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De la Revolución francesa a los chalecos amarillos

En Cine y Series martes, 2 de abril de 2019

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Nos encontramos con Pierre Schoeller, que nos habla de Un pueblo y su rey, un fresco sobre la Revolución francesa que llega a los mejores cines el 5 de abril, en un París que se diría asediado por los chalecos amarillos, con las vitrinas de todos los comercios y hoteles próximos a los Campos Elíseos protegidos con tablones de madera, mientras columnas de 25/30 furgonetas de CRS patrullan por las calles adyacentes. ¿Qué tendrán que ver la Revolución francesa y los chalecos amarillos? Poco o mucho. Todavía es pronto para saberlo. Los acontecimientos que conforman la Revolución francesa se prolongaron a lo largo de una década, hasta que Napoleón dio un golpe (de estado) sobre la mesa. Los chalecos amarillos sólo llevan medio año en marcha.

La crisis de los chalecos amarillos empezó en octubre 2018 como cuando la Revolución francesa, fue una subida de impuestos la que prendió la mecha. Disturbios. Una decena de muertos colaterales. Heridos graves. Miles de detenciones. 2000 manifestantes condenados, y una mano dura policial que no decae, con porrazos, balas de goma y gases lacrimógenos. Claro que, para los manifestantes, la violencia es a menudo un mal necesario, y su manera de presionar al gobierno es romperlo todo, para luego prenderle fuego. Si la idea es tumbar un sistema capitalista neoliberal, que solo beneficia a sus fortunas y no cuida de sus pobres, quizás no hay otra manera.

Un pueblo y su rey (PIerre Schoeller, 2018) - Chalecos amarillos

Y la cosa sigue.

Antes de encontrarnos con Schoeller, nos cruzamos con Louis Garrel, que da vida a Robespierre en Un pueblo y su rey. Y nos confiesa que nunca había visto nada parecido: No tiene nada que ver con Mayo 68. Es mucho más bestia. A mí sólo me llegaban informaciones contradictorias, tanto de los medios como de gente a la que conocía que había estado en las manifestaciones. Así que tuve bajar a la calle a verlo de cerca. Nunca había visto nada igual. Radicales de izquierdas y de la extrema derecha, codo a codo en la misma manifestación.

Un pueblo y su rey (PIerre Schoeller, 2018) - Chalecos amarillos

Louis Garrel, como Robespierre.

La transversalidad es uno más de los turbadores paralelismos entre la Revolución rancesa y la crisis de los chalecos amarillos, que no han dudado en apropiarse de sus símbolos. Y luego está Macron, con su complejo de monarca. Dio su discurso post electoral delante del Louvre, y es el presidente francés con más apego por Versalles, palacio en el cual, mientras nos entrevistábamos con Schoeller, recibió a la patronal, para acabar señalando que, si Louis XVI había acabado perdiendo la cabeza, fue por su reticencia a las reformas. A él, en cambio, no le iba a pasar lo mismo. Una afirmación de lo más temeraria, ya que la crisis parece estar en un callejón sin salida, y media Francia se pregunta si no es este el inicio de una nueva revolución. Recordemos, a modo de chiste irónico, que el libro de Macron se llamaba precisamente Révolution…

Un pueblo y su rey (PIerre Schoeller, 2018) - Chalecos amarillos

Macron no escucha lo suficiente, y se lo están diciendo, comenta Schoeller. No basta con dirigirse a las generaciones futuras, o erigirse en jefe de estado cuando hay un atentado. El sufrimiento está en la vida de todos los días. Un político tiene que escuchar más, invertir tiempo en ello. Un país no es sólo un dato económico, un PIB, o un tres por ciento para Europa. No somos números. El debate es importante. No tendríamos que tener miedo de hablar con un representante político. Nuestras democracias son discontinuas, y tienen que ser más continuadas, porque la gente desconecta. La política tiene que volver a ser algo vivo. Ese es el legado de la Revolución, una política viva.

Después de dos películas como Versalles (2008) y El ejercicio del poder (2011), Schoeller estaba llamado a inmortalizar la Revolución francesa. Era su destino. Aunque los productores no pudieron reunir todo el presupuesto que la película realmente necesitaba (cosa de la que, entre otros aspectos, se resiente, pese a la presencia de los all stars del cine galo), Schoeller tenía que hacerla sí o sí. Quería que los valores de la Revolución resonaran en los espectadores de hoy en día. Pero no podía prever que su título, Un pueblo y su rey, iba a resultar tan polisémico, tan conectado con la actualidad. Ni que el filme, estrenado en Francia poco antes de las primeras manifestaciones, iba a caer en el momento justo, como 14 de julio, el best seller de Éric Vuillard (Tusquets), que también muestra la Revolución francesa como un esfuerzo colectivo.

Un pueblo y su rey (PIerre Schoeller, 2018)

Schoeller nunca quiso una película clásica, un desfile de figuras emblemáticas. El pueblo anónimo tiene más importancia que Robespierre. El sólo cobró fuerza, porque supo conectarse con la energía del pueblo. Concebí la película como una ópera, a partir de los cuadros de la época, no quería inscribirme en la tradición novelesca de Victor Hugo o Zola, que escribieron sobre la Revolución. Me siento más cerca de El nacimiento de una nación (D.W. Griffith, 1915), donde ya aparecen la masa y los personajes anónimos. Aquí cada figurante cuenta. El Rey es importante, claro, pero sólo rodó 7 de 45 días de rodaje. Gaspard Ulliel y Adele Haenel son los que tuvieron más días. En realidad, son los 700 figurantes los que han hecho la película. No es que se me fuera la olla, y quisiera hacer un péplum grandioso. Quería hacer una historia colectiva. Quería poner al pueblo en el corazón de la Revolución. Y a las mujeres, que adquirieron voz política. Al final, los títulos de crédito son como un muro con cientos de nombres. El espíritu de la revolución.

Además de los aspectos meramente didácticos, el filme resulta impresionante por ese pueblo que avanza a ciegas, sin saber a donde se dirige, sin saber ni siquiera que está haciendo la revolución, ni que son revolucionarios (quizás lo contrario de los chalecos): Sí, confirma Schoeller, la Revolución francesa son seis o siete años de acontecimientos increíbles, que arrancaron con la única pretensión de regenerar un reino. Sus protagonistas no se dieron cuenta hasta mucho después de lo que estaban viviendo. Al principio, impulsados por sus ideas políticas y sus exigencias, encadenaron actos de rebeldía, que sólo llevaban a cabo para mejorar las cosas. Y esos actos tampoco se hubieran encadenado sin un buen engrasado contrarrevolucionario: Cuando se movilizan para tomar las armas y la pólvora de la Bastilla no lo hacen para agredir, sino para defenderse. Muchas veces la violencia de los revolucionarios sólo se comprende como una respuesta a la represión. Pero esta no es una película sobre la violencia, sino sobre la esperanza, el poder de invención, el riesgo y el compromiso.

Un pueblo y su rey (PIerre Schoeller, 2018)

No es una historia de violencia, pero rodaron muchas cabezas. Se instauró el terror, y por eso también los chalecos amarillos resultan, en parte, inquietantes. Queda claro que la insurgencia representa el malestar de los marginados del sistema, que cada vez son más numerosos. Pero también que Macron ganó por la mínima, para evitar el mal mayor. Si cae, nadie sabe muy bien qué ocurrirá después.

Escucha Macron, escucha. Tienes que saber escuchar…

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