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Largo viaje hacia la noche: entre el sueño y la realidad

En Cine y Series 3 abril, 2019

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

Hay películas con las que es complicado ponerse de acuerdo y Largo viaje hacia la noche, la segunda película del director chino Gan Bi, es un claro ejemplo. Tal es el desequilibrio entre las partes más importantes que componen la película que llegar a un acuerdo con lo que propone a nivel global requiere de no poco esfuerzo por parte del espectador.

Mucho se ha escrito y hablado de Largo viaje hacia la noche desde su estreno mundial en el pasado festival de Cannes. Especialmente mucho se ha debatido acerca de la segunda mitad de la película, que es un plano secuencia en 3-D que dura alrededor de una hora dependiendo de la versión: los 130 minutos de duración de la copia exhibida en mayo en Cannes difieren de los 140 de la copia que se exhibió en septiembre en el festival de Toronto, y estos 140 exceden en nada más y nada menos que en media hora de los 110 minutos que dura la versión internacional. A todo esto, y si Surtsey Films no me corrige, parece que será la versión de 130 minutos exhibida en Cannes la que finalmente llegará a los cines españoles.

 Ya ocurrió con Victoria en 2015, película de Sebastian Schipper que constaba de un único plano secuencia de más de dos horas de duración. La cinta generó una corriente de adhesión que se apoyaba de manera casi exclusiva en el (obvio) alarde técnico de ese plano secuencia, pero muy pocos cuestionaron su significado o su conveniencia en el discurso interno de la película.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

Con el plano secuencia de Largo viaje hacia la noche quizás puede pasar algo parecido, a tenor de los comentarios vertidos en páginas especializadas por público y crítica que ya ha visto la película. Película que, vamos al grano, narra la odisea de Luo, el protagonista que regresa a su ciudad natal con la excusa del funeral de su padre, aunque en realidad el motivo más importante, que es el que articula toda la narración, es la búsqueda de una misteriosa mujer a la que conoció años atrás y cuyo hechizo aún le atormenta.

Gan Bi monta un discurso cinematográfico con esta sencilla premisa argumental que no está exento de interés, preocupado más por la descripción de un determinado estado de vigilia entre la realidad y el sueño que por los avatares en sí de Luo. Hay dos escenas clave que arman este discurso. La primera, más o menos a la media hora de película, es una reflexión del protagonista en la que establece la diferencia entre el cine y los recuerdos (y por lo tanto su estrecha relación) diciendo que las películas son siempre falsas, pero los recuerdos mezclan verdades y mentiras. La segunda, llega hacia el final, cuando el protagonista pregunta a su misteriosa mujer objeto si sabemos cuando estamos soñando, a lo que ella responde que en la televisión han dicho que los sueños son recuerdos perdidos.

De esta manera tan sutil, la película conecta cine, sueños, realidad, y fantasía, estableciendo una confusión entre todos esos conceptos que campa a sus anchas durante toda la proyección. De hecho, parece que la película no quiera que sepamos del todo si el protagonista está viviendo un sueño o lo que le ocurre es real. Hay personajes, diálogos, situaciones y emociones que se repiten de manera ligeramente distinta a lo largo de la película (las manzanas, el hechizo, la misteriosa mujer, el karaoke, la fotografía, la casa que gira, etc.) y que refuerzan esa sensación onírica.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

El despiste al que juega hábilmente Largo viaje hacia la noche acaba cristalizando a mitad de película en la escena en la que el protagonista se mete en un cine y parece que se queda dormido (de hecho, justo en la fila delante suyo hay un espectador que sí está claramente dormido). En ese preciso momento es cuando Gan Bi dinamita los límites entre realidad y fantasía, cine y sueño, obligando al espectador a preguntarse si lo que ha visto hasta ese momento es realidad o es sueño, y si lo que viene después es sueño. O si todo es cine. O si todo es mentira.

Seguramente sea esta confusión lo que más le preocupe al joven director chino. O por lo menos eso parece teniendo en cuenta el esfuerzo demostrado en determinados aspectos de la puesta en escena que hacen que todo sea a la vez muy realista pero muy onírico. Hacer que la cámara flote a lo largo de todo el metraje, se desplace como un fantasma siguiendo a los personajes, es uno de esos aspectos. Y otro sería el hipnótico tratamiento de los colores, con esos rojos y fucsia iluminando las calles o el verde eléctrico del vestido de la protagonista que brilla de manera casi sobrenatural en la noche perpetua en la que la película está sumida.

Una noche que recuerda en algunos momentos a la del Blade Runner de Ridley Scott, película no tan lejana como pueda parecer a primera vista, en cuanto a concepto argumental y diseño visual: en ambas una ciudad barroca, repleta de elementos intrincados y laberínticos, engulle a sus protagonistas sumidos en una búsqueda personal más o menos inscrita en el género de cine negro.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

Blade Runner es solo uno de los variados referentes que maneja aquí Gan Bi y que van desde el cine de David Lynch hasta el fantasmagórico tratamiento del paisaje de Wim Wenders en París, Texas, sustituyendo el desierto y la ciudad por barrios humildes de China. De hecho, la película de Wenders aparece explícitamente citada en la escena de la conversación en la cárcel mediante teléfonos, que recuerda inevitablemente a aquella que mantienen Harry Dean Stanton y Nastassja Kinski.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

Así pues, Largo viaje hacia la noche se revela pronto como una película muy coherente en su factura, muy atractiva en su concepto estético, pero precisamente por ello una película demasiado autoconsciente de su lenguaje cinematográfico a la que en no pocas ocasiones se le va la mano en el subrayado de su propuesta. Ensimismada y a veces hasta catatónica (adjetivo de un crítico que la vio en Cannes y que me hace mucha gracia), la película abusa de silencios, abusa de la voz en off melancólica y triste de su protagonista, abusa de la lentitud en el tempo cinematográfico, abusa de todos estos elementos hasta extremos que pueden resultar exasperantes si no se tiene paciencia. Un ejemplo muy práctico sería el interminable (e interpretable) descenso del protagonista en el rudimentario teleférico, mostrado en su integridad de principio a fin, y que, como tantos otros momentos, cuestiona la necesidad o no de una narración tan extremadamente pausada.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

El cénit de este narcisismo estético vendría a ser, pues, ese plano secuencia en el que se articula la segunda mitad de la película. En ese plano están condensadas todas las virtudes y todos los defectos de Largo viaje hacia la noche porque ese plano destila una incuestionable fascinación estética, al mismo tiempo que su obvia artificiosidad obliga a plantear dudas sobre su propia naturaleza, es decir, obliga a preguntarse si estamos ante un recurso de estilo o ante una simple arrogancia exhibicionista.

Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018)

Es posible, teniendo en cuenta todo el conjunto, que estas aparentes contradicciones sean exactamente lo que buscaba provocar Gan Bi en el espectador. Es posible, al fin y al cabo, que el no poder ponerse completamente de acuerdo con esta película forme parte del juego que propone, y que este producto que fascina al mismo tiempo que aburre no sea más que el resultado de un febril sueño que su director tuvo una noche y que ahora nos traslada a nosotros en forma de película. Porque los recuerdos son mezcla de verdades y mentiras, y el cine es siempre mentira.

O no.

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