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Cine y Series

“The Eternal Daughter”, el tercer souvenir de Joanna Hogg

En Director's Cut, Cine y Series martes, 6 de septiembre de 2022

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

La directora británica Joanna Hogg, cuyo díptico The Souvenir (2019) y The Souvenir: Part II (2021) exploró de forma semi-autobiográfica sus inicios en el cine y una relación personal que marcó su vida, profundiza en The Eternal Daughter (2022), estrenada en el 79 Festival de Venecia, en la intimidad familiar, los recuerdos de otra vida, la de su madre, y sus propios sentimientos respecto a ella.

La forma de trabajar de Hogg es una pura investigación abierta que, en ausencia de un guion milimetrado y unos diálogos encorsetados, va encontrando el encaje final definitivo en un trabajo colectivo con sus colaboradores. En este caso, Tilda Swinton, cuya relación con la directora se remonta a su primer corto Caprice (1986), ha sido cómplice necesaria en la elaboración de un artefacto cinematográfico tan personal en la forma como en el fondo. El cine de Hogg se aleja de la literalidad de la memoria, porque su interés no está en el retrato sino en el proceso y sus resultados. Por ello, acepta que a lo largo del mismo puedan aparecer enfoques nuevos sobre recuerdos viejos, que transformen la experiencia y la doten de un sentido iluminador.

Para The Eternal Daughter, que cuenta con Martin Scorsese como productor ejecutivo, la directora se ha decantado por el género para dar forma a su historia, y ha elegido una estilizada historia de fantasmas para manifestar a través del misterio su sencilla trama, ya que sus protagonistas necesitan de una decidida valentía para enfrentarse a lo que aparentemente es una experiencia inocua. Tal como la niebla que envuelve el hotel en que se ha convertido la antigua mansión familiar, los recuerdos se ocultan o desvelan, y nos muestran que para adentrarse en los vericuetos de la ascendencia se necesita el suficiente valor para afrontar y resolver incluso los más mínimos sentimientos de pérdida, de culpa, los autoreproches o los rencores.

Hábilmente, en una decisión basada en una sugerencia de la protagonista, Tilda Swinton, los dos personajes principales están interpretados por la actriz, una madre y una hija que pasan unos días juntas, en una armonía que patentiza un afecto profundo y una dependencia de esta hacia aquella. Los lazos familiares nos hechizan hasta el final de nuestras vidas y en el caso de The Eternal Daughter, la hija se llega a resentir incluso de relaciones y sucesos anteriores que no ha vivido, puesto que esos tejidos son eternos e indiscernibles. Julie, que en la ficción es una directora de cine, espera en esos días que los recuerdos de su madre, Rosalind (el mismo nombre de la madre en The Souvenir), que graba en su móvil, la ayuden en un nuevo proyecto, aunque está estancada y no encuentra la forma adecuada de abordarlo. Una corta estancia en el hotel en el que aparentemente son las únicas huéspedes -aunque la recepcionista lo niegue- servirá finalmente para desbloquear su inspiración, una vez resuelva sus conflictos interiores.

Los pasillos y escaleras del hotel, el jardín envuelto en niebla y los misteriosos empleados del hotel, parecen cobijar un secreto que esperamos ver revelado en algún momento. Esa resolución, tal como el resto de la película, surgirá en lo más íntimo de Julie, deshaciendo una tensión conectada con sus fantasmas familiares, que había dejado fortalecerse a lo largo de los años. Las largas charlas que mantuvieron Hogg y Swinton, viejas amigas, sobre sus respectivas madres y los lazos de amor y bloqueo que las unían, dieron como resultado un película que transpira al mismo tiempo amor, añoranza y congoja.

Como no podía ser de otra forma, Swinton nos convence absolutamente con su estilo interpretativo, cuya peculiar naturalidad nos seguirá impresionando en cada nueva película, una vez más por partida doble. En The Eternal Daughter, que vuelve a contar con Ed Rutherford como director de fotografía, la acompañan brillantemente Joseph Mydell, Carly-Sophia Davies y Alfie Sankey-Green. Y tenemos que agradecer que cineastas como Joanna Hogg nos continúen seduciendo como si nada, con sus pequeñas grandes películas, donde las habitaciones pueden albergar todo un universo y las reflexiones visuales son un arma cargada de verdad.

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