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Tarde para la ira, thriller cañí y aires sureños

En Cine y Series 9 septiembre, 2016

Xavi Sánchez Pons

Xavi Sánchez Pons

PERFIL

Parafraseando a la gran Raffaella Carrà, últimamente, para hacer bien el thriller, hay que venir al sur. Y es que, desde principios de 2000, los motivos o territorios sureños de nuestra piel de toro han sido la localización perfecta para toda clase de neo-noirs que han devuelto el lustre a un género que brilló en nuestro país con especial fuerza a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta con títulos como El expreso de Andalucía o A tiro limpio.

La película que sin saberlo se adelantó a esa moda patria que felizmente nos ha tocado vivir hoy fue Sexy Beast, debut en el cine del Jonathan Glazer, mago de los videoclips y la publicidad, que situaba su extrañísima historia de mafiosos ingleses retirados en la Costa del sol española. Solo dos años después del excelente debut de Glazer, llegó La caja 507, piedra de toque del thriller moderno estatal y una de los mejores esfuerzos de Enrique Urbizu. La cinta del cineasta vasco mezclaba, de forma sabia y con ganas de molestar al establishment (algo rarísimo de ver en nuestro país), el relato policíaco y la historia de venganza (Tarde para la ira se inspira en esta vendetta), con una vena de denuncia: la corrupción política de Marbella.

Y diez años después de la seminal La caja 507 llegó Alberto Rodríguez y la notable Grupo 7, historia de policías en la Sevilla pre-Expo 92 (uno de ellos Antonio de la Torre, protagonista del debut en la dirección de Raúl Arévalo). Seguida de la no menos interesante La isla mínimacinta con reminiscencias a Memories of Murder de Bong Joon Ho donde una pareja antitética de detectives de homicidios (Arévalo, director de Tarde para la ira, lidera el dúo) se enfrenta a un psicópata en un pequeño pueblo cercano al Guadalquivir. Hace solo unos meses llegaba también Toro de Kike Maíllo, thriller ambientado en diversas poblaciones de la Costa del sol que mezclaba  El precio del poder de Brian de Palma con el fatalismo propio de las tragedias griegas.

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Ahora es el turno de Tarde para la ira, que si bien no está situada en el sur per se (aparecen diversas zonas de la geografía española), sí que apuesta por una imaginería sureña al contar con diversos personajes de origen andaluz (ojo con Manolo Solo), el uso de canciones de ascendencia flamenca (la versión de Bambino a cargo de Miguel Poveda) para ilustrar el viaje casi suicida de los dos protagonistas centrales, y guiños al cine de Alberto Rodríguez. Arévalo debuta tras las cámaras con un thriller contundente y seco como una patada en el bajo vientre que, a pesar de sus deudas claras (el Nicolas Winding Refn de la trilogía Pusher, la antes citada La caja 507 o Los tres entierros de Melquiades Estrada) y de sus evidentes costuras, funciona como un prometedor primer esfuerzo. Una historia de venganza con cierto factor sorpresa que no hace ascos a la violencia, ya sea explícita o sugerida.

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¿Por qué esa fascinación del thriller español actual por el sur o por los motivos sureños? Pues porque no hay mejor forma de llegar a la universalidad que desde lo autóctono. El thriller o cine negro tiene unos códigos tan marcados y reconocibles para el espectador, que los detalles propios de cada país o zona regional son necesarios para enriquecer el conjunto e ir más allá de la simple copia o del ejercicio de estilo sin personalidad. En el caso concreto del sur de España, destaca el particular urbanismo de algunas zonas (Marbella, Torremolinos, Fuengirola), a veces un personaje más de la historia como en el caso de Toro; el acento o el slang andaluz que policías y cacos utilizan en Grupo 7; ese sol castigador, testigo del destino de los protagonistas, de La Caja 507; el pueblo del Guadalquivir de La isla mínima, microcosmos de las sombras que acechaban a la España de transición; o esas canciones aflamencadas que suenan en Tarde para la ira. Lo dicho, para hacer bien el thriller hay que venir para el sur.

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