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Cultura

El feminismo como filosofía de la sospecha

En Hermosos y malditas, Cultura 12 marzo, 2019

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Hace tiempo que considero al feminismo como una «hermenéutica de la sospecha». El término es del filósofo francés Paul Ricoeur, para quien esa herméneutique du soupçon sería el tipo de filosofía de tres pensadores a los que calificó de «maestros de la sospecha»: Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud.

Marx escribió sobre la falsa conciencia enmascarada por intereses económicos y, en lo que se refiere a los derechos del hombre, denunció que estos, aunque querían pasar por universales, encubrían los intereses materiales de un individuo privilegiado: el burgués. La bella y compleja prosa de Nietzsche orbitó sobre el resentimiento del débil y su filosofía no puede entenderse sin el recelo relativo a lo que podía encontrarse en el origen de la moral si éramos lo suficientemente fuertes para llegar hasta el último estrato de su genealogía. Freud, por su parte, sospechó que, en realidad, no sabemos bien los motivos por los que actuamos como actuamos, por qué deseamos lo que deseamos y a esa empresa relacionada con la búsqueda de una luz en las zonas más oscuras consagró su investigación de la represión del inconsciente.

La hermenéutica de la sospecha hace referencia, pues, a una serie de ideas (que hoy, enfermos de asignaturismo como decía hace poco Lledó, calificamos de psicológicas, filosóficas, sociológicas, etc.), una serie de ideas críticas, decía, y visiones del mundo que recelan de la forma convencional de entender el orden y la realidad que lo sustenta y señalan que, bajo lo que se presenta como universal, inmutable, objetivo o racional, se esconden elementos interesados, egoístas y ocultos. Y yo encuentro ahí el elemento más interesante del feminismo, al menos desde un punto de vista filosófico, o mejor, desde el punto de vista de las ideas.

Feminismo. Simone de Beauvoir (1908-1986)

Simone de Beauvoir (1908-1986)

La hermenéutica de la sospecha aplicada al problema de la discriminación y de la desigualdad (y yo añadiría el problema de la violencia física, simbólica y estructural de género) podrá implementar políticas de igualdad muy distintas (las veremos), pero, sobre todo ha desvelado para una generación nueva de mujeres y hombres el sesgo androcéntrico en la cultura y eso va a ser muy difícil de olvidar.

Creo, además, que ahí radica su gran capacidad de emoción y de contagio. Es decir, más allá de las reclamaciones salariales, más allá de la representación (de las cuestiones que Nancy Fraser redirigió a las políticas de redistribución, reconocimiento, etc.) lo que muchas jóvenes han descubierto con indignación es que sus sospechas estaban muy bien fundamentadas: el orden es el resultado de unos intereses dominantes (concretamente de aquellos que han tenido éxito) y está, como el poder, por todas partes.

El pretendido sujeto universal era, en realidad, un tipo muy concreto: individuo blanco, mayor de edad, sin disfuncionalidad física ni psíquica, heterosexual y con propiedades. A este individuo el derecho le sentaba como un guante. Desplazada la conciencia de clases a la parte más alta de la copa de champán, hoy hay una élite minúscula (grupo de poder, clase extractiva) con conciencia de sus privilegios, el establishment del que hace poco escribía (con algunos errores de bulto), el bueno de Owen Jones. La igualdad no se agota en la cuestión de género, sino que hay muchos tipos y problemas relativos a la igualdad (socio-económica o material, étnica, cultural, etc.), la revisión lingüística me parece una cursilada cuando no una catetada, pero el feminismo del siglo XXI difundirá de forma más rápida, más emotiva, más justa la necesidad de revisión de roles y de aquello que muchos habían aceptado de forma acrítica. Y es justo apuntarse a él.

Feminismo. Virginia Woolf (1882-1941)

Virginia Woolf (1882-1941)

El futuro del feminismo está asegurado en la medida en que su formidable capacidad de adhesión radica no tanto, o no solo, en cuestiones socio-económicas, ni en la vergonzante discriminación jurídica relativa a derechos propios de la mujer (reproducción, protección frente a las agresiones sexuales, etc.), sino en la, a menudo desconsiderada, dimensión simbólica. La inteligencia de las manifestaciones del pasado 8 de marzo tiene la luz de los ojos de quienes han advertido algo que aparecía tapado, oculto, disimulado, algo que oprime de forma silenciosa, pero no porque no haga ruido sino porque el ruido siempre ha estado ahí. Va desde las jóvenes decorativas que sostienen la sombrilla al motero hasta la ropa de noche con la que se presenta el telediario de día. Va desde la exclusión en las ficciones espirituales a la invisibilización curricular.

Una vez se ve la asimetría, se empieza a sospechar de las jerarquías pretendidamente sagradas o naturales. Y se aprende que no hay nada en el derecho, ni en la política que sea natural, todo son posibilidades, en el mejor de los casos, opciones. Sentencias como las de la manada alientan la crítica de tono realista a la metodología jurídica como una (pretendida) ciencia (pretendidamente) objetiva y racional.

En 2005, incorporé en el programa de diversas asignaturas relacionadas con la filosofía política y del derecho, una serie de lecturas imprescindibles para comprender el desarrollo de las ideas con las que nos manejamos hoy. Abarcaba el estudio de los antecedentes del pensamiento feminista (La ciudad de las damas de Christine de Pizan, 1405 o La igualdad de los sexos de Poulain de la Barre, 1673) y su formación a lo largo de los siglos XVIII y XIX; a continuación, las pioneras del pasado siglo: Virginia Woolf y Simone de Beauvoir. Quise abrir una editorial con el nombre «Simone & Garfunkel» orientada al cruce entre el dream pop y las filosofías de la sospecha pero no salió bien. El penúltimo bloque estaba destinado a los feminismos de Segunda Ola que llaman ya explícitamente a desenmascarar la ideología de género en la base de la opresión femenina.

Feminismo. Christine de Pisan

Como siempre nos hemos considerado «modernos», el dossier de lecturas lo abría Olimpe de Gouges, Mary Wollstonecraft, (la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) de Olimpe de Gouges  y la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft), Harriet Taylor y la Declaración de Seneca Falls. Más tarde se verían las ideas de Concepción Arenal, Concepción Gimeno de Flaquer y Emilia Pardo de Bazán.

A continuación, La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan, expresión de un problema sin nombre y de un estereotipo metido en el cuerpo y la mente de la mujer con calzador: la feliz ama de casa, esa heroína. Otra referencia fundamental del giro a la imagen sospechosa propio del siglo XX fue Imágenes de la mujer en la ficción (1972) de Susan Koppelman destinado a descodificar, como las mejores hermenéuticas de la sospecha, los textos literarios como parte de un sistema de producción de significados. Teníamos, por último, la Tercera Ola, los debates de los años 80 y hasta hoy, alrededor de la diferencia y/o de las «tecnologías del yo» (Lauretis, Butler, Cixous, Kristeva, Haraway y otras).

Feminismo. Betty Friedan

Betty Friedan (1921-2006)

Barre ya escribió, como recoge Beauvoir en El segundo sexo, que lo que han escrito los hombres es digno de sospecha, porque son a un tiempo juez y parte. Mis preferidas, además de las últimas citadas, son las sufragistas, las antiesencialistas, y, sobre todo, los feminismos afroamericanos de Ángela Davis, Audre Lorde o Bell Hooks.

Marx hizo ver que nuestras formas de entender el mundo, nuestras actitudes, estaban determinadas por orígenes de clase. Nietzsche desnudó la voluntad de poder. Freud el origen de la libido. La subjetividad también puede estar configurada por otros accidentes de origen como la familia, la madre o el género. Tanto Marx, como Freud —y de manera muy distinta, muy singular, también el propio Nietzsche— no se limitaron a la crítica de las ilusiones políticas, sexuales o morales, sino que intentaron alguna forma de superación. En ese punto, que algunos definen como praxis, nos las habremos de ver con el feminismo, verdadera hermenéutica de la sospecha, en el terreno de la política y sería deseable que no se avergüence nadie, ni mucho menos se reniegue de ser lo que es:  ideas (filosofía, ideología), ideas e ideología si se quiere, en el mejor sentido del término, una propuesta humana, racional, lúcida, inteligente y sensata de regulación de la convivencia, otra ficción compartible solo que mucho más justa, hermosa y mejor.

Hermosos: discursos por la igualdad.

Malditas: lapidaciones, ablaciones de clítoris, violaciones, discriminaciones, sombrillas de F1, etc. etc.

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