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‘Los hermanos Sisters’, y otras 10 grandes novelas del Oeste

En Cultura jueves, 9 de mayo de 2019

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Los hermanos Sisters, el western de Jacques Audiard que llega a las pantallas el próximo 10 de mayo, es algo más que notable, por no decir que, ya desde la primera escena, sabemos que estamos ante algo extraordinario. Pero la novela del joven Patrick DeWitt, publicada hace pocos años por Anagrama, es todavía mejor. Recuerdo muchas risas y ternura, la sensación de cabalgar a lomos de un estilo refrescante y rabiosamente contemporáneo. Todo un logro que se merece entrar de lleno en ese (muy) necesario canon de las obras que han hecho del western un género literario mayor. Más allá de las (reivindicables, y harto reivindicadas) novelas de kiosco, no son pocas las eminencias literarias que se han aventurado por el Oeste. Además de DeWitt, he escogido a otros diez autores de relumbrón, ordenando las novelas por su fecha de publicación en USA.

Sisters BrothersLa pata del escarabajo, de John Hawkes (Meettok). La obra del visionario y posmoderno John Hawkes, uno de esos “escritores para escritores”, es, en nuestro país, indisociable del gran Jon Bilbao, escritor y americanista que lo ha traducido con máxima devoción. Hawkes llevó a cabo parodias de diversos géneros, empezando por el bélico (El caníbal), para luego, en su segunda novela, originalmente publicada en 1951, desmitificar el Oeste, en clave surrealista y apocalíptica, a partir de una serie de personajes que viven alrededor de las desoladoras ruinas de una presa que se intentó levantar para convertir el desierto en un jardín. En realidad, ni siquiera son los tiempos del Lejano Oeste, pues el pueblo será tomado por una banda de motoristas, Los diablos rojos, que ejercen de indios. La reacción de los lugareños será desproporcionada.

Sisters BrothersWarlock, de Oakley Hall (Galaxia Gutenberg). Aunque la misma editorial también ha publicado las no menos monumentales Apaches y Badlands, Warlock sigue siendo la Biblia sobre la que jurar fidelidad al género. El que fuera profesor de Michael Chabon o Richard Ford condensó en 700 páginas la quintaesencia del western. Ahí están las puertas batientes del saloon, el establo donde dormitan los caballos y la oficina del sheriff. Están los cuatreros, las putas y el médico. El jugador, el pianista y los mineros. La diligencia (asaltada), y el jinete solitario, que abandona el pueblo en la última escena. Está todo. Al año de su publicación, Hollywood produjo una notable adaptación –El hombre de las pistolas de oro (Edward Dmytryk, 1959)–, que no deja de parecer un tráiler al lado de esta masterpieza admirada por Pynchon o Robert Stone.

Sisters BrothersButcher’s Crossing, de John Williams (Lumen). Williams nos robó el corazón con aquel Stoner, crónica de un amargo estoicismo vital que, para mis adentros, derivó en la expresión Sentirse Stoner, que me repito demasiado a menudo. Pero él no era un escritor redundante. Tanto le daba por una de romanos (El hijo de César), como por esta novela de cazadores de bisontes, originalmente publicada en 1960, que arranca en el pueblucho de Kansas del título, hacia 1870. Ahí llega un joven, imbuido del espíritu de Emerson y Thoreau, que ha decidido abandonar la civilización para abrazar la naturaleza, y de ahí partirá rumbo a la aventura, junto a tres rudos cazadores, para regresar, un año después, ya convertido en un hombre. Hollywood ya ha amenazado con llevarla a la gran pantalla, con Sam Mendes como director.

Sisters BrothersCómo todo acabó y volvió a empezar, de E.L. Doctorow (Miscelánea). El autor de Ragtime o Billy Bathgate debutó con este western mucho más memorable que su adaptación cinematográfica, sin embargo nada desdeñable, aquí estrenada como Una bala para el diablo (Burt Kennedy, 1967). Es la increíble historia de un pueblo arrasado por una banda de forajidos que vuelve a levantarse, poco a poco, entre sus rescoldos, para finalmente volver a sucumbir bajo el fuego de los mismos hombres malos. Un infierno de cobardes considerado en su día como un antiwestern, por su carencia de heroísmos (John Hawkes tampoco los soportaba), que Doctorow escribió, dícese, para reaccionar contra las toneladas de guiones malos que llegaban a sus manos cuando trabajaba para la Columbia.

Sisters BrothersHombre y Que viene Valdez, de Elmore Leonard (Valdemar). Ya se sabe que, antes de convertirse en una leyenda del hardboiled, Leonard pasó unos cuantos años escribiendo relatos y novelas cortas del Oeste para revistas pulp. Sirvan estas dos, que tuvieron sus respectivas adaptaciones cinematográficas, protagonizadas por Paul Newman y Burt Lancaster respectivamente, como homenaje a toda su producción de esta etapa primeriza, y de paso a la imprescindible colección Frontera de Valdemar, con la que podríamos extendernos hasta que llegara el tren de las 3.10. Puro género, con estilo seco, y una característica debilidad por Arizona, Nuevo México, y los más sangrientos apaches. Es repetitivo, pero nunca defrauda.

Sisters BrothersEl bandido adolescente, de Ramón J. Sender (Contraseña). En su exilio americano, Sender se interesó por las vicisitudes de este famoso bandido, que odiaba a los indios y se llevaba mejor que bien con las mexicanas. Sender daba clase de literatura en Nuevo México, precisamente el territorio en el que Billy El Niño, que tantas películas ha inspirado (la recién estrenada, y también recomendable Sin piedad, sin ir más lejos), se forjó un nombre, primero en el marco de una guerra de ganaderos y luego al mando de su propia banda. Un hito de la novela española, con un toque periodístico, que viene preludiado por un emocionante prólogo de Fernando Savater en donde compara los clichés del género con las rimas de la poesía. Y es que el género, cuando se supera, también puede ser poesía.

Sisters BrothersEl monstruo de Hawkline, de Richard Brautigan (Blackie Books). Al igual que Hawkes, y otro posmoderno irreverente como Robert Coover, que también tiene un pseudowestern en su haber (Ciudad fantasma, publicado hace poco por Galaxia Gutenberg), Brautigan también se dedicó a parodiar los géneros: la novela japonesa, la negra, la erótica o, como es el caso, el western gótico. Pero de una manera mucho más amable, legible, y, por supuesto, desternillante. Un clásico de las Contraseñas de Anagrama, que Blackie Books recuperó para su colección Brautigan junto a otros títulos del genio que seguían trágicamente inéditos en la lengua de Cervantes. Todo lo que sucede en aquella casa, con aquellas señoras, es tan inenarrable como inolvidable.

Sisters BrothersMeridiano de sangre, de Cormac McCarthy (Literatura Random House). Muy aplicadamente, los Coen fotocopiaron todas y cada una de las páginas de la minimalista y ya de por sí cinematográfica (casi escrita como un guion) No es país para viejos, con la única innovación del peinado, a lo príncipe de Beukelaer, de Javier Bardem, que no es poco decir. Pero, aunque ha habido planes, nadie se ha atrevido a llevar a la pantalla la culminación de la etapa barroca faulkneriana de McCarthy, su obra maestra. Probablemente es imposible, y probablemente la consideración del western como un género literario menor (craso error) también cambió cuando Harold Bloom, autor del mismísimo Canon Occidental, dejó escrito negro sobre blanco que Meridiano de sangre no solo era la culminación del género, sino la auténtica novela apocalíptica estadounidense.

Sisters BrothersDeadwood, de Pete Dexter (Vintage). Es un misterio que, habiendo publicado novelones como Train o Paris Trout, Jorge Herralde no llegara a publicar nunca Deadwood. Algún día me armaré de valor, y se lo preguntaré. Un auténtico misterio editorial. Tampoco es muy creíble que David Milch, creador de la homónima serie de HBO, negara haberla leído. Qué menos, dirán ustedes, para documentarse. Y sin embargo, aunque serie y novela transcurren en el mismo pueblo minero de las legendarias Black Hills, sito en el no menos mítico territorio de Dakota (por el que siento una adoración especial); abrazan unos mismos personajes históricos, y arrancan ambas con la muerte del legendario Wild Bill Hicock, para emprender una espiral de violencia, sexo y alcohol, las miradas de Milch y Dexter son bien distintas. Si tuviera que escoger, me quedaba con la novela.

Sisters BrothersLos hermanos Sisters, de Patrick DeWitt (Anagrama). El joven escritor nacido en Vancouver (1975) se dio a conocer con Abluciones, una novela etílica, post bukowskiana, en la que destacaba el personaje de una ex estrella infantil reconvertida en una mosca más del bar infecto donde transcurría toda la acción. No estaba mal. Pero se superó ampliamente con su segunda novela. Este western ambientado en un Oregón perturbado por la fiebre del oro, con un par de bounty killers que responden al cómico apellido del título, pues son hermanos. El argumento es clásico, pero la novela significó una suerte de regeneración del género, un soplo de aire fresco, recorrido por un sentido del humor original y delirante, a caballo entre la parodia a lo Brautigan y el más sentido homenaje al western existencial. Una delicia de principio a fin.

Sisters BrothersEspectros en una tierra trizada, de S. Craig Zahler (Tres puntos). La lista podría haber acabado con DeWitt, pero no está de más comentar que el mismísimo realizador de la magistral Bone Tomahawk, que sigue siendo el mejor western cinematográfico de los últimos años, también es un prolífico escritor de género, que se ha prodigado por los más diversos. El nivel de violencia puede hacer pensar en McCarthy, aunque el estilo está más cerca de la prosa seca y pulp de Leonard que del barroquismo faulkneriano de la primera etapa del autor de Meridiano de sangre. En cierto modo, la novela puede parecer una versión expandida de su debut tras las cámaras, pues sigue el mismo clásico esquema narrativo de cuadrilla al rescate de una dama secuestrada, solo que ya no se trata de indios caníbales, sino de sangrientos bandidos mexicanos.

Y así acaba nuestro hipotético Top 10 + 1 de novelas del Oeste. Cabría añadir, entre otras muchas, la monumental País de sombras, de Peter Matthiessen (Seix Barral), que siempre sale, entre otras, en las conversaciones sobre el canon, que se dan en el saloon virtual entre rondas de zarzaparrilla. Pero resulta que la tengo pendiente, y que he preferido centrarme en algunos de los títulos que ya tuve ocasión de leer en algún momento de mi vida. Espero poder reparar esta falta imperdonable cualquier verano de estos, a ser posible con las montañas de Valldemosa al fondo, que son el marco idóneo para este tipo de lecturas.

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