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Serial Watcher

«Succession», la caída final de la dinastía Roy

En Cine y Series, Serial Watcher 1 abril, 2023

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

El pasado domingo 26 de marzo (lunes 27 en España, HBO España) se asistió al arranque de la cuarta y última temporada de Succession. La ficción cainita por excelencia, la que con las miserias del clan Roy ha llenado de júbilo el ocio de millones de seguidores, concluye su travesía tras tres temporadas generando ese difícil consenso entre público y crítica televisiva. Pese a la voluntad de los mandamases de la HBO por alargar la vida de su último cartucho de calidad, así como rival a batir en cualquier gala de premios, su creador, Jesse Armstrong, en otro acto de sensatez que avala su quehacer creativo, ha decidido desoír los deseos de sus jefes y concluir las dentelladas y navajazos de la camada Roy con una cuarta temporada que justo acaba de presentar sus cartas de apertura.

La marcha de Succession en pocas semanas entona, además, un fin de ciclo en la televisión contemporánea. Coincidiendo con la salida de Better Call Saul y Atlanta, y la próxima de Barry —otro producto insigne de una HBO que ve reducido su enganche como plataforma de calidad—, la desaparición de Succcession agudizará el vacío de unas parrillas sin productos de adhesión orgullosa, entendidos estos como ficciones de largo recorrido, que preservaron las fragancias de lo que se celebró como la tercera edad de oro de la televisión. Se acentúa de este modo la tendencia observada en los últimos años que apunta a que la calidad televisiva se encona en las miniseries, depositarias de un arco de desarrollo más limitado y acotado, lo que favorece el no estiramiento del relato, según convenga a los directivos amparados en sus métricas de evaluación y escrutinio.

Succession

Volviendo a las jugadas maquiavélicas, y a la fechorías removidas por esa condición humana que ya catalogó Shakespeare siglos atrás y que agrietan a esta familia neoyorquina carroñera, su marcha se recibe como un mal trago para la comunidad seriéfila, por mucho que en el fondo se intuya como la decisión adecuada. Lo es porque supone prescindir de entrada de ese acto terapéutico, aunque inofensivo, pero justiciero a su modo, que implicaba ver a ese 1% que acumula la riqueza mundial devorarse entre ellos. Un rito de canibalismo acentuado contagiado por un ritmo frenético, los diálogos afilados y punzantes, cuando no devastadores y «guillotinantes», que definen el ambiente de esa burbuja de los que pilotan a diario con cifras astronómicas. Otra renuncia que conlleva la anunciada desconexión será decir adiós a la mejor pareja humorística que haya dado la televisión en la última década: ese binomio formado por Greg (Nicholas Braun) y Tom (Matthew Macfadyen) que funcionaba a la perfección como contrapunto cómico a toda la bilis y podredumbre moral.

Tampoco será fácil despegarse de las alimañas que conforman el clan Roy, quienes han demostrado sus vulnerabilidades, a lo largo de tres contiendas, cuando no estaban inmersos en batallas fratricidas, ganándose así, y a su modo (un poco a contracorazón), el aprecio o, como mínimo, el compadecer de los telespectadores. Puede que el pater familias, indeseable y misántropo hasta su último aliento, sea el único personaje que no haya permitido ni un resquicio para la anexión empática. No por ello, y gracias en buena medida a la inmaculada interpretación de Brian Cox, se le impedirá pedir su ingreso en el panteón de los grandes antihéroes catódicos de este siglo, junto a figuras como Omar Little, Don Draper, Tony Soprano o Walter White. Se añorarán sus Fuck off.

Igual se echará de menos a sus tres retoños: Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y el deslenguado Roman (Kieran Culkin) —sí, aquí también nos olvidamos de Connor (Alan Ruck). Cada uno, desde su terreno del cuadrilátero, generando solidez dramática con sus mezquinos modales, depravaciones varias y demás tropelías que hemos contemplado desde junio de 2018 y que han engrandecido este relato coral sobre las hienas neoyorquinas que determinan, desde sus fortalezas de vidrio y acero, el mundo que cohabitamos. Como dice Logan Roy en el primer episodio de esta temporada final cuando interlocuta con su recién coronado mejor amigo, su guardaespaldas: ¿Qué es la gente?…Son unidades económicas… Yo soy un gigante, pero estos seres diminutos juntos forman un mercado.

Succession

Los hermanos Roy en el capítulo final de la tercera temporada de Succession.

Se podrá discutir si el punto y final del producto ha sido precipitado o llega en el momento oportuno. La tercera temporada emitió alguna señal de alarma sobre el riesgo de caer en cierto bucle dramático respecto a la trama central y las escaramuzas familiares. Riesgo que la última temporada deberá sepultar. De momento, lo ha hecho poniendo toda la carne en el asador. Un arranque disperso, algo desnortado y vacilante respecto al angustioso cliffhanger con el que cerró la pasada temporada. Una reentrada al universo de los Roy que no es la primera vez que se produce en esos términos. Pese a la desorientación inicial, pronto «The Monsters» (sin sutilezas) va poniendo orden en el tapete narrativo y clarificando los nuevos elementos en disputa y la posición de cada personaje respecto a estos. Un episodio de inicio que coincide con las temidas celebraciones familiares, en este caso el agriado cumpleaños de Logan, que ha servido para escenificar la guerra sin cuartel entre el bando de los hijos que rompen con la figura paternal, y ese padre “Saturno” que los repudia.

Este enfrentamiento directo se configura como el principal hilo de desenlace de esta última ración. También varias fichas de peso han cambiado de bando. Otro de los puntos calientes que anticipa la temporada es el dramático enfrentamiento personal entre Shiv y Tom plasmado con esa tremenda secuencia con la que finaliza la primera dosis de la temporada final. Aunque la receta es consabida: cuanta mayor carnaza emocional esté en juego, y mayor pueda ser el descalabro personal de cada integrante de esta miserable familia, más goce para el aficionado. Así que la cuarta temporada promete un descenso imparable desde las alturas vertiginosas por la que transitan estos personajes equipados con su codicia enfermiza, representantes de esas existencias viciadas de reproches, odios, feroz jerga y agresivos modales laborales que a la mayoría de los mortales nos resulta, por suerte, lejana, como nuestras vidas les resultan a ellos.

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La guerra ha empezado con un inesperado cambio de look, inducido por el cambio de escenario parcial. Una contraposición buscada entre la fotografía sobreexpuesta de la California soleada en la que transita el bando de los hijos lejos de la autoridad dominante del padre, y en el otro polo del país, esos tonos de escasa luminosidad del Nueva York que sigue representado por la figura oscura del patriarca multimillonario.

La última batalla interna del clan Roy anuncia una cantidad importante de bajas. Queda por descubrir quien sobrevive al enfrentamiento, quien queda más expuesto, y qué traición prevalecerá. Lo que no habrá seguro, porque viene perfilándose desde la primera temporada, es un vencedor. Solo desalmados  que, probablemente, sigan atrapados en ese lodo de bajeza moral y vacío espiritual por el que se mueven.

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