Los Oscar de Hollywood son los Oscar de Hollywood, no cabe duda. Ya se sabe que rara vez participan las favoritas de la crítica –así en general (incluso de la norteamericana)–, y que cuando casualmente se cuelan entre las nominadas, como fue el caso, el año pasado, con El hilo invisible –una de las más indiscutibles obras maestras de los últimos años– es para ejercer de convidadas de piedra, y llevarse una simbólica estatuilla al Mejor Vestuario. De chiste.
Los Oscar es Hollywood celebrando a Hollywood, y el resto del mundo mirando. Es decir, lo que la Academia considera, a través de su democrático sistema de votos, que les representa. Pero los Oscar, en los últimos años, se han convertido sobre todo en una ocasión inigualable para cabrear a Trump, al que Hollywood contempla como una anomalía del sistema (en vez de un fruto de un sistema). Recordemos que, en 2013, Trump tuiteó la gala postulándose como maestro de ceremonias para arreglar el fiasco. En esta ocasión, hasta el escenario del Dolby Theatre, donde se celebrará el domingo una de las ediciones más peculiares de los Oscar (sin presentador, con no pocos polémicas y la posible irrupción de nuevos paradigmas), parece diseñado como una burla del característico peinado del presidente. La guerra está en su apogeo.
Ya es mala suerte tener (casi) todo Hollywood en contra cuando, con la salvedad del inimitable Ronald Reagan, se trata del residente de la Casa Blanca más apegado al show business, ya sea por sus incontables cameos, sus reality neoliberales (¡Estás despedido!) o su incontrolable carácter de hombre espectáculo 24/7. En vez de ser el gran invitado de honor a una gala en la que se sentiría como en casa, una vez más quedará relegado a una suerte de Gran Gatsby del Despacho Oval que contempla la fiesta en la tele, si no ha contraprogramado alguna actividad alternativa.
El enfrentamiento entre Hollywood y Trump ha llegado a tal extremo que incluso ha vuelto a ser nominado, por un par de documentales estrenados en 2018, como Peor Actor. Trump ya compitió en los Razzie de 1991, cuando no era más que el ídolo de Patrick Bateman (y de otros muchos como él), gracias a su intervención en Los fantasmas no pueden… hacerlo. Aunque ahora ha arrastrado a la pobre Melania, nominada como Peor Secundaria en estos antiOscar que tradicionalmente se entregan, es un decir, la víspera de la ceremonia de la Academia. Una ceremonia en la que, por cierto, puede pasar de todo…
Así pues, en vez de lanzar nuestras arriesgadas predicciones a lo Nostradamus o resaltar nuestras favoritas en plan Narciso, hemos preferido ordenar las ocho nominadas a Mejor Película, en función de cuanto pueden cabrear a Trump. De menos a más. En otras palabras, un trumpómetro de los Oscar.
#1 Ha nacido una estrella, de Bradley Cooper: sonrisas y lágrimas
La película: El debut tras la cámara de Bradley Cooper tiene tantos haters como fans, y nosotros podríamos llegar a defenderla. La primera parte (el subidón) funciona como un tiro, la química entre Lady Gaga al natural y el Cooper de siempre es incuestionable. Pero la cuarta versión de la eterna historia que ha surcado Hollywood desde sus inicios pierde fuerza cuando pasa al melodrama (el bajón), justo cuando el también nominado Sam Elliott se despide de su hermano de ficción. Ella apoya la cabeza en el hombro de Cooper, y la magia se va al garete. Queda lo kitsch (7/10).
El Trumpómetro: Perseguir un sueño y el precio del éxito, elementos clásicos que perviven en cualquier reality show, no son conceptos pensados para sacar de sus casillas al actual presidente. Es más, la película casi está fuera de juego en ese sentido, por mucho que Bradley Cooper, un actor muy querido por los republicanos a raíz de El francotirador, sea un demócrata convencido, y que Lady Gaga, abanderada del #MeToo, llegara a la manifestarse ante la Trump Tower durante la noche electoral de 2016 (1/10).
#2 The Green Book, de Peter Farrelly: Paseando a Don Shirley
La película: Una feel good movie en toda regla, de esas que no te hacen sentir muy bien si no eres público objetivo, casi un Intocable a la americana, con todo lo que tiene de bueno (mucho público) y de malo (críticas tibias). Es la gran favorita de esta edición, y cuenta la amistad que surgió, en los años 60, entre Tony Lip, un italiano de New Jersey (un Viggo Mortensen entrado en carnes que parece salido de un flashback de Los Soprano), y el estirado músico afroamericano Don Shirley (Mahershala Ali, otra vez favorito a la estatuilla). Aunque es un caso real, contado por Nick Vallelonga, hijo del primero, no resulta verosímil. Presenta a su padre como a un racista, capaz de tirar dos vasos a la basura solo porque han sido utilizados por dos operarios negros, y a los cinco minutos ya es el mejor tipo del mundo. Da la impresión de que ambos van derribando toda clase de barreras sociales a 180 kilómetros por hora, como una carrera de obstáculos filmada al ralentí (4/10).
Trumpómetro: Eso sí, la película, que pretende ser un cuento de Navidad a lo Capra, deja muy claro que en el Norte todo es posible, mientras que el Sur de entonces era un infierno sin remedio. Esto a Trump, que es pure New York, no tiene por qué molestarle, y menos si se entera de que Vallelonga le rió las gracias racistas en Twitter y que Farrelly también hizo frente a un pequeño escándalo, cuando se recordó que era de los que gustan de sacarse el pene, para sorprender a sus interlocutoras en el transcurso de una conversación aparentemente banal. No es el tipo de humor que moleste al presidente. Al contrario (2/10).
#3 Bohemian Rhapsody, de Brian Singer: Show Must Go On
La película: El mastodóntico biopic musical puede parecer un elefante en la cacharrería de los Oscar, aunque tiene muchas posibilidades de llegar a lo más alto, sobre todo en cuanto a Rami Malek que, curiosamente, es el que menos se parece al original de toda la banda. Eso sí, el actor tiene el gran mérito de lucir una (exagerada) falsa dentadura que es toda una declaración de intenciones: lo postizo como prueba de autenticidad. Bryan Singer, despedido a tres semanas de terminar el rodaje y oficiosamente (juicio mediático) acusado de abuso de menores, podría convertirse en el director menos mencionado en los agradecimientos de la historia de los Oscar, y demás galardones (4/10).
El trumpómetro: Es obvio que la relación entre Trump y el colectivo LGBT no ha sido un camino de rosas, aunque nada prueba que en la intimidad el presidente no sea como Cheney y estas cosas le traigan sin cuidado, de no ser por la presión ultra conservadora del partido que representa, más cuando la película parece menos el retrato de un hombre gay que una imposible historia de amor heterosexual. Por otro lado, a Queen no le gusta Trump, pero a Trump sí le gusta Queen. En la campaña electoral utilizó We Are the Champions sin permiso de la banda, y también ha expresado su devoción por la canción que da título al filme, por mucho que fuese utilizada (con autorización de la banda) en una de esas parodias con la que, cada dos por tres, se le gratifica (3/10).
#4 La favorita, de Yorgos Lanthimos: la antiacadémica
La película: Si la película no hace honor a su título, y tiene pinta de ser la convidada de piedra de esta edición, al menos sigue siendo nuestra favorita, incluso por encima de Roma, porque es tan deliciosamente extravagante que brilla como una auténtica perla negra en el contexto académico ramplón de los Oscar. Divertida, descocada e irresistible, tendrá mucha suerte si Olivia Colman, esa memorable Reina Ana acaba culminando la maratón de recogida de galardones que arrancó en la Mostra de Venecia. Lo más probable es que se lo quite Glenn Close (9/10).
El Trumpómetro: Lo más probable es que Trump no se haya percatado de su existencia, que en caso contrario no acabe de entenderla, y que lo que más le llamara la atención fuese la nacionalidad de Lanthimos, a punto de ser confundido con un inmigrante ilegal ¡Un griego! ¿Qué hace un griego en los Oscar? Y con una película tan rara ¿Nos hemos vuelto locos? Por si acaso, la Colman ya soltó un discurso anti Trump en Palm Springs, donde se celebra el festival en el que hacen fortuna las candidatas extranjeras y donde vive la gente más rica de Hollywood. Subida al escenario, dio a entender que su personaje, una persona poderosa, pero enloquecida, frustrada, confusa e inestable, podía recordar al que no hacía falta nombrar (4/10).
#5 El vicio del poder, de Adam McKay: más malvado que Trump
La película: No nos dice nada que no sepamos, pero resulta más simpática, y más divertida, que un documental de Michael Moore. Aunque le falte algo de tijera (un mal endémico del cine actual, que equipara duración con grandeza), su formato de biopic semideconstruido es lo suficientemente estimulante para mantenernos atentos al reciclaje de información, y tiene unos cuantos momentazos para el recuerdo. Se ha dicho hasta la saciedad que Christian Bale (favorito al Mejor Actor, por detrás de Rami Malek) está enorme bajo sus toneladas de maquillaje, aunque la que brilla de verdad es, como siempre, Amy Adams, que hoy por hoy es la mejor actriz de Hollywood. Cuánto nos indignaremos cuando, una vez más, vuelva a quedarse sin estatuilla (7/10).
El Trumpómetro: Hasta cierto punto, Dick Cheney es la antítesis de Trump. Al primero le gustaba gobernar con discreción, mientras que el segundo disfruta tuiteando a lo loco. Si la Historia tuviera que juzgarles ahora mismo, Trump seguiría siendo un aprendiz al lado del maquiavélico Cheney, artífice y beneficiario de la polémica invasión de Irak. Quizás por eso Trump preferiría que no ganase este retrato, en cierta medida humanizador, del que le dio mil vueltas en la sombra. Sobre todo si se quedó, caso de haber visto la película, a la escena post créditos, donde se lanza el inevitable dardo directo contra su figura (5/10).
#6 Black Panther, de Ryan Coogler: atardeceres de Wakanda
La película: Esta mezcla supuestamente ultravitaminada de Blaxploitation y Tarzán, que tiene en la ya oscarizada (y esta vez no nominada) Lupita Nyong’o su mayor atractivo, es la primera película de superhéroes que se introduce entre las nominadas a la Mejor Película, y puede significar el reconocimiento de la Academia al triunfante subgénero que Marvel ha abanderado con 18 exitosas entregas. Un posible cambio de paradigma a mayor gloria del croma, y de todos esos atardeceres violetáceos de Wakanda que no queremos ni de salvapantallas (4/10).
El Trumpómetro: El título puede llevar a error. Aunque la dirige Ryan Coogler, parece más bien un festival de afroamericanismo para blancos, que además aboga por la no violencia, en contra de lo que predicaban los auténticos panteras negras, más bien partidarios de la lucha armada, cuando el cómic original salió a la venta en 1966. Eso sí, la alegoría de un país cerrado en sí mismo, que no se preocupa por el resto del mundo, no presta a engaño. Y más, cuando en el discurso final, el protagonista clama algo así como que en tiempos de crisis, la gente sabia construye puentes y los tontos levantan muros. A nadie le gusta que le insulten, y menos cuando considera que los países más pobres de África (no sería el caso de Wakanda), son agujeros de mierda (7/10).
#7 Infiltrados en el KKKlan, de Spike Lee: sábanas blancas
La película: Tan irregular como una carretera secundaria de Mississippi, el último joint de Spike Lee, basado en la experiencia real de un policía afroamericano que se infiltró, vía telefónica, en el KKK, tiene sus momentos: la gloriosa intro a cargo de Alec Baldwin (uno de los más celebrados imitadores de Trump), la aparición de Harry Belafonte, que nos recuerda a todas aquellas películas de Sidney Poitier, o esa conclusión que liga el pasado con una actualidad en la que el KKK vuelve a estar muy de moda. Ingenuos los que creían que las procesiones no volverían (6/10).
Trumpómetro: La película en sí misma es prácticamente un panfleto anti Trump, donde se demuestra el paralelismo entre la ideología de David Duke (bordado por Topher Grace), histórico líder del Klan, y la del actual presidente, trazando una línea de racismo omnipresente que remonta a El nacimiento de una nación. Lee no puede parar de cargar contra Trump. No hace ni un mes que dirigió un clip de The Killers (Land of the Free), donde claman contra las excavadoras que ya están trabajando en el muro de la vergüenza (8/10).
#8 Roma, de Alfonso Cuarón: al otro lado del muro
La película: Todos los caminos llevan a Roma, o por lo menos al caballo de Troya con el que Netflix se ha introducido en la noche de los Oscar. Un cambio de paradigma, en este caso, con relativas posibilidades, pese al hecho de que absolutamente todo el mundo ha visto la película. Un consenso marmóreo que nos impide ver las hipotéticas grietas del filme, no tan absolutamente perfecto como parece (7/10).
El Trumpómetro: Nada cabrearía más al presidente que una película mexicana se alzara como la gran campeona de los Oscar, justamente cuando él a lo que está es a levantar su inexcusable muro, y más cuando Yalitza Aparicio es la primera indígena que se postula por la dorada estatuilla, y además por un rol de empleada del hogar. Ya pasó el año pasado con La forma del agua, de Guillermo del Toro. A la mañana siguiente, Trump ya estaba tuiteando, pero no para felicitar a la película ganadora, o lanzar un mensaje de presidente a presidente, sino para denunciar que México no estaba haciendo lo necesario para que las drogas no entren en Estados Unidos. Más adelante, se burló de la baja audiencia de la gala, y señaló que era por falta de estrellas. Ya no quedan, tuiteó, salvo su presidente (es broma, claro) (9/10). ¡Claro!
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