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En camino

En Cultura miércoles, 9 de agosto de 2023

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

No se cansan nunca los que siguen esta senda / porque es a la vez la meta y el camino (Anónimo ¿persa?).

Antigua como la humanidad es la idea de su purificación. Y una de las imágenes más antiguas es la del camino. Ya aparece en el jainismo y en una de las obras maestras de la escolástica budista, El camino de purificación (Visuddhimagga). El cristianismo adoptó la jugosa imagen (Yo soy el Camino, dice Dios en persona), haciendo de sus peregrinaciones mayores la metáfora de la metáfora. El islam sufí hablará de turuq o “vías”, mientras que el “Camino del Tao” es literalmente el “Camino del Camino”. La espiritualidad más secularizada sigue refiriéndose con frecuencia a “caminos de realización”. El destino puede haber cambiado, pero no tanto los guijarros.

El problema surge cuando descubrimos que, en la vida real, los caminos nunca conducen a ningún sitio, sino que, en sentido estricto, los caminos sólo se abren a otros caminos. Podemos amputar un segmento arbitrariamente y decir: Este es el camino que lleva a Roma; pero eso es porque no queremos advertir el camino que, furtivo, subrepticio, extramuros, entre ruinas y pinares, sale de Roma. Una metáfora cuestionable, sólo apta para una imagen abstracta y falseada de su referente: lo que un camino no consigue en el día a día, ¿cómo fiarnos de que lo hará en el día señalado? De ahí lo ingenuo de creernos que puede existir un camino que conduzca a lo Absoluto, cuando ningún camino conocido conduce siquiera a lo relativo… salvo que insistamos en detenernos en un punto e ignoremos el canto del gallo que nos conmina el día siguiente a continuar la marcha.

La espiritualidad más secularizada sigue refiriéndose con frecuencia a “caminos de realización”. El destino puede haber cambiado, pero no tanto los guijarros.

Uno puede tomarse en serio la metáfora y andar de pueblo en pueblo, como han hecho muchos, buscando el sentido de la vida, que, según algunas concepciones, se escondería en un monasterio perdido en las montañas, en una sombría ciudadela subterránea, en una aldea entre bananeros o en un país sobre las nubes al que se accede por una argéntea escalerilla colgante. Aunque ciertamente verá rostros extraños y, si continúa caminando el tiempo suficiente, lenguas, atavíos y alimentos desconocidos para él, nunca encontrará en ellos a los Inmortales, a los Perfectos de sus sueños turbulentos: no estará a salvo de la muerte, de la violencia, del hambre, de la estupidez, de la voluptuosidad, ya se encuentre en las antípodas de su pueblo natal (que curiosamente ahora, desde la lontananza, se le aparece insuflado de un profundo sentido que jamás logró verle cuando vivía sumergido en sus calles…).

Tras haber recorrido en vano el ancho mundo, reconocerá la derrota, terminará en brazos de una nativa, viviendo en una cabaña en la selva, y su carácter se agriará con los años, gritándole al primer viajero que se le cruce que desista, que se detenga, que no hay nada que buscar, aquí ni en ningún rincón de la Tierra…

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Un camino sólo tiene sentido dentro del espaciotiempo. De por sí le bastaría con el espacio, con extenderse de un punto a otro, pero necesita del tiempo, de la secuencia, si quiere tener a otros seres pisando sus recodos. Ya Kant nos demostró, y creo que de forma difícil de refutar, que el espacio y el tiempo son las formas en las que percibimos la realidad los humanos y otros animales. (Habría que ver si las plantas conocen de algún modo el paso del tiempo; es difícil hablar de “conocer” en relación con esos seres.) Nosotros comprendemos este mundo como una serie de localidades y una maraña de caminos que las entrelazan, pero eso no significa que en realidad ese fastuoso despliegue no se reduzca, por así decir, a un solo punto. Al ser el espacio y el tiempo la forma en la que nos representamos las cosas, somos completamente incapaces de representarnos algo que esté “fuera” de ellos (y nótese que el binomio “fuera/dentro” es otra metáfora espacial).

Sin embargo, muchas sabidurías tradicionales nos hablan de un “afuera”, algo que está “al otro lado”, “más allá” (apréciense las comillas) de este mundo con sus Romas y sus calzadas. Llámesele el Ser, el Absoluto, Dios, brahman o el Nirvana, nos describen —o bien dan vueltas más o menos sofísticas alrededor de— algo que se sustrae a las leyes que afectan a todo lo demás, empezando por los dichosos espacio y tiempo que nos separan cruelmente, cada uno a su manera, de todo lo que nos es querido.

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Estas sabidurías proponen un “camino” para alcanzarlo, que es una forma imaginativa de llamar a cierto tipo de entrenamiento. De nuevo el lenguaje nos engaña: normalmente uno se entrena para ir a un sitio un día y hacer algo. Por ejemplo, uno ensaya cada tarde para representar una función. Pero aquí el telón permanece bajado cada noche, la tienda amanece cerrada cada día sin un cartel que indique cuándo retornará el propietario. Puede que una tarde no vayas al ensayo porque has decidido irte de excursión con tus amigos (“total, por un día…”), y precisamente esa noche se represente la gran función. Quizá sea aquella mañana cuando abra, durante un cuarto de hora escaso, la destartalada botica que ofrece en exclusiva aquella pócima mágica sin la cual sientes que no puedes sobrevivir un solo día más… aunque lleves décadas esperando en la puerta sin sufrir el menor contratiempo.

Si uno transita durante su vida por algún camino, de la clase que fuera, ello quiere decir que estará toda su vida preparándose, amoldándose para recibir algo; lo que no es poca cosa. El buscador debiera aceptar la posibilidad de llevarse décadas persiguiendo algo que no alcanzará, al menos en esta existencia, y, si ante esa perspectiva no es capaz de verle un sentido o valor al proceso, le recomendaríamos que se buscara otro hobby. Toda la vida abriendo un hueco en nuestro interior para un invitado que siempre se retrasa… ¿No será el invitado el fresco vientecillo que ha entrado al abrir los ventanales para airear el cuarto? ¿No hay mayor placer en limpiar la casa y hacer las camas canturreando que en entretener a un completo desconocido, de a saber qué temperamento, virtud y modales?

Habrán oído hablar de esos novios que marchan a la guerra y de esas novias cuyas vidas se convierten en un prolongado suspiro, que cada mañana se visten de gala, se maquillan concienzudamente y compran un ramo de flores camino del puerto, donde esperarán con los ojos fijos en la línea azul del horizonte la silueta del barco que devolverá al hogar al amado, o quizás sólo a sus compañeros… Y sabiendo lo que se aprende en la guerra, casi mejor así.

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