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Serial Watcher

«Yellowstone»: My land, my rules

En Cine y Series, Serial Watcher 19 agosto, 2023

Ariadna González

Ariadna González

PERFIL

Yellowstone es el neowestern serial que ha estado batiendo records de audiencia en la televisión estadounidense y diversificando a la crítica durante los últimos años, sobre todo en lo que al target y a la lectura política se refiere. La serie ha llegado discretamente a España hace poco con la nueva plataforma Skyshowtime, así como sus recientes precuelas de época 1883 y 1923, ésta última protagonizada por Harrison Ford.

Yellowstone

El género estadounidense por excelencia nunca acaba de morir. Es más resistente que el vaquero de justas causas cuando lo tirotean. El héroe que merece librarse de la parca aguanta las balas que haga falta. Aunque parezca que agoniza, no hay villano pendenciero bajo el sol que haya conseguido acertarle en el corazón.

Yellowstone

Detrás del fenómeno de Yellowstone están los cocreadores John Linson y Taylor Sheridan, éste último también al mando del guion de la serie y director de varios capítulos. Sheridan es guionista del western social Comanchería (nominada al Oscar a mejor guion y que optó al premio Un Certain Regard de Cannes), Sicario (dirigida por Denis Villeneuve y nominada a la Palma de Oro) y Wind River (dirigida por él mismo y ganadora del premio Un Certain Regard como mejor director).

Yellowstone

Ambientada en el estado de Montana, Yellowstone es un híbrido entre el drama televisivo con temas de actualidad y el mito americano del oeste. El público, especialmente el del sur y medio oeste de EE.UU., la ha recibido con sed de western. Entre sus ingredientes están la nostalgia por la vida del vaquero, los conflictos familiares, la corrupción de la política local, peleas a puñetazo limpio, muertes a punta pala, conversaciones lapidarias y unos protagonistas que son adictos a tomarse la justicia por su mano.

La fotografía aérea de Yellowstone captura las tensiones entre la tradición del mundo rural, el ecologismo activista y el conservador, los intereses del Estado, la voracidad del capital y el papel de los nativos americanos en ese intrincado. En Yellowstone casi todos son antihéroes, pero algunos tienen principios.

Yellowstone

El epicentro de estas fricciones de intereses es el rancho magno de los Dutton, un imperio ganadero con un siglo de historia familiar. Allí los trabajadores, hombres y mujeres, tienen un lazo de pertenencia y lealtad al rancho propio del vasallaje. Abarca una inmensa extensión de tierra semivirgen en el estado de Montana que limita con el parque nacional de Yellowstone y con Paradise Valley. Un paraíso de prados, montañas y maravillosas puestas de sol. El rancho abarca lo suficiente como para que les rente trasladarse en helicóptero cuando no tienen todo el día para ir a caballo.

Los resquicios de autenticidad del viejo mundo ranchero están asediados por un progreso voraz. Cuando no quieren construir un casino de alto standing en las inmediaciones, quieren hacer una gran urbanización de segundas residencias para que los pijos de ciudad se pongan un sombrero de cowboy en vacaciones, y si no, el Estado trata de expropiar las tierras para construir un aeropuerto y una estación de esquí que cree miles de puestos de trabajo.

Yellowstone

Es la épica sin piedad de un clan contra el avance urbanístico, en defensa de un estilo de vida y del legado de generaciones. A la cabeza de esa familia, interpretado por Kevin Costner, el patriarca viudo: John Dutton, un hombre estoico, de palabra, áspero por fuera como la corteza de un roble, implacable, bueno a las buenas y las malas, aún mejor.

Costner, cuya interpretación le ha sido reconocida recientemente con un Globo de Oro, irradia un carisma y una solidez que hacen de su papel la piedra angular sobre la que orbitan el resto de personajes. Sus tres hijos, un abogado con ambiciones políticas, una experta en finanzas letal y un militar con muy buena puntería, son las extensiones de su lucha contra la invasión de una modernidad que atosiga a su rancho y al de otros pequeños ganaderos.

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La hija, Beth (Kelly Reilly), que hace gala de un empoderamiento femenino enriquecido con anabolizantes, un complejo de Electra sin complejos, labia cáustica y un aguante prodigioso para la bebida, protagoniza algunos de los duelos más cruentos de la serie perpetrados con la palabra (y no sólo). En otro lado, están los intereses de los indios adscritos a una reserva ficticia colindante llamada Broken Rock, cuyo presidente interpreta Gil Birmingham, que ya trabajó con Sheridan en Comanchería junto a Jeff Bridges.

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En ocasiones, la credibilidad de algunos personajes secundarios es irregular, de la misma manera que algunas subtramas se diluyen en sí mismas sin decir adiós. Cabe destacar que no hay en el presente de la serie mujer subyugada ni a la que se falte al respeto. Los temas de celos, si acaso, se resuelven de hombre a hombre. Para encontrar violencia machista hay que viajar con un flashback al pasado. Ahora todas son mujeres libres, emancipadas y dueñas de su vida. Algunas, además, son capaces de utilizar las herramientas de la política y de la economía con la peor de las agresividades.

Sin embargo, la representación de la nativa americana más vinculada a la familia, siendo que al tener un pie en cada lado podría ser un personaje muy interesante, es de un insustancial incomprensible. Todo personaje que recibe una somanta de palos en esta serie acaba despeinado pero de una pieza. Mientras que ella cuando intercepta por error un puñetazo, del que ni siquiera era destinataria, se come una temporada en el hospital más rehabilitación. Aun con sus incongruencias e imperfecciones, el tejido de la trama avanza con paso firme hacia la inexorable guerra entre el viejo y el nuevo mundo.

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Se nota que hay un disfrute al parodiar —y hasta humillar—al urbanita. Ya sea el sofisticado, el snob o el ecologista de ciudad. Especialmente al californiano costero que viene a decirles cómo hay que hacer las cosas sin entender ni compartir sus valores; a apropiarse de sus paisajes y a explotar su folklore. Aparte de que no tienen ni medio guantazo, como dejan claro en varias ocasiones.

La entrada en el ruedo del veganismo lleva por contexto las de perder. Se percibe un especial gozo gamberro en el doble duelo que libra Beth Dutton con una chica vegana que, por vicisitudes de la vida y coraje del guion, se ve forzosamente integrada en la esfera familiar. No está bonito hacer spoilers de una de las escenas de la serie más buscadas en Internet, pero hay que saber que si no te gusta el menú, en Montana también sirven ensaladas de hostias. La situación se vuelve tan encarnizada y disparatada que ya sólo queda tomárselo con humor y huir hacia delante. Y a los guionistas les sostuvieron varias veces el cubata. También hay que decir que, tras la tormenta, el inicial intento de tender puentes para que ambos lados acaben entendiendo mejor la postura el otro, vuelve a su cauce.

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Una de las cosas más interesantes del discurso de Yellowstone es su capacidad para confundir a los críticos que quieren situarla en el bando republicano o el demócrata. Otra cosa es el público que haya conseguido fidelizar. Aun en su ambivalencia, su contenido apunta claramente hacia una crítica severa de la gentrificación, del acaparamiento de los recursos y del oportunismo de las instituciones públicas. También hace un continuo recordatorio de la depredación territorial, el genocidio y acoso a los nativos sobre los que se cimienta la nación de los Estados Unidos.

Por otra parte, el filtro de la ética de sus atractivos personajes parece más bien un colador con agujeros a la medida de sus intereses personales. El propio Sheridan ha negado tajantemente que se trate de un discurso alineado con el partido rojo. Pero, ¿por qué esta serie se hace tan atractiva para la población de las zonas más conservadoras?

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Tal vez ese éxito en los sectores más tradicionalistas responda a la demanda de un romanticismo conservador por parte de un público que echa de menos ver reflejado su modo de vida en la televisión, su folklore, sus valores. Y, probablemente, también eche de menos cierta incorrección política sobre algunos temas. ¿Es posible que este encantamiento no les haga ver la dura crítica estructural que hay detrás? Aunque se tratara de una serendipia, ¿es posible que una película, al igual que una imagen holográfica que contiene dos caras, pueda decir una cosa y la contraria dependiendo del ángulo desde el que se mire? Si es así, estamos llegando al perfeccionamiento del concepto “para todos los públicos”.

Una de las frases que más se pueden leer en los productos de merchandising de la serie es My land, my rules (Mi tierra, mis reglas). Ya sólo con ella tendríamos de nuevo un crisol de interpretaciones, implicaciones y aplicaciones.

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