Las películas que lamentarás no haber visto en 2019, porque se seguirá hablando de ellas durante mucho tiempo, merecen algo más que aparecer en una lista de puntuaciones. No se puede opositar a mejor película y saberse el temario mejor que nadie para sacar el número uno, pero sí se puede merecer estar en un cuadro de honor que pueda seguir haciendo más felices, más buenos y más críticos a sus espectadores.
PARÁSITOS (Bong Joon Ho, 2019)
Ha sido una de las películas más aplaudidas en el año que cerró la década, aclamada en su estreno en el Festival de Cannes, en el que obtuvo la Palma de oro, revalidando premios como el reciente Globo de oro y apabullando históricamente con sus cuatro Óscar (película, película extranjera, director, guion). Los galardones no son necesariamente la medida del valor en ningún campo, pero en este caso son incontestables. El director coreano ha filmado una obra que hábilmente disfraza de comedia negra la eterna pugna entre clases sociales, dinamitando la meritocracia. La picaresca, la ingenuidad y las tretas para medrar socialmente en un mundo que no tiene piedad con los que no parten de la casilla correcta en la lucha por la vida, enfrentan a dos familias con una agenda oculta, que se relacionan por el interés.
Bong Joon Ho explora las aristas de un puzzle imposible de encajar, valiéndose de los recursos de la dramaturgia teatral, de un guion hábil, sorprendente y redondo y, especialmente, del uso del espacio escénico como revelador de una estructura social falsamente mutable, que parte del núcleo familiar para extenderse a su hogar y también al tejido urbano en que moran.
Parásitos es un filme idóneo para triunfar, que conjuga cine social, tragicomedia, y modernidad, muy contemporáneo, y sin embargo tiene todos los mimbres de un clásico, tanto por el tema y su tratamiento, como (especialmente) por su profunda dimensión en la comedia humana.
RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS (Céline Sciamma, 2019).
La película que ha afianzado la carrera de la directora de Tomboy (2011) obtuvo el Premio al mejor guion en el pasado Festival de Cannes y ha sido también un éxito de público. Protagonizada por Noémie Merlant y Adèle Haenel, este drama de época ambientado en el siglo XVIII, nos presenta a una joven pintora con el encargo de realizar el retrato de una joven, destinado a su prometido, con la salvedad de que la modelo rechaza posar, mostrando así su deseo de no casarse con alguien que no ama. La relación entre las mujeres supondrá una iniciación a través de la puerta abierta hacia el autoconocimiento, gracias al afecto creciente entre las dos, que transformará sus vidas.
La sutileza, el minimalismo rohmeriano de la puesta de escena, la desnudez del castillo —prácticamente único escenario interior— , donde no se pueden esconder las emociones y la química creciente, sirven para construir una historia de verdad, humildad y belleza, de transformación y aceptación sin necesidad de parrafadas autodescriptivas ni grandilocuentes gestos. Retrato de una mujer en llamas es una historia de mujeres, porque su temática no tiene traslación de género en este drama feminista cuyo contexto es motor del conflicto; es una película con perspectiva de género que describe con sencillas y elocuentes escenas la prisión cotidiana y el sometimiento de las mujeres, a quienes la sociedad patriarcal les asignó un papel en el teatro de la vida, sin tenerlas en cuenta.
LOS HERMANOS SISTERS (Jacques Audiard, 2018)
El director francés Jacques Audiard (Un profeta, 2009) adaptó la novela homónima de Patrick DeWitt en un deslumbrante y original western (rodado en los majestuosos paisajes del Pirineo aragonés), que evoca las aventuras del Oeste de la Fiebre del oro, propias de un Bret Harte. John Reilly y Joaquin Phoenix encarnan a los hermanos del título, sicarios de un notable que los envía a conseguir la fantástica fórmula de un revelador químico de la presencia de oro en los ríos.
Ambos retratos, interpretados con exquisitez, ofrecen escenas antológicas en las que la rudeza y el embrutecimiento entran en conflicto con el anhelo de estabilidad y refinamiento. La historia, que se amplía con Riz Pattel (el químico) y Jake Gyllenhall (el rastreador) para formar un asombroso cuarteto, ha sido uno de los filmes más impresionantes del año. El tratamiento enaltecedor del paisaje, con poder dramático propio, el estudio y evolución de los personajes, el ritmo de una hermosa road movie y un cierre emotivo, que conecta con la tradición del género de un modo particular, convierten a Los hermanos Sisters en una película destacada en la filmografía de Audiard, a la altura de la citada Un profeta.
JOKER (Todd Philips, 2019)
Joaquin Phoenix aparece de nuevo en la selección, siendo Joker, a juicio de un gran sector de la crítica entre el que me incluyo, la mejor interpretación masculina del año que cerró la primera década del siglo. La cota marcada por Heath Ledger en El caballero oscuro (2008) parecía insuperable, hasta que llegó Phoenix, Joaquin Phoenix, y Todd Phillips le plastificó una tarjeta donde explicaba a quien le mirara mal que su risa o llanto incontrolados y repentinos, desfasados respecto a las normas de cortesía y urbanidad, se debían a una lesión neurológica que dejaba sus expresiones emocionales fuera de control, Forgive my laughter. I have a condition.
El Joker de 2019 ha seducido e irritado —siendo acusado de intrascendente fuego de artificio— en medio de una bien alimentada polémica sobre su supuesta viralidad antisistema, pero es innegable que el nuevo enfoque del director de Resacón en Las Vegas ha marcado un hito sobresaliente en la historia de las adaptaciones del personaje del cómic al cine. Phoenix, ganador del Óscar al mejor actor, dota de una fisicidad poderosa a todos sus personajes —para los que diseña siempre una forma especial de estar en el mundo, de caminar y moverse—, construye en su encarnación del Joker un andamio minucioso, insuflado de una humanidad inaudita y multidimensional.
UNA GRAN MUJER (Kantemir Balagov, 2019)
El debut de Kantemir Balagov fue un sorprendente thriller emocional de una madurez inesperada en un director veinteañero y esas bases que estableció Closeness (2017) se han convertido en los firmes cimientos que sostienen su segundo filme.
La historia de amistad entre dos mujeres que han combatido en la trinchera más ardua y se esfuerzan por reconstruir sus vidas en el Leningrado de postguerra es otro incisivo retrato femenino, en este caso doble, con resonancias de los grandes relatos que calan en el espectador, siendo una de las fuentes de inspiración para su director la novela de Svetlana Alexievich La guerra no tiene rostro de mujer (1983). La intensidad de la propuesta de Balagov —que consiguió revalidar el premio Fipresci obtenido con su primera película con Una gran mujer en los festivales de Palm Springs y Cannes, y conseguir el de mejor director en la sección Un certain regard—, fue la propuesta rusa para el Óscar a la mejor película extranjera, que finalmente no consiguió la nominación.
HONEYLAND (Tamara Kotevska, Ljubomir Stefanov, 2019)
A pesar de salir de vacío y no confirmar con premio las nominaciones a los premios de la academia —mejor documental y mejor película extranjera— se merece estar en esta lista Honeyland, un documental macedonio que exalta el amor y respeto por la naturaleza de una paupérrima apicultora, representativo del independent spirit más puro y que ha arrasado a su paso por los festivales —Sundance, DocsBarcelona, San Petersburgo, Valladolid…— durante el pasado año.
En una de las películas más bellas e interesantes estrenadas en 2019, la narrativa visual subyugante, su carácter documental y la imponente a la vez que humilde presencia de su protagonista, consiguen aunar la denuncia y poner el foco en las formas de vivir que resisten al vandalismo y la falta de conciencia medioambiental en un pequeño ecosistema, que al final funciona como reflejo de toda una sociedad.
Entre cabañas, riscos, cabras y abejas, la punzante fealdad de Hatidze Muratova se transforma inadvertidamente ante nuestra mirada en una hermosura revelada. A su vez, va desnudando la miserable codicia de los espíritus minúsculos que han acabado con la madre naturaleza que nos acogió y nutrió, pagando su generosidad con un ilimitado expolio. Si esperas ver un documental de abejas en un recóndito lugar de Europa, te sorprenderá encontrarte una hipnótica gran película que nos habla de nosotros mismos y que cuestiona la fe en la humanidad.
MIDNIGHT TRAVELER (Hassan Fazili, 2019)
Si tenemos que reconocer que el presupuesto, el reparto y los medios no son garantía de éxito, el hecho de que una película como Midnight Traveler —grabada íntegramente con tres teléfonos móviles— haya impactado en quienes la han visto nos confirma que la magia del medio cinematográfico radica en la habilidad para contar historias, el interés del punto de vista de quien las cuenta y su capacidad de transmitir emocionalmente con imágenes una verdad o una ficción —que no dudamos en aceptar sin resistencia, porque hace resonar en nuestro interior un acorde lúcido o subconsciente, presto a unirse a la melodía.
Cuando los talibanes pusieron precio a la cabeza del director de cine afgano Hassan Fazili, este no tuvo más remedio que huir con su esposa y sus hijas de corta edad, en un viaje que se eternizó durante años a las puertas de Europa. Rodada en tiempo real, como testimonio de su huida, grabada con tres teléfonos móviles que captaron la angustia, el miedo, la esperanza, la fatiga, la depresión, Midnight Traveler —que obtuvo una mención especial en la sección Panorama de la Berlinale— nos arrastra y sumerge en una fuga minada de peligros, engaños y aberrante sinsentido. Las fatigas de la búsqueda de un improbable asilo son la única alternativa para la familia que solo cuenta con lo que puede llevar consigo, su ansia de vivir y la fuerza de su unión.
La película es una narración en primera persona, rodada sin medios por un profesional del lenguaje cinematográfico, por lo que al impacto de la inmediatez se une la capacidad narrativa, la ampliación del campo de visión a partir del relato épico y pormenorizado del viaje, hasta abarcar el intimismo de las tensiones familiares, el impacto en la pareja, el crecimiento de las niñas y su paso de la infancia a la pubertad. Midnight Traveler no busca la empatía humanitaria con un tono catastrofista sino con la cotidianidad y de ahí el impacto y el interés de su perspectiva.
EL IRLANDÉS (Martin Scorsese, 2019)
La totémica última película de Scorsese fue uno de los hitos cinematográficos de 2019, ninguneada en la temporada de premios y saldada con un clamoroso vacío en la gala de los Óscar, a pesar de sus diez nominaciones. Estuvo en boca de todos y se sometió a los escrutinios más implacables que demolían o aplaudían un hype generosamente cebado por cinéfilos y medios de comunicación. El irlandés es una adaptación de la novela I Heard you Painted Houses, de Charles Brandt, por parte de Steven Zaillian —guionista ganador de un Óscar por La lista de Schindler (1993).
La expectación sobre el primer filme totalmente de ficción que Scorsese rodaba tras Silencio (2016) presentaba varios focos de interés. Por una parte, en plena polémica entre cine para la gran pantalla y las producciones para todos los dispositivos de plataformas digitales, el director neoyorquino realizó una película para Netflix —aunque estrenada primero en un número limitado de salas de cine—, que superaba en treinta y un minutos la monumental Casino (2’58”). Además, a nivel técnico, el empleo de una herramienta de rejuvenecimiento digital de sus protagonistas, para mantener a los mismos intérpretes a lo largo de varias décadas, generó el correspondiente debate.
Por otra parte, El irlandés olía a despedida, a última reunión de cuatro grandes cuya presencia conjunta con la dignidad exigible se añoraba desde el siglo pasado. Scorsese reunía de nuevo a su dream team: Robert de Niro —fiel al director desde Malas Calles (1973)— , Joe Pesci —tras Toro Salvaje, Uno de los nuestros y Casino—, suponiendo para este último un retorno desde su retiro y contó con Harvey Keitel —trabajó ya en Quién llama a mi puerta (1967)— en un cameo, eso sí, con escasa sustancia. Scorsese contaba por primera vez con Al Pacino, al que quiso contratar desde los tiempos de El Padrino, reservándole uno de los papeles del cine negro basado en hechos reales más versionados del cine: Jimmy Hoffa, quien fuera a lo largo de casi dos décadas influyente líder sindical, jefe del crimen organizado y factótum político.
¿Es El irlandés otra película de mafiosos cuyo enfoque ya se ha anquilosado de pura imitación? ¿Sus protagonistas se clonan a sí mismos, personificando al gánster italiano à la Scorsese? ¿Los movimientos de cámara, planificación, banda sonora y ambientación han dejado de aportar interés? ¿Es El irlandés esencialmente un ejercicio de nostalgia y resucitación estéril? Según mi opinión, la respuesta es no.
Lamentablemente, los cacareados efectos de la tecnología CGI consiguieron crear unos personajes que no emulaban el aspecto real de los actores decenios atrás, ni eran ellos mismos tal como los conocimos, por supuesto, en consecuencia resultaba complicado entregarse a su interpretación sin padecer una extraña sensación de extrañamiento, una distancia que dificultaba entregarse a la narración.
A pesar de ello, el interés del filme y de la historia superan el escollo para ofrecer un estudio de la lealtad puesta a prueba por los intereses personales. La lealtad de Frank Sheeran (De Niro) hacia su protector Bufallino (Pesci) se ve alterada por la que debe a Hoffa: dos tipos diferentes de fidelidad, de reconocimiento y respeto basadas en el primer caso en el agradecimiento al poderoso y, en el segundo, a algo más parecido al afecto.
Las escenas de las dos parejas Sheeran-Bufallino y Sheeran-Hoffa son claras y poseen su propia dinámica. Nunca antes Scorsese había explorado de manera tan madura y profunda el conflicto de un corazón partido, con recursos narrativos y visuales tan diáfanos y sutiles. La relación del irlandés con uno y otro, tiene diferentes escenarios, las puertas que se dejan abiertas, la ausencia o la presencia de sus parejas, la intimidad de compartir una habitación, declaraciones, miradas…
En una película de hombres, el personaje de Peggy, la hija de Sheeran (Anna Paquin) es un elemento que actúa como revelador a un nivel intuitivo, podría decirse que huele la sinceridad y funciona como espejo de la verdad, de la decencia —por decirlo así— ante el que su padre se queda desarmado. A pesar de los regalos y las maneras familiares de Bufallino, Peggy prefiere a Hoffa, ella sí elige desde el principio, su asertividad contrasta con el torturante doble juego de su padre; su silencio, que solo se rompe en una ocasión, es la declaración incontestable que perseguirá a Sheeran hasta el final.
EL TRAIDOR (Marco Bellocchio, 2019).
El veterano director italiano filma en una clave bien distinta al director neoyorquino un magnífico fresco que recorre la historia reciente de la lucha contra la Cosa Nostra, desde los años ochenta, cuando se sella la guerra entre familias por el control del tráfico de droga. Tommaso Buscetta, un «soldado» mafioso, huye a Brasil para seguir los negocios habiéndose ganado el alias de El jefe de los dos mundos. Sin embargo, los conflictos internos en Sicilia se renuevan con una ola de asesinatos de la que son víctimas los hijos de Buscetta que quedaron en Italia. Arrestado e interrogado por la policía brasileña, el mafioso cambió la historia de Italia cuando decide colaborar con el juez Falcone y convertirse en un traidor a la Cosa Nostra.
Pierfrancesco Favino interpreta a Tommaso Buscetta a lo largo de veinte años, con una credibilidad asombrosa. La sencillez del potente relato, resulta muy efectiva cuando tan acostumbrados estamos a las crónicas que imitan el estilo periodístico, el reportaje, el bombardeo de datos con imágenes congeladas o la parafernalia operística con la que algunos directores gustan de aderezar los relatos mafiosos. La sobriedad, que no austeridad, de recursos bien medidos del director de Vincere evita el aura mítica mal disimulada que ciertos directores aplican y muchos espectadores disfrutan, Bellocchio desnuda en El traidor toda épica a la organización criminal. Especialmente dignas de valorar son las escenas del macrojuicio a la mafia, fluidas y efectivas, y muy significativa la aparición de Andreotti, cuya secuencia en la sastrería es antológica.
LILLIAN (Andreas Horvath, 2019)
Estrenada en la Quincena de los realizadores del pasado Festival de Cannes, es una producción de Ulrich Seidl, que cuenta con la colaboración de su esposa Veronica Franz (Goodnight Mommy). Esta imponente y hermética road movie está basada en la historia real de la joven de origen polaco Lillian Alling, quien, sin conocer el idioma y sin dinero, cruzó a pie Estados Unidos y Canadá entre 1926 y 1927, para regresar a su país.
El filme de Horvath arranca en Nueva York, para revelar someramente el final de la aventura fracasada de Lillian, una frustrada aspirante a modelo que vive su última estación en el infierno al verse incluso rechazada en un casting de un film pornográfico. En ese momento decide dejarlo todo y emprender el camino inverso que le llevó esperanzada a la tierra de las oportunidades.
Desde el primer fotograma, se revela la personalidad de Orvath que, en la parquedad, crudeza y elección de un punto de vista casi documental, opta por seguir a la protagonista, una excelente Patrycja Planik, que no pronuncia una sola palabra en todo el filme, filmándola sin piedad, pero tampoco cargando el tono ya de por sí dramático, evitando hacer espectáculo de la lucha por la vida, por la supervivencia, porque el propio movimiento es el más elocuente statement.
LIBERTÉ (Albert Serra, 2019)
Este viaje cinematográfico y dieciochesco dirigido por Albert Serra—tras la maravillosa La muerte de Luis XIV y el desafío al espectador que suposo Rey Sol— enfatiza el poder revolucionario del sexo, la liberación de los instintos como transgresión de las normas, una transgresión que ofende más a los burgueses que a los aristócratas, legendariamente más entregados a la fantasía que quienes se han tenido que ganar el pan, pero una provocación a la hipocresía, que es la línea de flotación y garantía de permanencia de las clases privilegiadas.
Esta transgresora adaptación al cine de su propia obra teatral, estrenada el pasado año en Berlín, se sitúa entre Potsdam y Berlín, donde los aristócratas Madame de Dumeval y los duques de Tesis y Wand, expulsados por el puritanismo de Louis XVI, solicitan el apoyo del legendario duque de Walchen —seductor y librepensador, interpretado por un anciano Helmut Berger—, para exportar el libertinaje a Alemania, una filosofía basada en el rechazo de la moralidad. Una película como Liberté, galardonada en el Festival de Cannes y ninguneada en la fiesta del cine español merece estar en esta lista y no pasar desapercibida a los amantes del cine.
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