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Daniel Vega: la noche que precede a la Movida

En Música, El patio 3 diciembre, 2020

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

El pop-rock español tiene sus constantes. Su desajuste horario crónico, su gozoso gamberrismo, su desprejuiciado mestizaje, su obsesión por lo sublime y por lo hediondo, su empeño de construir la casa por el tejado… Quizás sea esto último lo que motiva la repetición de cierto apellido a lo largo de su historia. ¿De qué apellido se tratará? Hagamos un poco de memoria:

Antonio Vega.

Nacho García Vega.

Pasión Vega.

Nacho Vegas.

La propia Vega, a secas.

Tantos “Vega” tenemos en el pop español que es difícil elegir uno. ¿Con cuál se queda usted? Si nos preguntasen a nosotros, reivindicaríamos una de esas placas con encanto del sello Movieplay: La noche que precede a la batalla, de Daniel Vega. Una de esas joyas que se agolparon en 1976, año dorado del progresivo español que iremos poco a poco desgranando. Y que, con la salvedad de algunas producciones de Aguaviva, carece de parangón en el parvo folk progresivo de sus contemporáneos.

Señoras y señores, he aquí el primer Vega del cancionero español; en este caso, un Vega macerado en las filas de la CNT y la Universidad Complutense, pero firmemente anclado en las tradiciones ibéricas. Mientras los progresivos Crack homenajearon al Cid Campeador (Si todo hiciera crack, 1979), este otro asturiano de pro se atrevió con un álbum inspirado, posiblemente, en la batalla de Covadonga.

La cara B, Cantábrico, la consagra a la dura vida de los mineros, tema favorito del cante asturiano, incluyendo una emocionada «Madre Asturias»: Tiene el cuerpo negro y verde y es rebelde, / una historia y un relieve que recoge en sus arterias / carbones almas y ferias, y es rebelde. / Ella es la favorita de la lluvia y señorita / que el Cantábrico corteja al rozar su silueta. / Ella sabe la manera capaz de atraer al viento más fuerte, / que siempre acude y se queda colgado de una arboleda / y enredado hasta que muere.

Nada me fue impuesto, no lo hubiera permitido. Gonzalo García Pelayo, productor de todas las grabaciones, y Máximo eran amigos. Gonzalo lo contrató para hacer las fotos de portada, nos citamos en el estudio de grabación y él llevaba una carpeta con dos dibujos preciosos, de inmediato me quedé con el de los jinetes pues era perfecto hasta para el título de mi disco. El otro se lo llevó el grupo Triana, que también estaba grabando. Con el tiempo la portada se hizo famosa, pero fue una feliz casualidad.

vega

Daniel Vega.

Casi de la noche a la mañana, ese frágil microcosmos experimental entró «en supernova». Puede que Daniel Vega fuera uno de los primeros en percibir la hecatombe, pues ya en 1978 decidió apartarse de la escena: él ya se veía venir la Movida madrileña.

No hubo continuidad porque todo aquello se comercializó y sobre todo se industrializó de tal manera que ya no hubo cabida para músicas experimentales, por llamarlo de algún modo. Sobre los escenarios estuve hasta 1978. De repente se hizo dueña del espectáculo la generación de “La Movida”, imaginé lo que iba a suceder y no me apeteció retirarme a esperar mejores tiempos.

No sólo abandonó los escenarios, sino aquella España triunfalista. Esta revolución, o lo que resultara de ella, ya estaba hecha. Terminada la carrera de periodismo, Daniel se marchó como corresponsal de guerra, cubriendo el conflicto de Nicaragua en 1979 y el de El Salvador en 1980. Recaló en México con un puesto fijo y terminó haciendo negocios (dicen que pingües) en Colombia. En su exilio firmó poemas bajo el nombre de Daniel «Astur» Vega. De no ser por un perdido single de 1984 («La noche de San Juan»), pareciera haberse olvidado por completo de la música…

Regresará a España y se instalará en Valencia, donde fallecerá de una enfermedad hepática en 2010. Entre sus pertenencias, se desvelaron cuatro tracks de un proyecto inacabado, Canciones para otros, y fragmentos de una suite a su patria chica, de la que existe en algún sitio una partitura. Uno no se olvida nunca de la música… Los nuevos materiales incluían un canto de amistad a sus compañeros de Latinoamérica; la editorial Hipálage publicará póstumamente su poemario Emanaciones-Nude.

Aunque su magnum opus (reeditado en 2005) adolece de brevedad a nivel de canciones y de conjunto, la campeadora «Compañeros» es uno de los mejores temas del progresivo ibérico. En ella la exaltada voz de Vega se expresa con toda su fuerza: Compañeros que me oís, pido que cuando yo muera / no me enterréis, amarradme mi bandera. / Amarradme mi bandera y poneos tras de mí, / que os pueda así servir de muralla / y podeos ayudar así en la batalla, / que aunque esté muerto, es mi batalla.

En efecto, cuando salió el álbum, su autor ya tenía un pie en el exilio. La batalla, esta vez, la ganaron los otros.

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