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77 Festival de Venecia #1: Mascarillas, Almodóvar y Srebrenica

En Cine y Series 6 septiembre, 2020

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Casi es un milagro que haya podido celebrarse la 77 Mostra de Venecia.  La emergencia COVID parecía no dejar espacio a acontecimientos con tanta aglomeración de gente como un Festival. Sin embargo, el bajo índice de contagios de este verano en Italia ha permitido que el certamen pudiera empezar en la fecha fijada del 2 de septiembre.

Las primeras proyecciones han transcurrido con tranquilidad y bajo una vigilancia estricta de las normas de seguridad. Los acreditados y el público han aceptado colas ordenadas fuera de las salas y el rito de la toma de la temperatura sin excesivos problemas, después de haber reservado las butacas por internet (cada espectador está  distanciado de sus vecinos) con 72 horas de adelanto.

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La sala Darsena del Festival en tiempo de Covid. © Foto Asac by Giorgio Zuccantini.

Todo ha funcionado muy bien hasta la fecha debido a la buena organización, al respeto de la reglas por parte de casi todos, pero también a causa de una presencia más baja de lo costumbre de acreditados. Las cifras oficiales hablan de seis mil acreditaciones, sin embargo las salas no han estado nunca particularmente llenas.

A falta de importantes producciones estadounidenses y de figuras de gran convocatoria, la Mostra ha optado por la autoría y por cinematografías periféricas, todavía más que en años anteriores. Este aspecto fue evidente ya desde la primera película presentada en el certamen, la de la directora bosnia Jasmila Zbanic, primera de las ocho directoras presentes en el concurso.

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Una escena de Quo vadis Aida.

En Quo vadis Aida la directora nos lleva a Srebrenica en julio de 1995. Aida, una traductora que trabaja para la Naciones Unidas, vive en primera persona la tragedia de la masacre de ocho mil musulmanes bosnios perpetrada por el ejército serbio, bajo el mando del criminal de  Ratko Mladić. El estilo realista escogido por Zbanic y el ritmo narrativo apretado, conciso y fuertemente emotivo lleva al espectador dentro de la tragedia con una fuerza inusual que indigna y conmueve al mismo tiempo.

Es este un puñetazo en el estómago siempre necesario para no olvidar uno de los momentos más negros que ha vivido Europa a finales del siglo pasado. Intensa interpretación de todos los actores y sobre todo de Jasna Đuričić, una segura candidata a la Copa Volpi.

Acompañaba la película de Zbanic, en evidente contraste, el medio metraje The Human Voice, última obra de Pedro Almodóvar. El director manchego sitúa a la actriz protagonista del celebre texto teatral de Jean Cocteau, La voix humaine de 1928, en un apartamento recreado dentro de un estudio de cine, utilizando el acostumbrado estilo glamuroso y coloreado que caracteriza la casi totalidad de su obra.

Tilda Swinton (León de Oro a la carrera en esta edición de la Mostra) interpreta de forma magnífica el papel que en su día fue de Anna Magnani  con Rossellini en 1948, ofreciendo una lectura moderna y donde el papel de la mujer (como era de esperar en una obra de Almodóvar) es menos sumiso que en el original.

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Tilda Swinton en The Human Voice.

El manierismo y el tono melodramático que caracteriza la ultima obra de Almodóvar, pero con tonos más controlados como en sus dos últimas películas, encaja bien con la nueva lectura que hace de Cocteau también porque en ciertos momentos se nota un guiño a las magnificas películas de los años ochenta del director. No es casualidad que La voz humana fuera uno de los elementos inspiradores de Mujer al borde de una ataque de nervios.

Después de este prometedor inicio el resto de la selección no consiguió mantener el mismo nivel. La segunda película visita en el certamen, Amants, de Nicole Garcia de hecho no logró el nivel de otras obras de la directora francesa. Una vez más, como en muchas obras del cine galo, el centro de la historia es una joven mujer dividida entre dos hombres. Lisa Redler encuentra nuevamente y por casualidad su ex amante Simón. El había desaparecido y ella se ha casado con un rico abrogado con el que parece feliz.

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Pierre Niney y Stacy Martin en Amantes, de Nicole Garcia. @Roger Arpajou.

La reunión desencadena una amor nunca olvidado y origina un triángulo sentimental muy peligroso y con potencialidades homicidas. El texto teatral escrito a cuatro manos por la misma Garcia y Jean Fieschi y la puesta en escena, pese a la valentía de los actores (entre los que se distinguen sobre todo Stacy Martin y Benoît Magimel), no consigue superar del todo los clichés del género sentimental. La caracterización de los personajes es bastante anodina y el argumento previsible y sin verdaderos momentos de interés.

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Vanessa Kirby en Pieces of a Woman.

No entusiasmó tampoco Pieces of a Woman, primera película estadounidense del director húngaro Kornél Madruczcò, producida por Martin Scorsese. Sobre la potencia narrativa de la obra hay poco que discutir. Martha y Sean son una pareja de Boston a la espera de su primer hijo. Lamentablemente, la alegría inicial se transforma en tragedia con la muerte de la niña durante el parto. Para Martha empieza una odisea que la película cuenta a lo largo de casi un año, dividiendo la historia en seis capítulos, una para cada mes. La mujer tendrá que enfrentarse al dolor de la pérdida y a una progresiva degradación de sus relaciones con la familia y el marido.

La cámara de Madruczcò, muy móvil y cercana a los personajes, consigue hacernos entrar dentro de sus angustias personales, y sin duda resulta magistral el largo plano secuencia de casi veinte minutos que describe el parto de la mujer. Sin embargo, a lo largo del metraje el expediente formal se hace cansino y el argumento no consigue levantarse de una simple y a momentos banal descripción de los avatares de Martha, con además un final demasiado consolador para ser del todo creíble.  Notable la interpretación de Vanessa Kirby.

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The Disciple.

Dejando de lado el inconsistente The Disciple del director, productor y guionista indio Chaitanya Tamhane (dos horas interminables sobre las obsesiones de un alumno de música clásica india poco dotado, que nos ha sorprendido ver seleccionado por el certamen principal), algo más interesante, pero con bajones consistentes, nos ofreció la primera película italiana en concurso.

Las angustias, las obsesiones y los miedos de un niño, dentro de una posible patología bipolar, son el eje sobre el que se construye Padrenostro de Claudio Noce. El acontecimiento vivido en primera persona por el mismo director durante su infancia, cuando el padre fue víctima de una tentado terrorista en la Roma de 1976, es el pretexto para contar de forma peculiar la elaboración de un trauma.

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Pierfrancesco Favino en una escena de Padrenostro.

La amistad entre dos niños, Valerio y Christian, a medias entre la realidad y la invención patológica, rige los acontecimientos. Las intenciones de Noce son interesantes en cuanto a enlazar los géneros y por cómo  hace dialogar de forma dinámica los primeros planos angustiantes con tomas de conjunto.

No obstante, el film es excesivamente redundante y la narración no siempre consigue mantenerse en equilibrio, pese a la excelente interpretación de Pierfrancesco Favino y de los jóvenes Mattia Garci y Francesco Gheghi.

Desigual también la segunda obra italiana, el cuarto largometraje de la directora Susanna Nicchiarelli. Al igual que con su anterior film (Nico, 1998, presentado también en Venecia en 2017) la directora romana cuenta la vida de una mujer especial, en este caso la de la hija de Carl Marx, Eleonor, activista socialista y feminista ante literam a finales del siglo XIX.

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Romola Garai en Miss Marx. © Emanuela Scarpa.

Miss Marx es un buen retrato de una mujer fuerte y débil al mismo tiempo, una película de calado histórico y con trajes de época, un melodrama clásico, pero también es una obra que quiere hacer reflexionar sobre temas centrales todavía hoy en día como la  emancipación de la mujer y el derecho a un trabajo digno para todas las clases sociales.

Todo esto habría sido más eficaz si la Nicchiarelli no hubiera insistido demasiado en subrayar la contemporaneidad de su heroína con música metal y rock como banda sonora y si hubiese sido capaz de dar más espesor a los avatares sentimentales y psicológicos  de la protagonista, que no siempre siguen una conducta narrativa eficaz y equilibrada. El resultado es una obra conseguida solo parcialmente y débil en demasiados momentos.

Fuera de concurso, no ha suscitado especial interés la película Night in Paradise del joven cineasta coreano Hoon-jung Park. La cinta, basada en el tema de la venganza entre clanes mafiosos se recrea demasiado en la violencia y no consigue crear un verdadero contraste (como expresado por el director en las notas de dirección) con la ambientación paradisíaca donde transcurre la mayoría del argumento.

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Eom Tae-Goo en Night in Paradise © 2020 Next Entertainment World e Goldmoon film.

La ausencia de ideas formales y originalidad en la narración—que han caracterizado obras notables de otros directores coreanos con el mismo tema— fue el defecto más relevante pese a una buen ritmo y un montaje sin duda eficaces.

Casi irrelevante, excepto algunas situaciones divertidas, fue también Mandibules del director francés Quentin Dupieux. La idea de seguir las travesuras de dos imbéciles que quieren amaestrar una mosca gigante, encontrada en el maletero de un coche robado, no resulta nunca muy atractiva y la película parece ser una copia de la ya molesta Una pareja de idiotas.

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La mosca protagonista de Mandibules.

Sin duda, mejor The Duke del director Roger Michell. El cine británico tiene la capacidad de encontrar historias edificantes dentro del marco de la clase obrera. La película de Michell lo demuestra con creces basando su guión en una acontecimiento oscurecido en 1961, cuando Kempton Bunton, taxista de sesenta años de Newcastle, robó (más o menos) el Retrato del duque de Wellington de Goya, adquirido por el estado británico para la National Gallery.

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Los actores Helen Mirren y Jim Broadbent, protagonistas de The Duke.

Gracias a un tono de comedia muy británico y nunca casino, encomendado a dos magníficos actores como Helen Mirren y Jim Broadbent, The Duke consigue hacer reír y reflexionar el espectador, con ligereza pero también con contundencia, sobre el papel central del individuo dentro de la sociedad y sobre el erróneo uso que hace del dinero público un estado poco sensible a las dificultades de esa parte de la población, que por diferentes vive en fuertes dificultades económicas.

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