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Cultura

Charlotte es así… de interesante

En Con vistas al mal, Cultura 14 octubre, 2018

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Invierno de 1971. Yul Brynner termina de filmar en Yugoslavia sus escenas de Romance de un ladrón de caballos, coproducción de la que no esperaba mucho, y de la que se ha llevado buenos recuerdos y amistades consolidadas, entre ellas la de una pareja inimitable que había ido a parar al mismo rodaje, aunque en distintas alturas del casting: Jane Birkin y Serge Gainsbourg. Brynner tiene en mente pasar la mayor parte del año en Europa, enlazando proyectos rentables que permitan mantener su tren de vida y que, en última instancia, le dejen un hueco a finales de septiembre para casarse en el más absoluto de los secretos con la activista Jacqueline de Croisset. Entremedias encuentra tiempo para visitar a sus amigos en Londres y no por un motivo baladí: le han elegido como padrino en el bautizo de la primera hija de los Gainsbourg-Birkin, Charlotte.

Familia Gainsbourg

Pasemos a otra otra imagen posterior. Foto de familia de los Gainsbourg-Birkin. También es verano, mediados los 70, justo después de un chapuzón. Mamá seca despacio el pelo de su hija Kate, totalmente abstraída en su mundo. Ninguna de las dos está pendiente de la cámara. Papá Serge y Charlotte, en cambio, se la comen. Los dos parecen mirar al futuro, ella sonriéndole desde la curiosidad de los 6 años, él con las reticencias propias de una segunda crisis cardiaca, y ese lento y suave descenso desde la cresta de una ola que le ha mantenido a lo largo de dos décadas como compositor, chansonnier, y agent provocateur oficial.

La experimentación de la que habitualmente se ha servido a la hora de buscar nuevos caminos para no aburrirse, empieza a fallarle. Por su cabeza surcan ideas extravagantes incluso para la escala Gainsbourg: Cambiar de registro y dedicarse en exclusiva a la dirección de toda historia escabrosa que caiga en sus manos, componer una docena de nuevas bandas sonoras para películas “S”, o adaptar en reggae la Marsellesa. Mamá Jane hace lo que puede, pero ya no sabe muy bien qué pensar, ni queé esperar. La musa que nacía entre gemidos pregrabados con “Je t’aime moi non plus” va dejando paso a un espíritu libre que se va hartando del paisaje. Kate sigue impermeable incluso a su albornoz. Los ojos de Charlotte son esponjas que quieren absorberlo todo.

Serge y Charlotte Gainsbourg

El agente provocador en acción.

Siete años después, Mamá Jane ha dejado paso a otra musa cantante (Bambou), aunque Papá Serge aún compone para ella (“Baby alone in Babylone”, 1983). Gainsbourg, reconvertido en una barba de tres días a la que le faltan pelos en la lengua, y que responde al seudónimo Gainsbarre (un alter ego al servicio exclusivo de la polémica), decide reclutar a una Charlotte apenas adolescente para “Lemon incest”, un origami malintencionado alrededor de los límites difusos de las relaciones paternofiliales.

Este extraño debut marcará la desconfianza con que primero el mundillo musical, y después el cinematográfico, contemplará en adelante la titubeante carrera de Charlotte. Poco importan el César revelación por L’effrontée (Claude Miller, 1985), composición inusualmente compleja para una niña sin apenas experiencia tras la cámara, ni ser durante esos primeros años imagen habitual de los films de Agnès Varda, (compartiendo cartel con Mamá Jane en Kung Fu Master!, 1987), ni siquiera protagonizar El sol sale de noche (1990) de Paolo y Vittorio Taviani, entonces en la cresta de su ola. Cualquiera de los caminos elegidos por Charlotte Gainsbourg comienza en pendiente, la de apellidos referentes, que la van a tratar de advenediza tanto si decide seguir por la interpretación como si intenta nuevas aventuras musicales.

La bûche (Danièle Thompson, 1999)

Charlotte Gainsbourg en La bûche (Danièle Thompson, 1999)

El César revelación queda así pronto en el olvido (en 2000 le hará compañía otro como mejor secundaria en La bûche, de la directora Danièle Thompson). Charlotte es demasiado frágil, o demasiado intrépida, o demasiado intensa, o es que su rostro tan Gainsbourg y no tan Birkin queda demasiado extraño en pantalla. Sus personajes son mosaicos tan elaborados que al público le cuesta de desentrañarlos o tan humanos que resultan transparentes. Trabaja sin descanso con Eric Rochant, Patrice Leconte, incluso Franco Zeffirelli la elige para su Jane Eyre (1996) y aún así, Charlotte parece siempre difuminarse antes de llegar a la meta. Es tiempo de secundarios, de dudas a la sombra de contemporáneas más definidas y menos lastradas, o solo más afortunadas, como Emmanuelle Béart. Es tiempo también de Yvan Attal, actor-director-guionista talentoso, compañero y mentor, con quien comparte repartos y de quien se hace inseparable. Mi mujer es una actriz (2002) es quizá el mejor ejemplo de su colaboración, historia irónica y autorreferencial, que incluye al gran Terence Stamp como involuntario obstáculo de una pareja sin fisuras aparentes.

Mi mujer es una actriz (Yvan Attal, 2001)

Mi mujer es una actriz (Yvan Attal, 2001)

La búsqueda de la que hablábamos lleva a Charlotte en 2003 a participar en una de esas películas que pasan directas a las antologías “lo mejor de”, consagrando de paso al cineasta implicado: la desgarradora ,21 gramos, de Alejandro González Iñarritu. En el papel de la mujer del profesor universitario interpretado por Sean Penn, condenado a una cuenta atrás a la espera de un trasplante, Charlotte puede ser patética y magnífica al mismo tiempo, y eclipsar a un reparto en estado de gracia. Tres años después llega otro caramelito, La ciencia del sueño (2006) de Michel Gondry, que confirma lo que casi todos se habían propuesto no ver.

Poco antes de concluir la cinta de Gondry, en el camino de la ya no tan joven promesa, que por fin salió del huevo, se cruzan dos visionarios creadores de atmósferas futuristas que al mismo tiempo permanecen ancladas en 1970, o sería preciso decir en Papá Serge y en los cuatro álbumes temáticos que terminaron de agrandar su figura aún más allá de los límites que ésta se había propuesto. Se llaman Air y viven en una ola de respeto sostenida por su música y el altavoz para la misma, que suponen las primeras películas de Sofia Coppola.

Charlotte Gainsbourg lleva 20 años acercándose muy ocasionalmente al micro (unas frases de acompañamiento en el álbum Music de Madonna, son su bagaje más conocido), pero decide dar voz a las melodías de  5:55 (2006), un trabajo hermoso desde su tema homónimo, donde todo es de una delicadeza tan desarmante que casi invita a acariciar las canciones más que a escucharlas. Los críticos, y más tarde el público, descubren una voz personalísima, que resulta la mejor conductora posible para llevar a final de trayecto este vehículo.

Y así y todo 5:55 podría perfectamente haber quedado como accidente afortunado, un hallazgo condenado a rareza en una carrera que parecía mayoritariamente enfocada a la interpretación. El otro accidente, este motonáutico, que Charlotte sufrió a finales de 2007 y del ha sobrevivido a duras penas, le dejó tiempo para pensar en el futuro y un sonido recurrente, el de la máquina de resonancias (IRM), compañera en sus sesiones de rehabilitación.

La nueva prueba de Charlotte se llama Lars Von Trier. Von Trier va a elaborar con la actriz un tríptico que levantará aún más dudas sobre su salud mental, pero que llevará a los altares a su protagonista. Antichrist (2009) es todo malsano, una reverberación de una culpa mal entendida, una interpretación sacada del hígado, tan exigente y descarnada como que parte únicamente del dolor, la mortificación y la cura a través de aún más dolor. Willem Dafoe, otro rostro sacado del reino mineral, es contrapunto perfecto para la triunfadora unánime de Cannes 2009.

Antichrist (Lars von Trier, 2009)

Antichrist (Lars von Trier, 2009)

Melancholia (Lars von Trier, 2011) es Charlotte luchando al rebufo de una maravillosa Kirsten Dunst, por un papel tan desagradecido que en algún momento pasa a ser entrañable. Melancholia es, además de una historia partida en dos mitades, una crónica inmisericorde del fin del mundo, con plano final destinado a quedarse instalado en la retina. Nymphomaniac (Lars von Trier, 2014) puede ser tan excesiva como su duración, pero se queda tan a menudo a medio camino de ninguna parte, que solo podemos recordar en ella a Charlotte, pues de nuevo su intensidad reduce todo lo que la rodea, provocación incluida,  a un pálido reflejo.

Nymphomaniac (Lars von Trier, 2013)

Nymphomaniac (Lars von Trier, 2013)

Entremedias del rodaje de Antichrist, un buen amigo de los Air, Beck Hansen, se interesa por Charlotte y produce y compone para ella IRM, uno de los mejores discos de 2010, ejercicio deslumbrante y singular, donde los instrumentos parecen convivir embrujados, y que pasaría por trabajo del genio californiano sino fuera por la entidad que la voz de Charlotte da a temas como “Me and Jane Doe”, “IRM” o “Trick Pony”. IRM está tan repleto de hallazgos y suena tan diferente a todo, que mueve necesariamente a Charlotte a defenderlo en gira, uno de cuyos peajes pasará por el FIB 2010, con banda competente y sonido malo. Los descartes de IRM y otros corta-y-pega de diversos directos, aparecerán en Stage Whisper, de 2011, trabajo vendido como lo nuevo de Charlotte, y que poco añadirá a su leyenda.

Es tiempo de administrar una carrera asentada con apuntes interesantes como El árbol (2012), de Julie Bertucelli, Samba (2014), del equipo de Intocable, o Incompresa (2013) de Asia Argento, más un plus de papeles alimenticios mejor o peor construidos (Norman estaría entre los primeros y la secuela olvidable de Independence Day entre los segundos, ambos realizados en 2016). Capítulo aparte sería su participación en Todo está bien (2015), un repartazo para el regreso de Wim Wenders a las historias no documentales, y una decepción mayúscula pese a la evidente implicación de todas las partes.

Charlotte cantante ha publicado hace unos meses un nuevo trabajo llamado Rest (2017), que cumple con dos costumbres propias: la de ser producido por un talento tan atípico y revolucionario como su autora (Sebastian Akchoté, SebAstian para los amigos), y la de resultar aún mejor disco que el anterior. Rest es una carta de amor en diferido macerada a lo largo de 4 años, un recordatorio a Kate Barry, que decidió poner fin a su vida en 2013. Kate, que llegó a la fotografía por circunstancias más que por vocación, defendía que su madre era actriz y que cantó porque alguien le puso un micro en la mano, y que su hermanastra Charlotte era cantante y que, paulatinamente, se enamoró del oficio de actriz. Rest también es una carta de amor a Papa Serge, e igual que 5:55 sonaba a Air y IRM a Beck, este disco suena abrumadoramente Gainsbourg, hasta el punto de que en sus temas de apertura y cierre es imposible desligar donde termina el padre y empieza la hija.

Rest está plagado de momentos enormes (su punto más bajo sea posiblemente el extraño aporte de Paul McCartney), y Charlotte no solo se ocupa por primera vez de todas las letras, algo lógico por cuanto tenía tanto que decir, sino que dirige los curiosísimos clips de los singles, desde «Ring-A-Ring O’Roses« a «Deadly Valentine», una maravilla protagonizada por Charlotte y su hija Alice, que pasa por ser de las mejores combinaciones tema-clip que este servidor ha visto-escuchado en muchos años. 2018 ha servido para rodar el disco en directo con una banda más escueta y efectiva. En Primavera Sound mostró todas sus cartas, y el azar le ofreció coincidir por primera vez en una gira con su madre en la misma ciudad, salvo que en diferentes escenarios.

Charlotte Gainsbourg con sus papás.  ©Michael Webb.

Charlotte Gainsbourg con sus papás.  ©Michael Webb.

Cuarenta años después aquella estampa de verano podemos confirmar que hay muchos mundos en Charlotte Gainsbourg y, al parecer, todos viven en éste, aunque no se sabe por cuánto tiempo. Podría decirse que está aquí de paso, siguiendo una agenda que la llevará con el tiempo a otro lugar muy distinto, en el que tampoco permanecerá demasiado. Ha sido tantas veces etiquetada, y tantas veces la etiqueta se ha desprendido, que el personal ya ha dejado de preocuparse por la calidad del adhesivo, y ha entendido que funciona así, un “así” que no admite pérdida. Y se nos olvidaba,  la mezcla british-français generada a comienzos de los 70, y apadrinada por un calvo entre los calvos, cuenta además de padrastro con el compositor del tema de la serie Bond (John Barry) o de hermanastro a Lucien Gainsbourg, por piruetas del destino bisnieto de Friedrich Paulus, el mariscal alemán protagonista de la derrota más famosa del siglo pasado, Stalingrado.

Charlotte es diferente.

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