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Con vistas al mal

El sueño de Battiato

En Música, Con vistas al mal 10 junio, 2021

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Una mañana de mayo de 1978, nublada y ventosa pero sin pasarse, el músico, poeta, místico, cineasta, ciudadano del mundo Franco Battiato, acude al consultorio de su ciudad natal, Jonia, a un chequeo rutinario. A la primera extracción de sangre pierde el conocimiento. Esta es más o menos la crónica de lo que sucedió al recuperarlo.

 -¿Dónde estoy?

-En el consultorio.

-¿Qué hago aquí tumbado?

-Se desmayó al sacarle sangre.

-Lo siento. Me ha pasado más veces pero pensé que no mirando…

-No se preocupe. Es más habitual de lo que parece.

-¿Llevo mucho…?

-Unos minutos.

-Se me han hecho horas. He tenido un sueño extraño.

-Y entretenido. Tarareaba.

-¿Canciones? ¿Mías?

-No lo he escuchado tanto.

-Pero sabe que soy músico.

-No hay nadie en el pueblo que no lo sepa.

-¿Le gustaban?

-¿Qué importa eso? Va, cuénteme el sueño.

-Soñaba que hoy no era mayo de 1978, sino mucho después. Que me había dejado barba y olvidado en algún lugar el premio Stockhausen. Que los escritores que antes leía ahora venían a mis conciertos, y que nunca estaba en el pueblo, ni siquiera en Milán, ya que no tenía ni un momento libre.

battiato

Gurdjieff y Battiato, maestro y discípulo.

-¿Muy ocupado?

-Muchísimo. Estaba en gira constante. Era un derviche idiota incapaz de pararse a pensar, ni a tomar aire para seguir con la mirada el curso de una estrella.

-No sé qué es un derviche.

-Alguien que gira demasiado. Yo encadenaba un carrusel de actuaciones, presentaciones, disertaciones, reacciones. Me había convertido en habitual de la RAI (que me prometí pisar lo menos posible), en una piedra filosofal, en un místico con gafas de sol, en el empresario que nunca quise, manejando una banda, diseñando un tour, negociando contratos, estirándome por ver si llegaba a todos los sitios. Y todo porque se me ocurrió usar a Stockhausen para hacer música pop.

-¿Stockhausen es amigo suyo?

-Me ha enseñado muchas cosas. Yo he procurado seguir sus indicaciones, y siempre me había parecido bien, pese a que del resultado no se enterara la gente.

-Pero en el sueño se enteraba todo el mundo. Algo cambiaría entonces.

-Yo hacía canciones progresivas y decidí regresarlas.

-¿Cómo?

-Me puse a recortar. Las reduje a una décima parte, más o menos. Me las tomé menos en serio. Y metí en ellas mis lecturas. Y mi voz. Y mi búsqueda de respuestas,  mis inquietudes, mis preocupaciones por el país.

-He oído lo del político, lo de Aldo Moro. Que tragedia.

-Eso es. Una tragedia. Que te maten por ideas de otros. Y no las mejores, por cierto.

-¿Hablaba del amor en sus canciones?

-Todo el rato. Pero el amor no siempre son gorgoritos ni miradas. Podía haber amor en un puñado de lágrimas descendiendo por el rostro, como si fueran esquiadores en Cortina D’Ampezzo. O en el fondo de una taza de té. O en un comunicado de Radio Varsovia. O en la boca de riego de una de esas calles grises de Leningrado. O en la fecha de una carta escrita con la pluma de un cisne blanco.

-Sus canciones sonaban mejor.

-No sé si mejor, pero ahora me las quitaban de las manos. EMI (la discográfica), que siempre me había mirado con desgana, de repente se molestaba en venir a verme. Y amontonaba sacos de especias, y ánforas rebosando sextercios, escudos y dracmas, y liras y dólares. Todo con tal de retenerme. Y me contrataban a Destrieri, a Giusto Pio, a Paolo Donnarumma, lo mejor del país. ¿Ha oído alguna vez el bajo de Donnarumma? suena como el Etna cuando está enamorado. Reverbera como ninguna otra cosa que conozca.

-Tampoco conozco a Donnarumma, ni al resto, pero gracias a usted es como si los echara de menos.

battiato

-Los músicos lo son todo, y por eso siempre he querido tocar con todos. Aunque en el sueño (y bueno, también fuera) ponía cara de que todo me importara poco, no es verdad. Este mundo no se entiende sin poses. El día empieza y acaba en una pose, y la pose que escoges es intransigente contigo, te hace esclava de sus caprichos. Y quitársela de encima es tan perezoso que al final te la dejas puesta, hasta que en un momento dado te olvidas de quien eras.

-Pero usted no hace eso.

-Yo no me dejo entrar en casa sin quitarme la máscara.

-Y su pose era una cara de palo.

-Y con ella salía sosteniendo un cartelón gigante donde figuraba un número: el millón de copias que había vendido con La voce del padrone (1981)

-Enhorabuena. Me gusta el título. Y me suena.

-A mí me gustaría saber por qué lo escogí. La voce del padrone («la voz de su amo») era el nombre de una discográfica muy selecta, con ínfulas de Deutsche Grammophon, que terminó sus días publicando a Al Bano.

-Son muchos discos un millón.

-Pero me había acostumbrado a cosas así. Las canciones atravesaban el espacio y el tiempo como si fueran a la esquina y no a la otra punta de Italia,  y llegaban muy dentro de otros, se apoderaban de sus cuerdas vocales, un sonsonete que se les quedaba todo el día. De muy joven yo había jugueteado con la idea de hacerme un cantante melódico, y había terminado pensando que eso era imposible, lo que hacía que inconscientemente lo descartara. Pero ahora era distinto.  En los conciertos empecé a dejar que la gente empezara y terminara los estribillos, que es el mejor indicio de haberte comprado un piso en la sede de la Cultura popular.

Un día me ofrecieron ir a Eurovisión, ¿por qué no?. Otro se les ocurrió que tradujera mis letras al español, como si no hubieran tenido bastante con un Franco. Pues claro que sí. ¿Para que poner puertas a un campo tan grande y tan lleno de posibilidades?

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-Decía que en el sueño se dejaba barba. Creo que está mejor sin ella.

-No sé en que año transcurría mi sueño, pero esto de la barba me ha hecho recordar donde estaba en ese momento. Irak. Un escenario inmenso, delante de un micro, en una fecha importante. Una orquesta magnífica acompañando detrás. No me preocupaba el dinero que le quedaba a mi cartilla, ni si mi voz estaba peor que en primavera. Ni siquiera olvidarme de algunas de las letras. Solo sabía que estar allí era en sí un acto que implicaba otros muchos. Estaba allí para ayudar a muchos. Me sentía necesario puede ser que por primera vez en mi vida.

Esta necesidad me ponía nervioso, y para no pensar en mis nervios empezaba a recordar todos los lugares donde había estado antes (que eran todos los que pueda uno imaginarse). Cada uno tenía su historia: las luces del Pireo, el agua color verde del mar de Estambul y de la laguna de Venecia, el olor de la lumbre en la noche del desierto, el cosquilleo de las especias de Tirana, que se apoderaban de mi nariz y mi boca, y las convertían en un solo instrumento de viento. Y los reflejos de vidrieras bizantinas que no me dejaban quitarme las gafas de sol, el sonido de la lluvia persistente en el bosque de Bolonia, o de las goteras cayendo sobre porcelanas de la dinastía Ming, o de las cucharas removiendo islas de azúcar en el Café de la Paix. Y otros miles de ruidos tribales, pero ordenados, no la martingala que nos perfora los oídos en Radio fórmula.

-¿Estuvo bien el concierto?

-Me he despertado antes de cantar una sola nota.

-¿Usted ha viajado tanto?

-Yo he querido viajar así, como un nómada, pero aún no lo he hecho.

-¿Qué se lo ha impedido? ¿La gravedad?

-Que buena pregunta. Quizá me habría hecho falta más de ella. He pasado años componiendo viajes interplanetarios por si lograba llegar hasta Dios. Me confié tanto al opio de los sintetizadores Moog, que me ha costado un mundo volver a la Tierra.

-Yo querría soñar así de bien. Y ser feliz como cuando usted tarareaba.

-Piensa en mi felicidad como solo puede pensar mi madre. Pero sí. El sueño era lógico y tenía sentido. Supongo que he sido feliz en él. ¿Puedo levantarme?

-Claro que sí. Ya puestos. ¿por qué no hace todo eso que dice, señor Battiato?

-Puede que lo haga. Es un trato serio. Acabo de firmarlo con sangre.

(Jonia, Sicilia. Mayo de 1978)

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