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Polar para principiantes: 12 joyas del cine negro francés #2

En Cine y Series jueves, 7 de mayo de 2020

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Todo cinéfilo que se precie ha visto El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville, la película icónica del llamado polar, el cine negro francés. Pero el clásico no es más que la punta de un inmenso iceberg. Hasta que el género perdió su hegemonía en los años 80, medio millar de realizadores franceses se foguearon en el polar, rozando a menudo la excelencia. Esta es la segunda parte de 12 clásicos actualmente disponibles en Filmin, a modo de recorrido iniciático.

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El comisario Maigret (1957): Simenon, el inevitable

La obra de Georges Simenon figuró inevitablemente en la agenda del cine negro francés desde un buen principio. Pierre Renoir fue el primer memorable comisario Maigret de la historia en La nuit du carrefour (1932), de su grandísimo hermano Jean (el primero en interpretarlo había sido el más anodino Abel Préjean en una película estrenada ese mismo año). Pero el comisario estaba destinado a acabar siendo incorporado por el popular Jean Gabin, que encontró así otra horma para su otro zapato, ya como defensor de la ley, papel en el que redundaría, para variar del de pachá de le milieu. De hecho, tras este notable filme de Jean Delannoy, volvió a ser Maigret en otras dos ocasiones.

El famosísimo escritor belga residió durante un tiempo en la Place de Vosges, en el no menos célebre Marais, que también es el epicentro de esta película, en la que un asesino en serie siembra el terror en el barrio, como si fuese el viejo Jack en Whitechapel. La identidad del asesino no tarda demasiado en dibujarse, importan más la trampa que le tiende Maigret, la atmósfera pegajosa de un verano en París, y los coloristas diálogos de Michel Audiard, padre de Jacques Audiard y más célebre dialoguista de toda la historia del cine galo. Toda una institución.

Audiard adecuó el personaje a la ya oronda figura de Gabin, un tipo casero, entre severo y familiar, representante de la Francia de antaño, al que le gusta aparecer en pijama. Una película clásica, de las que no gustaban demasiado a los jóvenes críticos de la Nouvelle Vague, pero sólida y perdurable, además de éxito descomunal en su momento, que también incluye a Lino Ventura en su primer papel de policía, y a una joven Annie Girardot. No solo de películas rompedoras vive la cinefilia, el “cine de papá”, reivindicado por Tavernier, también es bueno para el alma.

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Un tal La Rocca (1961): Belmondo, y la playa minada

Jean Becker acabó Le trou, aka La evasión, acaso la mejor película de fugas carcelarias jamás rodada (con permiso de la de Bresson), siguiendo las instrucciones de su padre, el gran Jacques Becker, que estaba ya en las últimas. Cada día iba a verlo, y luego aplicaba sus instrucciones en el estudio. Lo hizo tan bien, que enseguida le salió la oportunidad de debutar como director con otra adaptación de una novela de José Giovanni, autor de Le trou, otro éxito de la Série Noire, basado como siempre en sus experiencias como ex presidiario y miembro del hampa.

Jean-Paul Belmondo, que en ese mismo año 1960 ya había protagonizado dos títulos imprescindibles en una lectura polar del cine galo, como son A todo riesgo, de Sautet, y Al final de la escapada, de Godard, asume aquí el rol titular de un gánster que vuelve a las andadas para ayudar a un amigo. La película quizás peca de morosa, pero hay que reivindicarla, especialmente por las secuencias en la playa, donde los prisioneros se presentan voluntarios para limpiar de minas alemanas la costa atlántica… Alta tensión.

Giovanni, de hecho, no quedó nada satisfecho con el resultado, y dirigió años después su propia adaptación (El clan de los marselleses, 1972), con Belmondo, ya con patillas, en el mismo rol titular. Michel Constantin, secundario clave y ultracarismático del polar, que debutó como uno de los presos de Le trou, también repite en la segunda versión, aunque con otro personaje. El clan de los marselleses añade color, pero no supera a la primera. Una pena, eso sí, que Becker hijo no siguiera más allá de este prometedor debut los pasos de su progenitor, y se conformara con facturar un cine más bien ramplón y campechano, a tono con el espíritu de la vieja Francia.

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Gran jugada en la Costa Azul (1963). Delon atraca Cannes

Junto a Belmondo, Alain Delon fue la otra gran estrella que dominó la taquilla francesa a lo largo de los años 70 y 80. Pero, mientras Belmondo tomó su propio camino con irregulares cintas festivas en las que solo arriesgaba en las escenas de acción, Delon se mantuvo más fiel a las esencias del género. Quizás, porque Delon nunca se consideró como un cómico, sino como un actor que “vivía sus personajes”, en los que siempre incorporaba algo de su oscuro pasado relacionado con le milieu. Cuando sirvió en Indochina, se enamoró de Gabin en el clásico de Becker. Fue gracias a este elegantísimo clásico del gran Henri Verneuil que se conocieron en persona. El padrino dio su aprobación, y lo convirtió en su protegido.

Verneuil así su apuesta: A un lado, un paquidermo. Lento. Pesado. Con los ojos hundidos bajo sus párpados arrugados, y con la fuerza tranquila que le confiere su peso. El peso del cuerpo. De la edad. De la experiencia. Cuarenta años de carrera. Setenta películas: Gabin. Al otro, un felino, con las uñas escondidas, sin un rugido, pero con largos dientes y, en su mirada de acero azul, la determinación de los que llegarán algún día a la cumbre: Delon.

Como en Rififí, se trata de un último golpe espectacular, que también ha sido largamente imitado por Hollywood, esta vez nada menos que en el casino de Cannes (aviso para festivaleros: no el que se encuentra al lado del Palais des Festivals, sino el que está en Palm Beach, en la otra punta de La Croisette). Al infalible binomio de cerebro veterano y joven ángel negro, además del glamouroso trasfondo cannois, se suman los floridos diálogos de Michel Audiard, y la partitura de Michel Magne. El final es antológico, espectacular, inolvidable, desolador.

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Círculo rojo (1970): Melville, el rey del polar

Desde que Jean-Pierre Melville se adentró en el género con la magistral Bob, el jugador (1956), ya no hubo quien le tosiera. Imposible elegir una de sus películas, aunque Círculo rojo representa la cumbre de su estilo, tan elegante como irreal, que abraza finalmente la abstracción en un mundo gélido, industrial y deshumanizado. Y también es la más conceptual: el título alude a la boca del cañón del revolver en el momento del disparo y a una cita de Rama-Krishna, que sintetiza el infierno cíclico de los personajes. Pero también pueden detectarse numerosos círculos rojos a lo largo del film, desde el semáforo inicial a la bola del billar…

Delon, que ya protagonizó El silencio de un hombre y cerraría la filmografía del maestro con la no menos extraordinaria Crónica negra (1971), luce aquí el bigote de un ex presidiario que organiza un golpe con Gian Maria Volonté y con el totémico Yves Montand, cantante de variedades elevado a mito cinematográfico gracias al Clouzot de El salario del miedo (1953). Aquí es un ex policía alcohólico, que solo deja de temblar cuando tiene un arma entre las manos. La mayor reunión de leyendas del cine de Melville, coronada por Bourvil, en su penúltimo papel, ya legendario como el solitario, e implacable, comisario Mattei, que alimenta a sus gatos cuando llega a casa, tarde por la noche…

En la culminación del ciclo polar de Melville, la delación sigue vigente, como si en el fondo nada  hubiese cambiado desde que el realizador, vinculado a la Resistencia, le hiciera decir a Roger Duchesne, antiguo colaboracionista, aquello de que le milieu no se había repuesto de su sintonía con los nazis durante la Ocupación.

En aquellos años oscuros, de los que el país en general tampoco se ha recuperado, también se bromeaba diciendo que, cuando la «policía alemana» llamaba a la puerta, solía tener un fuerte acento marsellés, o corso, como el de José Giovanni, con el que Melville no se llevó nada bien cuando trasladó una de sus novelas a su estilo silencioso en la no menos enorme Hasta el último aliento.         

#unepetitehistoiredupolar

Aquí puedes leer la primera entrega de Polar para principiantes.

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