La cordillera, de Santiago Mitre, transcurre en una cumbre de presidentes latinoamericanos hospedados en un aislado y lujoso resort de los Andes, donde se diseña la estrategia geopolítica que conduzca a su independencia energética. El presidente de Argentina, Hernán Blanco (Ricardo Darín), no solo tomará parte en una decisiva negociación, sino que también deberá hacer frente a su pasado político y familiar.
La perspectiva que se instala entre bastidores, en los entresijos de la política internacional y el manejo de los escándalos y medios de ascensión del líder, se inserta en la temática tan propia de las series de TV que nos hacen partícipes de los gabinetes de ministros y presidentes, para intentar escandalizarnos con su hipocresía y asombrarnos con el alto precio del poder.
La cumbre se convierte en cordillera, cuando los temas citados van surgiendo y la imagen inicial del presidente Blanco, “un hombre común”, deja paso al halcón político, pero la expectativa de encontrar un retrato -y un relato- que aporte interés al guion de Mitre y Mariano Llinás (Paulina, 2015) no se llega a cumplir. La frialdad y rigidez de la narración y de su puesta en escena, así como la exquisita música de Alberto Iglesias y la fotografía de Javier Julia (Relatos salvajes, 2014) no llegan a corresponderse con el enunciado intenso y vigoroso que merecerían.
La trama secundaria sobre un escándalo a punto de ser revelado por el ex yerno del mandatario, y la crisis depresiva de su hija, tienen un tratamiento excesivamente errático, y no digamos las secuencias del psiquiatra hipnotizador o la visita de la amante del presidente al hotel donde se celebra la reunión. En resumen, un filme que no muestra nada que no hayamos visto, factura correcta y guión agujereado, donde no se consigue superar el estereotipo sin desarrollo y de difícil credibilidad.
El efecto de acartonamiento no puede ser superado por los enormes actores -Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Paulina García, Alfredo Castro, Daniel Giménez Cacho, Elena Anaya, Leonardo Franco o el cameo de Christian Slater- a los que se impide la profundidad y el recital a que nos tienen acostumbrados. Tras habernos hecho gozar con sus obras anteriores, aguardamos con nueva expectación el siguiente trabajo del director de El estudiante.
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