, “In Spite Of Ourselves”, grabada a dúo con Iris De Ment y que daría nombre a un notable disco de duetos. En ella habla de una pareja tan imperfecta y disfuncional que son perfectos el uno para el otro, en la que se intercambian estos “halagos”:

Ella: No ha echado un polvo en un mes de domingos, le pillé una vez  oliendo mi ropa interior. No es muy listo, pero hace las cosas bien, bebe su cerveza como si fuera oxígeno, es mi chico, y yo soy su nena, nunca le dejaré marchar

Él: Cree que todos mis chistes son cursis, las películas de presidiarios la ponen cachonda. Le gusta el ketchup en sus huevos revueltos, maldice como un marinero cuando se afeita las piernas, se toma un lingotazo y sigue haciendo ruido. Nunca la dejaré ir.

Claro que, a veces, también trata temas más escabrosos, como la adicción a la heroína en “Clocks And Spoons”, otra de las grandes temas de su carrera que apareció en su segundo trabajo, Diamonds In The Rough, siempre sin juzgar a sus protagonistas: Relojes y cucharas y habitaciones vacías. Esta noche está lloviendo, qué manera de terminar un día, apagando la luz.

Claro que esas mismas cualidades se las aplica a sí mismo cuando él es el protagonista, como en otra de las grandes canciones de su repertorio, la melancólica caricia que es “Summer’s End”, en la que compara hacerse viejo con el final del verano: La luna y las estrellas pasan el rato en los bares simplemente hablando. Todavía me encanta esa foto de nosotros caminando, al igual que esa vieja casa que pensábamos que estaba embrujada. El final del verano llegó más rápido de lo que queríamos.

Es el mismo espíritu de su última canción “I Remember Everything”, publicada ya después de su muerte, por culpa del COVID-19, en 2020; Y recuerdo cada ciudad, y cada habitación de hotel. Cada canción que he cantado con una guitarra desafinada. Normal cuando tienes un repertorio tan notable como el suyo.

Pero creo que la canción que mejor define a John Prine es “When I Get To Heaven”, que apareció en The Tree Of Forgiveness, el último disco que publicó en vida, lanzado en 2018. Allí, este hombre de salud delicada, que superó dos cánceres, habla sobre el momento en el que muera y vaya al cielo. No es una canción triste, es pura alegría contagiosa de un hombre que, como los Monty Python, siempre era capaz de ver el lado más brillante de la vida (y la muerte). Así que para alguien que se ponía al lado de los fumadores en los restaurantes para poder aspirar el aroma, había tenido que dejar de fumar después de su primer cáncer, la muerte le presentaba una oportunidad perfecta: Y luego voy a tomar un cóctel, vodka y ginger ale, sí, voy a fumarme un cigarrillo de nueve kilómetros de largo. Voy a besar a esa chica bonita de la feria, porque este viejo se va a la ciudad.

Es la misma filosofía de vida que le hace exclamar que lo primero que hará nada más llegar al Cielo es darle la mano a Dios y darle las gracias por darle más bendiciones de las que un hombre puede soportar, para luego pasar a la acción y entonces voy a conseguir una guitarra y montaré una banda de rock’n’roll. Me registraré en un gran hotel ¿No es grandiosa la otra vida?.

No queda otra que brindar a su salud y mandarle, como mínimo, un hola ahí, esperando que, con una sonrisa ilegal en la cara, de esas de las que hablaba en otra de sus canciones, John Prine esté disfrutando de la vida eterna, aunque todos sepamos que Papá Noel no existe y Jesucristo murió en vano…

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