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Cultura

«Too late» de Mario Aznar: misterioso objeto al atardecer

En Hermosos y malditas, Cultura 11 abril, 2023

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Cuando el errabundo Mickey le cuenta a Pearl que ha sido espía en Europa y profesor de literatura en Yale no aspira a ser creído, en realidad ni siquiera habla como alguien que esté diciendo la verdad. La conversación transcurre a altas horas de la noche en un bar sonrosado por los tubos de neón, un local en un barrio elegantemente sórdido que bien podría resultar el after hours de Pynchon y Barthelme. Pearl (interpretada por Rae Dawn Chong) se ha arrancado a leer unos poemas. Mickey (Keith Carradine) cambia de criterio crítico tras intuir la honestidad de la autora (¿No era esa, por cierto, una de las premisas de la crítica literaria de  W. H. Auden recogidas en La mano del teñidor?). Él se ha escapado de un manicomio, pero luego sabremos (lo sabremos cuando ese detalle no nos importe absolutamente nada) que todo lo que pudo contar acodado en la barra de aquel bar era verdad.

Todo era verdad.

¿Y?

Choose me (1984) fue una de las películas preferidas de mi juventud, me encantaba el cine de Alan Rudolph, un director de Los Ángeles que parecía seguir el hilo de Robert Altman, y mis torpes salidas con mi primera novia consistían exclusivamente a ver el ciclo completo que le dedicó hace tanto tiempo el desaparecido cine Acteón de Valencia. Cuando cortamos me confesó que en realidad no le había gustado ninguno de aquellos filmes.

Todo era mentira. O, mejor, alguien se lo inventó todo.

¿Y?

Too Late

Johnson y Cravan en La Monumental de Barcelona. Foto: Josep Maria Co i de Triola.

Una de las noticias más agradables del panorama público-literario del pasado año fue el doble reconocimiento del premio Tigre Juan a Luis Rodríguez por Mira que eres (Candaya) y a Mario Aznar, Too late (La Navaja Suiza). Dos títulos desplazados con respecto a las claves de los géneros convencionales y la tendencia actual hacia la infantilización y el subrayado moral. El anuncio me sorprendió rodeado de monstruos, fantasmas, plantas zombi, escritoras y editores: la última noche del festival fantástico Golem Fest. ¿Había luna creciente o qué?

Del susto me alegré.

De Luis Rodríguez diré que estoy acostumbrándome a aplazar el momento de dedicarle al menos un detalle del tiempo que él y su obra merece. Tanta claridad, tanta pericia descansa sobre 8: 38 y el librito de Flaubert. Mientras que lo primero que destaco de Too late de Mario Aznar (Murcia, 1981), es justamente, su afinidad con esa rara ontología de la verdad y el amor (el «abrazo» de Jules Renard) que respiraba el film de Rudolph, la ligazón lúdica entre la crónica de hechos deseados y la lucida reflexión noir de suspiros muy pensados, su ontología-Choose Me, por así decir.

Y ese noir que en Too late supone o presupone la paralela investigación de tercer grado o de tercer ciclo –un trabajo académico, Crisis del lenguaje y ficción crítica: de Borges a Vila-Matas (UCM, 2009), una tesis doctoral– enmarca tanto en su género como en su estructura como, en relación con ambas, su tono intertextual (el lector cree distinguir guiños a Raymond Chandler y a K. Dick) una «ficción crítica».

Estructurada en siete partes, si contamos los «Agradecimientos y nota final» y los «Créditos» y la doble aportación «Siempre  a tiempo» firmada por Enrique Vila-Matas («Doctor Finnegans y Monsieur Hire» y «Turín no invita a la lógica»), la zona central, precedida y antecedida de dos Notas (Despedida y El lector) –muy contenido, por cierto, el pie de página o meta-pie) lo constituye en «Demasiado tarde» la conversación inédita mantenida con Vila-Matas durante el verano de 2018 (estupenda la calidad reflexiva de las preguntas del primero y el novelesco –y filósófico– misterio de las respuestas del segundo). Aquí, y como el autor y la elegante editorial (La navaja suiza) se han encargado de aclarar: «el único compromiso autoimpuesto fue respetar al pie de la letra las respuestas del escritor, que figuran íntegramente en el texto según él mismo las elaboró».

Too Late

Murcia. 29/08/2022 Paseo Alfonso X. Mario Aznar, escritor. Foto: José Luis Ros Caval.

Aznar llegó tarde a la primera tesis sobre Vila-Matas, a las primeras antologías y exposiciones sobre él. La conciencia del desajuste (del L’esprit de l’escalier a la lechuza de Minerva que levanta el vuelo al atardecer –el gran too late de la filosofía–) se antoja como un motor de la poética de ese género electivo naturalmente en crisis (momento de cambio en el ámbito médico) llamado «ficción crítica».

Las líneas iniciales de Too late transcurren en septiembre de 2068, adivinados otros detalles de una distopía climática, inexorable y lenta entre La rastra (Joy Williams) y los «Fake Plastic Trees» de Radiohead, la sangre sin licuar de San Genaro, el futuro que, sin embargo, siempre llega, «los espacios de la casa como  zonas de representación», ciertos hitos de un pasado reciente al modo del famoso flashback de Detour (Edgar G. Ulmer, 1954).  Y así, entre saltos temporales, neón choose-me, crítica literaria, teoría de la literatura y detalles de ficción distópica, Mario Aznar elabora también, en la tradición de la más venerable de las tradiciones narrativas (el enredo primordial, la biblioteca infinita de Borges, racconto dei racconti, tale of tales), una historia de historias y una cadena de reflexiones sobre pensamientos ya pensados (citas citadas), por así decir, cuyos primeros encantos descansan en el finísimo equilibrio en el abismo.

Porque, ¿quién parece más absorto el paseante que mira al funambulista en las alturas o ese equilibrista que ha tendido un hilo entre rascacielos?

Pronto me parece que otro mérito de Too late reside en su poder para atravesar narrativamente el tiempo y el espacio y hacerlo con distintas voces. Las pistas que de sí mismo deja el autor (deseos de segundo orden sobre volver a fumar, visitas a inmuebles despoblados) sugieren que historias que se dejan de contar son análogas a las casas que se dejan de habitar. La narración digresiva que conduce a la entrevista, podríamos decirlo así, es un pasillo de Wong Kar–wai atravesado de esa poética concepción del tiempo (de dos velocidades) que ensayó Bi Gan en la maravillosa jornada con rótulo de Eugene O’Neill: Largo viaje hacia la noche. Tanto pensamiento subyace a la elección de un tipo de desplazamiento: un desvío, una dirección única –Walter Benjamin– una ligera cojera, un movimiento en la sombra, una lentitud, un paseo, un glitch, una carrera.

Y es que el tiempo suele desplazarse cada vez más rápido en el curso de la ficción dejando ver en Too late, horadadas entre copos de nieve muy ligeros, cierta nostalgia de la posmodernidad, notas de crítica literaria (el «negativo», las permutas entre Autor, Crítico y Lector), imágenes sugerentes (el Turín nocturno, el andén, la cafetería de un hotel). Aunque en relación con esto último, Too late se sitúa en las antípodas de lo que el catedrático emérito de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Darío Villanueva, llamó Filmoliteratura porque la digresión, la frontera entre géneros impide, afortunadamente, el encuadre definitivo de una historia en una serie de fotogramas opistas encriptadas (por cierto, ¿es el banco fijado al suelo un guiño a Clement Cadou?).

Tampoco cae la zona digresiva de Too late  (afortunadamente) en la asunción acrítica de uno de los puntos ciegos de nuestro querido George Steiner al que aquí solíamos leerle el pensamiento y sus blind points: junto a su prejuicio-rock y su desdén por el terror, cierta pesadumbre teológica en torno a la creación «original» (sobre todo me refiero a sus Gramáticas de la creación). ¿Quién iba a decir que un autor tan consciente de la Nostalgia de lo absoluto podría sacralizar la primera letra de nuestro largo cuento?  Por su raro desdén con la etiqueta «secundario» o, ya puestos, «parasitario», prefiero de Auden La mano del teñidor.

Too Late

Nos alejamos del centro: habitualmente, como si de una planificación mental se tratara, numerosas líneas (entre ecos de Renard y de Blanchot) recogerán apenas instantes de acción para finalmente albergar años, género-generaciones enteras aceleradas: el fin (no como claudicación sino, hegelianamente como horizonte de lo literario), el paseo, el hotel y la noche. Diríamos entonces que la entrevista entre el crítico-narrador y Enrique Vila-Matas (con todo el mundo solidario del autor de Kassel no invita a la lógica y  Porque ella no lo pidió) se desarrolla así en el centro de la literatura, esto es (de nuevo el tan traído Juarroz) una fiesta en el centro del vacío más allá de un horizonte profetizado. Destacaría en ese lugar y en ese instante shakesperiano, la hibridez, el intersticio (la clave al decir de Tzvetan Todorov de lo fantástico: algo que hasta el último renglón admite tanto lo inverosímil como lo racional), la hendidura, el límite (de lo que limita y delimita): supongamos que hablamos de la casa en el límite de Hope Hodgson (también en la vida, pues no puedo dejar de relacionar el pudritorium italiano con el miedo a la siguiente etapa tras la madurez de la que hablaba en Ferdydurke Witold Gombrowicz).

Y otro lector disfrutará de las disquisiciones entre literatura y ficción (el hacer ficción desde la crítica literaria), o del ouvroir de littérature potentielle, entre el silencio y la nota musical (Chet Baker sigue pensando en su arte), la vida y la creación: la ficción crítica ya no como objeto de estudio sino como modo de vida. La poética de Vila-Matas, su quehacer. «Este ser es lo que queda si quitamos todo lo que hemos dejado de ser».

¿Lo que dijo Miles Davis?

Too Late

Imagen satélite de la ciudad de Turín.

Ópera prima, «padres sin hijos», mucho encanto, holometabolismo o metamorfosis –inquietudes, troubles in mind, de un gusano de seda– suerte impuesta, ecos de Barthes y de María Moreno, personaje de lector, texturas y teorías como almas perdidas, mistificaciones, comillas, poética jubilosa, ensayo novelado y otras permutaciones; etiquetas de ropa que solo nos ponemos una vez, micro-ensayos sobre la relación entre las fisiologías (género entrañable del siglo XIX) los seres y los modos verbales, sofisticación, a la vez profunda y sencilla de un Mysterious Object at Noon de Apichatpong Weerasethakul (ese cadáver de sueños exquisito).

La idea de que se puede mentir diciendo la verdad (la vieja tesis de San Agustín, la sofisticada perspectiva de Oscar Wilde –más allá del encante del crítico como artista, de la subasta de la lluvia y sus metáforas–, el acento en la intención de Kant and so on) me ha acompañado siempre desde que vi Choose Me. A veces suena afín a lo que dijo sentir Fitzgerald antes del Crack-up, otras veces pienso que lo que me cautivó fue su capacidad para unir la esteticidad con el razonamiento extraño, el artificio que revela la verdad con la confesión de que la perspectiva fílmica (lo dijo así el propio Rudolph) era «la realidad de la burbuja de su vida», su permanente estado de nervios (que también son los míos), y todo eso que me ha gustado tanto de Too late.

A uno le habría maravillado que Mario Aznar perseverara en el humor, que se atreviera, al modo del inigualable Charles Kinbote de Pálido fuego (Nabokov, 1962), a tergiversar (de forma evidente y por tanto perfectamente ética) las respuestas de E. V.-M. en lugar de cerrarlar en vitrinas, le habría gustado que se atreviera como Kinbote, el enigmático vecino, el depuesto rey de Zembla, a hacer girar el largo poema de John Shade en lugar de protegerlo así. ¿Le habría importado mucho a Vila-Matas-Shade? Por su parte, Alan Rudolph (como Clarice Lispector, K. Dick, George Saunders o Jane Austen) nació en diciembre, esto es, pertenece al grupo que he investigado en La condición despistada bajo el nombre político-estético de «los decembrinos» o aquellos que se dan cuenta de las cosas demasiado tarde. Y eso es lo que yo le quise gritar por encima de mi hombro a la carrera a mi primera novia cuando al romper me confesó que se había aburrido mucho en ese cine. Le quise decir que demasiado tarde me decía eso, o simplemente gritarle antes de alejarme como Mickey-Keith: Too late!

Hermosos: encuentros entre la bruma de Enrique Vila-Matas y Mario Aznar.

Malditas: «sensitive readers» de Agatha Christie y Roald Dahl.

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