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Cultura

Retratos del filósofo adolescente

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 6 de octubre de 2020

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Platón conoció a su maestro cuando tenía 20 años y el día que Sócrates se tomó la cicuta apenas había cumplido la treintena. No tenemos, sin embargo, una imagen de la expresión anímica o facial de la juventud del autor de los Diálogos, únicamente la sensación de que muy pronto podría haberse consolidado en él un justificado recelo al populismo democrático (a los demagogos y otros conductores de almas) y, en particular, un indeleble temor al cambio (metabofobia).

Hay pocos retratos del filósofo adolescente en los libros de texto o en ese oxímoron que es el «manual de filosofía» y eso contribuye a deformar la idea más hermosa de la filosofía: la imparable y temprana curiosidad por conocer.

Descartes tuvo aquellos famosos sueños que le permitieron vislumbrar el camino a una «ciencia maravillosa» con 24 años. Spinoza logró que le expulsaran de la sinagoga a esa misma edad. David Hume, una de las últimas víctimas de ese ímpetu sin contrapesos en que ha devenido el revisionismo moral, dejó escrito a los 16 años su intención de investigar la naturaleza humana y en diversos lugares de su autobiografía leemos que fue en su adolescencia cuando encontró esa inclinación por el pensamiento.

La durísima vida de las mujeres en la época de Mary Wollstoncraft hacía que las filósofas publicaran tarde, en el mejor de los casos, pero la autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792) maduró sus ideas justas e igualitarias mucho antes de alcanzar la mayoría de edad.

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Fiedrich Schelling ingresó con 16 años en el famoso Seminario de Tubinga, donde también estudió Hölderlin. La mayoría de los exponentes del idealismo y el romanticismo alemán fueron alcanzados por la curiosidad filosófica en su adolescencia.

Al otro lado del espectro más romántico, el mayor de los hijos de James Mill fue objeto de una educación monstruosa que hizo que a los 12 años ya hubiera leído a Demóstenes y a Platón, a David Ricardo y a Adam Smith. Su padre, utilitarista y obseso, hizo de él un dolorido experimento paterno-filial. John Stuart Mill fue un pensador adolescente a su pesar, pero gracias a ello tenemos una de las autobiografías más emocionantes de la historia de la filosofía y acaso, el mejor tratado de la época sobre la libertad.

El joven Marx se comprometió a los 18 años con la baronesa prusiana Jenny von Westphalen, pero un año antes ya había decidido torcerse (dejar los estudios de derecho) y dedicarse a la filosofía. Con 17 años, este gran bebedor de cerveza sincera y hermosamente comprometido con los explotados del mundo se unió al Club de la Taberna de Tréveris que un día llegaría a presidir.

Marx fue el más famoso de los jóvenes hegelianos (Junghegelianer) o hegelianos de izquierda en una época en la que el mundo creía que había nacido hace poco o que estaba a punto de nacer. Friedrich Nietzsche, el más inclasificable y perturbador de los pensadores adolescentes, escribió a los 13 años, En una edad en que se tiene el corazón dividido a partes iguales entre los juegos infantiles y Dios, su primer ejercicio filosófico: Sobre el origen del mal.

Hannah Arendt fue una joven rebelde que a los 17 años pensaba en la Crítica de la razón pura o en la Psicología de las concepciones del mundo de Jaspers. Simone de Beauvoir se rebeló contra las instituciones más conservadoras de su tiempo (y posiblemente todavía del nuestro) con 13 años.

No tenemos una imagen mental del pensador adolescente. Tampoco tenemos un busto de los filósofos en su juventud, es comprensible que sea así cuando la mayoría hubo de consagrarse solo al final de sus vidas o después de ellas. Sería hermoso, sin embargo, que los libros de educación secundaria y bachillerato incluso ese oxímoron que es el “manual de filosofía” dedicaran un tiempo a destacar que fue a la edad media que hay en los pupitres el momento en que algunos seres humanos de ambos sexos empezaron a preguntarse acerca de las cuestiones más profundas de la vida.

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Nunca es tarde, estos días la meritoria editorial Página Indómita nos propone una nueva versión del Discurso sobre la servidumbre voluntaria, traducida por Luis González Castro y prologada por Roberto Ramos Fontecoba.

Escrito a los 18 años por Étienne de La Boétie. se preguntaba acerca de por qué tantas personas se esfuerzan en mantener a un tirano en el poder, se preguntaba el amigo más querido de Montaigne, por qué hay tanto vecino filodespótico (amante de los déspotas), o tanto adorador del despotismo entre nosotros, sujetos complacidos en obedecer al que más grita, como si anidara en nuestro pecho un irrefrenable impulso de esclavitud. Lo pensó en su adolescencia mucho tiempo antes de que votáramos a déspotas por doquier.

Hermosos: ímpetus filsóficos.

Malditas: iniciativas para desprestigiar a Hume.

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