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69 Festival de Cannes #5: De padres e hijas, y de maridos y mujeres

En Cine y Series domingo, 5 de junio de 2016

Violeta Kovacsics

Violeta Kovacsics

PERFIL

La alemana Maren Ade encandila a Cannes con Toni Erdmann. En uno de los pasajes más demoledores de Stoner, la novela de John Williams sobre un joven lanzado prematuramente a los brazos de la adultez, el protagonista observa y descubre que su hija, quien dio aire a su anodina vida, es infeliz y alcohólica. La nostalgia por la placentera ingenuidad de la infancia, el desgarro y la impotencia ante la tristeza de alguien querido, irrumpe con terrible quietud.

En Toni Erdmann, la última película de Maren Ade, hay un momento en el que un padre observa por una ventana a un señor jugando con un niño. Una no puede evitar pensar en el sabor dulce y amargo de la nostalgia, en que quizá el protagonista ve en ese hombre y en ese infante a él mismo y a su hija, años atrás. En el fondo, Toni Erdmann trata de cómo un padre reacciona a la tristeza que le invade al observar que su hija lleva una vida excesivamente estresante y entristecida. Aquí, la desazonadora impotencia que asomaba en la novela de Williams desaparece para dar paso a una comedia de tiempos dilatados.

La hija trabaja como consultora en una gran empresa. Sujeta a las normas del neoliberalismo más encorsetado, tiene que luchar para imponer sus comentarios ante sus compañeros y se ve relegada, por ejemplo, a llevar de compras a la esposa de un cliente. En este universo de normas, de politesse y de machismo endémico, irrumpe el padre, dispuesto a recordarle a su hija que en la vida también es necesario lo lúdico. A Toni Erdmann se le puede achacar el carácter intrusivo del padre, la voluntad irracional por devolver a su hija a la condición de niña, en la que el juego aún está permitido. Sin embargo, la comicidad se impone en una película que gira, precisamente, en torno a la necesidad de mantener la diversión.

Tony Erdmann

Winifred, el padre, decide disfrazarse y transformarse en un personaje que él mismo ha creado, Toni Erdmann, un mentiroso con peluca y con unos dientes como los de Jerry Lewis en El profesor chiflado. La referencia no es vana: desde la primera escena de la película, se pone en escena el carácter juguetón del personaje, y su dualidad, pues en Erdmann, el protagonista ha encontrado a su propio Mr. Hyde.

En Entre nosotros, la anterior película de Ade, la directora evocaba el cine de John Cassavetes, y en especial Faces, para contar la crisis de una pareja joven. En aquel filme, la chica jugaba con su pareja, en un equilibrio, de nuevo, entre la infantilidad y la edad adulta. Aquella era una película muy física. En Toni Erdmann, Ade compone una comedia triste y también física: por la transformación del padre, por la voz de la hija cuando entona una canción de Whitney Houston y por el cuerpo de ella, protagonista de la escena culminante del filme.

L'économie du couple

En L’Économie du couple, la última película Joachim Lafosse, presentada en la Quincena de los realizadores de Cannes, encontramos otra pareja en crisis. Marie (Bérénice Bejo) y Boris (Cédric Kahn) han decidido separarse. Sin embargo, y por motivos económicos, están obligados a seguir viviendo bajo el mismo techo. La premisa permite a Lafosse dejar que la cámara permanezca durante casi todo el metraje entre las cuatro paredes de la casa, preciosamente remodelada, en la que los protagonistas viven con sus hijas gemelas. Así, Lafosse torna el hogar en otra cosa, es algo que pesa, que encierra, que evoca con nostalgia momentos más felices. Y, sobre todo, deja de ser un lugar abstracto para convertirse en un espacio que tiene un valor, es el bien material sobre el que discute la pareja, son las ruinas del amor que fue y que se ha desvanecido.

En À perdre la raison, Lafosse definía de manera radical la relación de una mujer con su abusivo esposo. El filme terminaba con un fuera de campos tan calmo como terrible. En L’Économie du couple, la cámara se posa sobre uno de sus personajes, lo encierra entre los límites del cuadro y deja al otro en fuera de campo. En un momento de la película, Marie celebra una cena con sus amigos. Boris irrumpe e insiste en quedarse, pese al enfado de Marie. Los invitados discuten, Marie se queja, y nosotros vemos sobre todo el rostro de Boris, con una sonrisa quebrada como la de Joaquin Phoenix y que, sin grandes gestos, convierte la velada en incomodidad. Así, el cineasta belga carga el espacio cotidiano e íntimo de la familia de una violencia latente.

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