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El patio

Los extraños andares de Alfredo Carrión

En Música, El patio 17 marzo, 2021

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Coronado el rey, se coronó el pueblo. España se encarrilaba por la senda de su Transición democrática, tras casi cuatro décadas de dictadura militarista. Las reglas eran reescritas en confusos borradores; caían prohibiciones como tordos un día de caza. Todo parecía transmutarse, sublimarse, devenir otro, y los alquimistas aprovecharon para andarse por el estudio.

En efecto, la muerte del dictador a finales de 1975 desató un torrente de creatividad, a juzgar por la proliferación de rarezas discográficas del año siguiente. El jazz, la bossa nova, el folk y, sobre todo, el pop sinfónico eran destilados en los alambiques de unos laboratorios de los que, reconozcámoslo, hemos perdido los planos. Y no solo era cosa de, como hasta entonces, las dos capitales y la excepción sevillana. Hormigueaban las agrupaciones progresivas por todo el territorio: en Cantabria (Ibio) como en Asturias (Crack), en Cataluña (Iceberg) como en Valencia (Tarántula), por no hablar de las tierras vascas.

¿Qué tenían en común la mayoría de estos músicos? Que sacaron un solo álbum, a veces majestuoso, y luego desaparecieron en el más anodino olvido. Como decía, perdimos pronto los papeles…

En este artículo, y en otros que vendrán, nos disponemos a rescatar a algunos de ellos, siempre en torno a 1976. La cosecha de aquel año rindió numerosos frutos sinfónicos, como La estrella del alba de Hilario Camacho o España, año 75 de Granada; lo que distingue a artistas como Alfredo Carrión es que no regresaron al laboratorio. Pero también se dice que un alquimista de éxito, con su Piedra en el bolsillo, jamás vuelve a pisarlo.

Si en España hubo un Alan Parsons, ese pudiera ser el señor Carrión. Arreglista tras algunos de los álbumes más conceptuales de su época, fue parcialmente responsable de que una marca light como los Canarios se pasaran a los Ciclos (1974) de Vivaldi o de que el roquero Miguel Ríos abrazara la ciencia ficción en La huerta atómica (un relato de anticipación) (1976). Pero el arreglista de estas producciones también deseaba firmar algunas canciones… o, preferentemente, mamotretos de dieciséis minutos.

Los andares del alquimista es de una pomposidad y unas ínfulas sinfónicas sin precedentes en España. La suite que cierra telón, “Los andares del alquimista (Soledades compartidas)”, oscila entre la obertura filarmónica, el bolero, el pasodoble, la ópera y unos coros yeyés que repiten:

Yo no estoy en este mundo para vivir según tus miras.

Ni tú estás en este mundo para vivir según las mías.

Don Alfredo, entonces.

Esclarecen esta petición de libertad y tolerancia unas declaraciones de 1976 —dignas de Gentle Giant— de quien acabaría trabajando como director del Departamento Dramático de la Sociedad General de Autores:

Mi preocupación en este disco ha sido dirigirme a una mayoría pero sin concesiones baratas. He aceptado por principio los elementos retóricos propios del «pop», pero he tratado de expresarme yo a través de ellos con toda sinceridad. La dosis de originalidad que pueda haber en este disco no ha sido buscada en sí misma, sino como el único medio que he encontrado para expresarme con autenticidad.

En el «pop» la música suele ser a menudo un mero pretexto para ambientar o acompañar el texto, pues bien, las canciones de este disco han sido estructuradas primero musicalmente, sin texto alguno de soporte, una vez terminadas completamente he buscado quien las pusiera letras. Estas, que una vez seleccionadas y adaptadas me han parecido hermosísimas, han sido una preocupación secundaria.

Otra cosa, mi música es genuinamente española, por la armonía, por las cadencias y por el sesgo melódico de la mayoría de sus temas. Eso sí, no es la música española tópica, ni siquiera la más conocida. No he querido con este disco hacer una obra culta ni pedante. En rigor desconozco fundamentalmente el alcance de lo hecho, sólo sé que tenía necesidad de hacerlo. De su incidencia en el medio espero aprender para una buena empresa.

Entreverando Teddy Bautista y el Llibre Vermell de Montserrat, este álbum elevaba a la quinta potencia el engreimiento del pop-rock español. Como suele suceder, el cuidado a la textura melódica supera con creces la coherencia de la composición; la diversidad de estilos en desfile recuerda a Nuestro Pequeño Mundo o a los segundos Aguaviva. Carrión no sentó una escuela de pretensiones, pero al menos legó un notable precedente para quien se atreviera a superarlo, quizás desde la orilla de los compositores. No se sabe de nadie que aceptara el reto.

Décadas después, el arreglista recordaba esos tiempos mágicos: Fueron años de eclosión creativa, aunque éramos tan sofisticados que casi nadie comprendía nada. Todavía, amigo, todavía…

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