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Cultura

Punto y seguido, punto y amarte (microrrelato)

En Con vistas al mal, Cultura viernes, 12 de febrero de 2021

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

En la librería de saldo, dibujando con los dedos sobre el polvo de portadas arrugadas y sin terminar de decidirse por abrir ninguna. Cuando tomó una decisión ya estaban echando persiana. Agarró algo que le hizo gracia y lo enterró en un bolsillo interior, que tardó semanas en encontrar.

Al libro le faltaba la portada. El lomo estaba tan recorrido de surcos que se hacía indescifrable. Aparecía impreso en su ciudad, quince años atrás. La contraportada era una sinopsis en cuatro líneas sobre fondo de un calendario en blanco, repleta de lugares comunes que no aclaraban nada. En el interior, una dedicatoria a lápiz: Para M, la razón de ser que siempre creyó en mí, para que volvamos a encontrarnos como cada 12 del 12 en la misma plaza de todos los años, el único lugar donde puedes atraparme. No acompañaba firma.

Sonrió por no saber hacer otra cosa. Cuando se preguntaba por la ausencia de firma, algo le obligaba a pensar en M. y si le habría interesado la lectura o le habría incomodado la dedicatoria. En suma, si se habría desprendido del libro de grado o por la fuerza. Esto le llevó a razonar sobre la gente que supone que los libros usados son suyos, cuando, como mucho, somos nosotros los que no dejamos de ser sus compañeros de viaje.

Punto y seguido, punto y amarte

Le interesaba, más que otra cosa, el tipo de relación de ambos. No tenía sentido que convivieran si se reunían una única vez al año. Es posible que fueran amantes, pero si eso era así no era el punto más razonable donde citarse. Acaso amigos, atrapados por los mismos gustos, con ganas de hablar un poco de todo y de nada. Tal vez compartían tanto que les daba miedo echarlo a perder traicionando a su amistad. Así es como se guardan distancias.

Echó un vistazo al calendario y a los diez meses que le separaban del 12/12. Quizá para entonces hubiera descifrado a partir de la historia cuál era la plaza donde ambos se reunían. Esto resultó sorprendentemente fácil, pues gran parte de la novela transcurría en ella.

Aunque intentaba negárselo, el 12/12 se había convertido en un día importante. Acudió a la plaza con la ilusión ingenua del que espera un regalo hace mucho tiempo, y con la ansiedad culpable del intruso que piensa que no le han invitado a donde va. Pasó varias horas congelándose junto a la fuente de la que nunca recordaba haber visto manar agua, pero ni siquiera esto le desanimó. Su cerebro estaba envenenado de curiosidad, y ya había planificado todas las excusas posibles para acudir al año siguiente.

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