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Una ley eterna

En Cultura 17 septiembre, 2023

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Si existe una sabiduría de la humanidad, y yo creo que existe, rara vez la encontramos en la defensa de los particularismos, los detalles anecdóticos que nuestra condición espaciotemporal nos pone ante los ojos nada más nacer. Desgraciadamente, es esto lo que prima siempre y en todo lugar. 

Estamos con una parte del pensamiento moderno en que hay que destruir todas las tradiciones, absolutamente todas; no debe quedar ni una en pie. Las tradiciones no sólo son ingenuas, sino que, a la luz de nuestros días, son perversas. Si no consideran al ser humano el déspota de la Creación, tienen el cuerpo por fuente de todos los males (hoy sabemos que es precisamente lo que nos defiende inmunológicamente contra ellos), a la mujer por una propiedad entre campos y ganados, al país vecino por un rival, al lejano por un siervo… Todo ello en virtud de misteriosas leyes, divinas o naturales, que nadie pudo todavía probarnos.

Pero también pienso que el único medio saludable para destruir las tradiciones es preservarlas, zambulléndose en ellas, viviéndolas. De lo contrario, las prolongamos. Si no hacemos una crítica que extraiga lo valioso y neutralice lo vergonzoso, situándolo en su contexto, seguiremos infectados por ellas adonde quiera que vayamos. El villorrio natal nos acompañará hasta el fin del mundo. 

Las tradiciones consideran a la mujer una propiedad entre campos y ganados, al país vecino como rival, al lejano como siervo…

Hoy podemos sentir más o menos afinidad por una u otra tradición, escuela o región históricas, pero, en último término, hemos de reconocer que, tal como han llegado a nosotros, ninguna merece ser salvada y, al mismo tiempo, todas han de ser preservadas, estudiadas cuidadosamente, precisamente para poder ser destruidas, para poder ser construidas, renovadas: pues es virtualmente imposible que dicho estudio no implique un contagio, que dicha destrucción no proponga algo para sustituir lo destruido, que a su vez estará influenciado por eso mismo. Como escribía el sanscritista Sheldon Pollock: Sólo se puede ir más allá yendo a través.

Es en esa labor de expurgo donde, a veces, nos sorprende, nos atrapa, nos asalta lo que hemos llamado “la sabiduría de la humanidad”… o quizá la sabiduría a secas, con el atenuante de que ha sido transmitida por la humanidad. Entre cosmologías delirantes cimentadas sobre prejuicios caducos, entre proyecciones penosas de lo cercano en lo lejano, en un caudal de impresiones sobre el mundo demostradas falsas, o sospechadas improbables en el mejor de los casos, emerge una frase, un destello de luz, de conciencia… ¿u otro capricho veleidoso y acrítico que dio la casualidad de atinar? 

tradiciones

Algo nos sugiere que no, que es de un género diferente; algún rasgo que eleva ese destello por encima de las sombras grisáceas e informes que lo rodean. Por ejemplo, cuando el Buda (o el primer capítulo del texto Dhammapada) pronuncia aquella frase legendaria, El odio no se apacigua con odio, jamás en este mundo: el odio se apacigua con no-odio [amor], aquella frase grave y cierta en todo tiempo y lugar, nos guste o no –y a la mayoría, en el fondo, nos gustaría que no fuera así, que fuera más fácil, que se pudiera vencer el odio a cañonazos–, se cuida de añadir: Esta es una ley eterna (pāli: esa dhammo sanantano).

Giro compartido por muchos de los paralelos de estos seminales «versos del Dharma», tanto en lengua pali como en sánscrito, aunque al parecer no en los equivalentes chino o gāndhārī (idioma de los actuales Pakistán y Afganistán que usaban los budistas de Asia central).

Son estos los raros detalles que nos sugieren que realmente existe algo detrás (después) de la deconstrucción, la crítica, la revisión sistemática del pasado; que, naciendo como nacemos ya dentro de tradiciones –que a su vez nacen dentro de tradiciones–, suprimirlas, demolerlas, asfixiarlas supone simplemente cegarnos a ellas, no superarlas. Cargar toda la vida con el muerto, o con su retrato. El criminal deja sus huellas dactilares en su víctima, pero mayor es la huella que esta imprimirá sobre sus días y, sobre todo, sus noches. 

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