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El «Ernani» de Verdi vuelve a la Fenice tras una larga ausencia

En Música 17 abril, 2023

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El Ernani de Giuseppe Verdi ha vuelto, después de 33 años, al escenario del Teatro La Fenice donde la quinta ópera del compositor se estrenó por primera vez en 1844. El teatro veneciano ha sido capaz de ofrecer una producción bastante lograda en lo que se refiere al aspecto musical, más problemática en lo que se refiere a la puesta en escena que, como veremos, no ha sido siempre a la altura de los requisitos dramatúrgicos que exige la obra de Verdi. La compenetración del director Riccardo Frizza con la orquesta y coro de La Fenice fue casi perfecta. La orquesta siguió la versión muy dinámica del director con flexibilidad y variedad de inflexiones, pese a una paleta tímbrica que habría podido ser más cautivante, y con control muy logrado del fraseo.

Ernani

Piero Pretti y Anastasia Bartoli en un momento del segundo acto de Ernani. © Michele Crosera.

La afinidad de Frizza con Verdi es notoria, sobre todo por la manera exacta con que entiende el ritmo teatral del compositor, abriendo en algunos momentos perspectivas interpretativas que, en un autor tan conocido, con demasiada frecuencia se dan ya por comprendidas. El público veneciano pudo de esta forma apreciar una vez más la calidad musical presente en las primeras óperas de Verdi, así como la profundidad dramática de sus soluciones musicales. Todo ello dentro de un tejido melódico y sinfónico siempre equilibrado y al servicio de la funcionalidad dramática.

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Un momento del quarto acto de Ernani. © Michele Crosera.

Riccardo Frizza fue capaz de sacar a la luz el más mínimo detalle, creando una relación entre foso y escenario exitosa, pese al escaso número de ensayos. Cada nota brotó con el justo ritmo teatral y la flexibilidad de la melodía sirvió constantemente para definir con claridad adamantina la compleja psicología de personajes acorralados por interminables conflictos emotivos: el honor, la virtud, la lealtad, el amor, la lujuria, los celos, la pasión o la generosidad. Todo dentro el marco de la historia española del XVI reinterpretada románticamente en el homónimo drama de Víctor Hugo que sirvió de modelo a la ópera de Verdi. El acompañamiento orquestal de matiz rossiniano en el coro de las doncellas de Elvira, la dulzura melancólica del dúo entre Elvira y Ernani o el ritmo ternario dramáticamente envolvente del trío final son sólo algunos ejemplos. Incluso se apreciaron las premoniciones de Macbeth, Il trovatore y La traviata, como el fuego y la intensidad del famoso coro «Si ridesti il Leon di Castiglia«, interpretado con gran intensidad por el coro de La Fenice dirigido excelentemente por Alfonso Caiani.

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Michele Pertusi, Ernesto Petti, Piero Pretti y Anastasia Bartoli en el momento del juramento del tercer acto de Ernani. © Michele Crosera.

Lo anteriormente expuesto se manifestó asimismo en los cantantes, fundamentalmente en lo que se refiere a las voces masculinas, empezando por el tenor Piero Pretti que dio vida a un Ernani apasionado, de voz brillante, aunque a veces demasiado dramática. Ernesto Petti fue un Don Carlo joven y vibrante de amor capaz de moldear su voz, todavía algo áspera pero muy prometedora, en intensos recitativos y arias conmovedoras. Lo mismo puede decirse del bajo Michele Pertusi, el mejor de la velada, cuya elegancia vocal y riqueza tímbrica enriquecieron su modélica interpretación de Don Ruy Gomez de Silva. Menos convincente fue la actuación de Anastasia Bartoli. La cantante posee una voz algo áspera en la zona aguda y poco apta para el bel canto por lo que tuvo algunos problemas con el difícil papel del Elvira, pesa a superar con brillantez las partes de agilidad. Sin embrago, su gran expresividad le permitieron dibujar eficazmente un personaje sin duda vocalmente muy complejo.

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Michele Pertusi, Piero Pretti y Anastasia Bartoli en un momento del segundo acto de Ernani. © Michele Crosera.

La puesta en escena de Andrea Bernard fue finalmente el elemento más débil de la producción. El director –acompañando en vestuario por Elena Beccaro y en los decorados por Alberto Beltrame– se decantó por una escena muy simple, con trajes de la época. Sin duda, un homenaje a la tradición, pero por desgracia bastante vacía de contenidos y con sugerencias interpretativas a veces demasiado marcadas como, por ejemplo, el intento de poner en video durante el preludio los antecedentes narrativos del argumento. Pese a una apreciable forma de mover las masas, la gestualidad de los intérpretes fue siempre muy estereotipada, cayendo a menudo en contradicción con el intento dramático musical requerido por el libreto de Francesco Maria Piave y la música de Verdi. Al final de la velada fuertes aplausos para todos los intérpretes con más intensidad para Frizza y el bajo Pertusi.

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