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Cine y Series

«El sol del futuro», comunismo y canciones para un mundo mejor

En Director's Cut, Cine y Series 25 mayo, 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Cuando Nani Moretti dirige su mirada al universo más personal, como en El sol del futuro (Il sol de l’avvenire), estrenada en el 76º Festival de Cannes, la autoficción se despliega sin recato. Aunque podremos considerar que su resultado es más o menos acertado dependiendo de los casos, esa exhibición de paranoias, miedos, filias acérrimas, no exenta de autoparodia, proyecta una automática fuerza de atracción. Nuestro Woody Allen mediterráneo ha pasado por la militancia política, ha sido seducido por el romanticismo intelectual de los boomers, y ha encontrado en el cine una razón para no abandonar ningún campo de batalla ni dejarse vencer por la nostalgia.

En El sol del futuro, Moretti se encarna en Giovanni, un director de cine que ignora estar viviendo una crisis conyugal con Paola (Margherita Buy), a la vez que se esfuerza en su nuevo proyecto y, sobre todo, en la gestión personal de los cambios inexorables en el mundo que le rodea. En su equipo, los actores ignoran la historia reciente de Italia y se rebelan contra el guion, su hija se enamora del embajador de Polonia, que podría ser su abuelo, y es incapaz de tolerar la falta de inspiración de otro joven director, cuya película produce Paola.

El sol del futuro

La tolerancia, la adaptación y la nostalgia son elementos difíciles de conjugar sin frustración, por eso  Moretti recurre a la imaginación —sueños y ensoñaciones—, música y cinefilia, argumentos de autoridad (muy woodyallenescos) como el de Renzo Piano, y sobre todo muestra una ligereza que hace imposible la amargura estéril, la pedantería o la superioridad intelectual. En la segunda ficción, que es la película que rueda Giovanni, una troupe de circo húngara encabezada por su director (Zsolt Anger) es invitada por el PCI, justo en el momento en que la URSS invade su país. En 1956, este hecho desatará una crisis que remueve los cimientos del comunismo fuera de la URSS, crisis de conciencia y militancia, que en el filme encarnan dos dirigentes locales, Vera (Barbora Bobulova) y Ennio (Silvio Orlando), redactor de L’Unità. Mientras ella se decanta por el bando de los revolucionarios húngaros, él apoya la línea de Palmiro Togliatti, pero Moretti/Giovanni, a lo largo del filme acepta la evolución de sus personajes, su viaje emocional, llegando incluso a cambiar las primeras planas del periódico e incluyendo al ortodoxo secretario general del PCI en su reescritura.

El sol del futuro

El territorio, los barrios de su amada Roma, que en Caro Diario (1993) recorría en vespa y en El sol del futuro surca en un tour nocturno en patinete (dando vueltas interminables a la Piazza Mazzini), están ligados al cine de Moretti, las calles y los edificios siempre están ahí, como guardianes y garantes, como dice Giovanni a Pierre, él siempre busca una escena que pueda rodar en los barrios que ama… aunque al final de la película veamos que los edificios de su filme son decorados. En un mundo que se derrumba, que se transforma, a la deriva, donde la sustancia se sustituye por la pátina, adquieren más importancia los elementos de la memoria y las reliquias presentes, donde poder anclarnos. Moretti es un superviviente, un ser a menudo desconcertado en una sociedad que se simplifica, que se desplaza a través de atajos, y cuya traslación al campo audiovisual tiene su perfecta correlación con los contenidos (ya no se llaman películas) de las grandes plataformas.

Así, tras los problemas con su productor francés Pierre, interpretado por Mathieu Amalric, un personaje bufo de la estirpe de los simpáticos sinvergüenzas, Giovanni debe interrumpir el rodaje por falta de financiación y recurre a Netflix, dando lugar a la escena más hilarante del filme. La tremenda verosimilitud de la escena con las reuniones de ese tipo, donde se revelan sin ambages las exigencias de un tipo de producción adaptado al patrón universal del espectador medio, y donde el papel del guionista podría ser perfectamente ejercido por un ChatGPT, es de una dolorosa realidad para los cineastas que todavía viven, al menos en sus cabezas, en un mundo de libertad creativa.

El sol del futuro

Giovanni vive el cine de manera obsesiva, se niega a aceptar su futilidad, y en otro momento del filme, este rasgo servirá para retratar esa personalidad que, como dice su hija, mantiene en vilo a quienes le rodean. Cuando va a recoger a Paola al otro rodaje donde ella trabaja, se rebela contra la insustancial secuencia que se está filmando, que será justo la última. Contrariando el deseo de todo el mundo de irse a casa, Giovanni discute la escena con el director del filme (que rebosa violencia gratuita) y trata de hacerle ver que la forma en que va a rodar una ejecución es absolutamente anodina.  Moretti alarga esta parte hasta el amanecer,  hasta la extenuación, pero también instigando al espectador en un tour de force muy extendido, que adquiere un valor de contrapunto doloroso, por una parte en su obcecación patética y en la forzada paciencia del equipo, y por otra como detonante final de la decisión de su mujer. Giovanni llega a dejar un mensaje en el contestador de Scorsese, esperando que le ayude a explicar al limitado director por qué su puesta en escena es un completo error.

El sol del futuro

Milagrosamente, Giovanni consigue su financiación y acaba la película. A lo largo del proceso, su temible testarudez e intolerancia se han ablandado, el poder de la ficción ha cambiado la historia (empezando por un retrato de Stalin y Lenin), y el de la militancia ha superado el anquilosamiento del aparato. Al final, el amor ha ganado su lugar en la familia y en la ficción, mientras que la música ha ido puntuando y también empapando la acción en un colofón festivo, circense, felliniesco, donde en un arrollador pasacalle se  funden pancartas, clowns, obreros, dirigentes, amigos y colaboradores de Giovanni  y de Moretti, caras familiares como la de Alba Rohrwacher. El brillante final de El sol del futuro es una masiva demostración de la capacidad sanadora del cine, de la voluntad de permanencia, de la fuerza creativa. La invasión soviética de Hungría puede ser cuestionada y la historia reescrita, entre edificios de verdad o de mentira. El humor y la ironía impiden a Moretti convertirse en un grinch o en un predicador, nos muestra que siempre tendremos la música y las películas, y que las canciones de Joe Dassin o el inevitable Franco Battiato, también han logrado que el mundo sea un lugar mejor.

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