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Ibáñez, un genio prolífico y metódico

En Cultura 16 julio, 2023

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

La nostalgia es un arma cargada de pasado. No dispara, pero a cambio se clava en la mente, y una vez lo ha hecho, no suelta presa. Su tortura favorita consiste en hacernos viajar en el tiempo y trasladarnos a la casa de nuestra infancia, mientras se dedica a recordarnos que casi todo lo que vemos ya no existe.

Mucho antes que una parte importante de nuestra memoria sentimental, es decir Francisco Ibáñez, nos dejara huérfanos en uno de esos tórridos días de julio donde el sol es un yunque, tan calcados unos a otros que son indistinguibles, habíamos conseguido reunir un puñado de lugares a los que no nos dolía regresar. La nostalgia no tenía forma de entrar en ellos. Uno de los mejores equipados estaba compuesto de cuatro filas de viñetas, y habitado por una serie de personajes alopécicos, torpones y brillantes, imprevisibles y predestinados, a los que les pasaban tantas cosas y tan divertidas, que la carcajada nos acompañaba hasta el dolor de tripa.

Francisco Ibáñez era un creador genial que poseía una mente lo bastante ordenada y metódica para además, hacerlo prolífico. Venía de intentar prosperar en la banca, como su padre, hasta que comprobó que ganaba más dinero haciendo lo que más le gustaba. Sabía que el mundillo donde se metía era competitivo y difícil pero llegó a la hora en punto al lugar adecuado. Supo aprovechar la crisis que provocó la aparición de la revista Tiovivo y la deserción masiva de dibujantes que abandonaron al mismo tiempo Bruguera, el imperio editorial que los mantenía en nómina. Aprovechando el desbarajuste general, Ibáñez puso pie en aquella, y enseguida demostró que podía entregar a tiempo todo el material que sus jefes le pidieran, sin que se resintiera por ello su calidad. En pocos meses pasó de meritorio a figura fiable, y en pocos años a buque insignia. Decir que dio un lavado completo de cara al género sería quedarse a medias. Realmente sustituyo la que hubiera hasta entonces por la suya.

Ibáñez

Únicamente Josep Escobar, y sus gemelos Zipi y Zape, pudieron aguantarle el ritmo. Pero las creaciones de Escobar vivían impregnadas por un tono contemplativo, melancólico, precario, salpicado de años y oportunidades perdidas, muy en sintonía con la vida azarosa de su autor. Como las historias de Francisco Ibáñez eran justo lo contrario, una energía maniaca que devoraba todo a su paso, la batalla siempre fue desigual.

Entre 1958 y 1966 Ibáñez creó a casi todos sus personajes icónicos, tantos que cuesta hacer memoria para recordarlos. Lo curioso es que la mayoría dejaran la huella que dejaron. A 60 años vista seguimos sonriéndonos y sorprendiéndonos con la habilidad camaleónica del detective Mortadelo (que raro suena llamarlo detective y no cualquier otra cosa) para diseñar grandes planes y ejecutarlos lamentablemente, o la admirable capacidad de Rompetechos para reinterpretar con su miopía todo tipo de letreros de establecimientos. O la de Pepe Gotera y Otilio, combinación de jefe listillo y ayudante manazas, para convertir una simple instalación en un seísmo 7,9 escala Richter. O la de los habitantes de 13 Rue del percebe, mención especial para el moroso que vivía en la buhardilla y tenía un máster en como escaparse de sus acreedores. O el Botones Sacarino, que jamás ascendería de puesto aunque viviera más años que Ibáñez. Todo suena familiar y hasta podríamos pensar que simple, pero en absoluto lo era. Porque Ibáñez sacaba petróleo y carcajadas solo con observar lo que le rodeaba. La mejor manera de presentar a un estereotipo.

Este extenso manual de instrucciones para el disfrute pasó a ser devorado y disfrutado por al menos tres generaciones de críos huérfanos de la oferta visual que hoy acompaña a sus hijos y nietos a todas partes. Esto bastaba para guardarle ese lugar destacado en el imaginario colectivo de varios millones de lectores, no importa su nacionalidad, pues las creaciones de nuestro hombre tardaron poco en desbordar sus fronteras. Conforme la figura de Ibáñez se agrandaba, también lo hacían los encargos, lo que llevó primero a delegar, y después a centrarse en su creación principal, Mortadelo y Filemón, que sobrevivió al dramático final de Bruguera y siguió desarrollándose en Grijalbo y finalmente en Planeta, todo en medio de una cabalgata interminable de premios y reconocimientos, los que suelen llegar cuando el depósito está en reserva, pero tan justos que nunca admitieron el menor reproche.

Ibáñez

Aunque lo mejor ya hubiera pasado, Ibáñez no abandonó su personaje estrella hasta este mismo 2023, en que la biología decidió por él. La serie interminable de historias-parodia de las distintas competiciones deportivas, ya sean mundiales u olimpiadas, termina con un álbum póstumo, situado en el Mundobasket 2023. Uno más de una larguísima serie en que nuestros investigadores de cabecera consiguen, no sin esfuerzo, que como selección no nos llevemos ni una triste medalla al palmarés.

Hoy es un buen día para buscar respuestas a la eterna pregunta de cuál era el secreto de Ibáñez para atraparnos con sus historias, cómo nos integraban tan rápidamente en ellas, hasta hacer desaparecer el mundo que nos rodeaba. Se habla del slapstick, de la brillantez de los chistes, tantos que muchos terminaban dando en el blanco. De los planes enrevesados que siempre terminaban inesperadamente. De los grandes secundarios y de los descacharrantes villanos y sus gadgets (ese sombrero hongo multiusos de un tirillas como Chapeau el esmirriau, por ejemplo), de la ingente cantidad de explosiones y catástrofes que sucedían en una historia (alguien se dedicó a contar las veces en que nuestros héroes deberían haber pasado a mejor vida, y superaban los dos millares). Sumemos lo bien que dosificaban las historias el suspense, y el acierto que supuso alargar las historias hasta convertirlas en seriales. Esas historias paridas en los años 70 (La caja de los diez cerrojos, Magin el Mago, El sulfato atómico, El Gang del Chicharron, El plano de Ali-Gusano, Los extraterrestres), son las que mitifican a un personaje hasta el punto de convertirlo en compañero de viaje vital.

Y es en este punto cuando la nostalgia saca su peor cara para pellizcarnos el brazo y recordarnos que ya no habrá nuevas pifias, persecuciones de última viñeta, disfraces, señoritas Ofelias o Superintendentes Vicentes, caídas desde rascacielos o acantilados, Booms y Boums, pues Francisco Ibáñez, el creador imbatible, el disparador de ideas sin fin, ya no está con nosotros.

Y entonces volveremos por unos segundos a ser el crío o cría que fuimos, y a arrastrar con ellos el sonsonete de carcajadas que hacían trizas el silencio tórrido de una tarde cualquiera de julio.

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CómicFrancisco IbáñezMortadelo y Filemón13 rue del Percebe

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