Sin amor (Loveless, 2017) es obra del impactante director ruso Andrey Zvyagintsev, que hace cuatro años dejó anonada a la crítica con su potente drama político Leviatán (2014), ganador del premio al mejor guion en Cannes y de un Globo de oro. Con esta nueva película, que mereció el Premio del Jurado, de nuevo en Cannes, opta a los Oscar 2018, en un año de especial competencia, en el que se le han escapado los Globos y los Bafta, aunque los premios del cine europeo la reconocieron en cuanto a su banda sonora y fotografía.
En Sin amor, se nos ofrece un relato aparentemente intimista de ruptura sentimental entre Boris (Alexey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak), un divorcio que parece abocado a un feliz futuro para ambos, si no fuera por su hijo de doce años, del que ninguno de ellos desea la custodia. Su desaparición, tras descubrir los planes de sus padres, es el recurso utilizado por Zvyagintsev para traspasarnos con una helada emoción, reflejo de la falta de afecto y empatía de la pareja.
La forma en que reaccionan a la noticia, su colaboración en la búsqueda y el efecto de la desaparición en sus personalidades transmiten una frialdad y una escala de valores que tiene su correlato en la sociedad que les rodea, familiar y laboral, su propia crianza y la realidad política de su país.
Como nos tiene acostumbrados el director, la fotografía es un elemento importante del relato, deja hablar por sí mismos a los encuadres, haciendo partícipes al entorno y a los interiores del cometido expresivo, con una elegancia muy rotunda y admirable. Por otra parte, el ruso explora y exhibe hallazgos simbólicos con la naturaleza como protagonista, de esa forma tan característica en sus películas, sacándole partido narrativo con sobriedad y contundencia.
Lo que pudiera parecer contención es resultado de un filtrado con resultados que conmocionan, la insensibilidad y las expectativas sociales de una pareja rusa de clase media se tamizan aún más para plasmar con una paleta fría y un pincel delicado la mirada desesperanzada que no quiere compensar de ningún modo la ausencia de empatía de sus protagonistas.
El personaje de Zhenya carga con el peso de la alegoría, su retrato es despiadado a fuerza de sincero, descarnado, auténtico y a la vez tan inaceptable, sus objetivos y prioridades podrían juzgarse como vanos, superficiales, y su conducta negligente, desbordante de vanidad y sin sentido: un muro infranqueable, tal como la madre patria se ofrece ante sus propios hijos, una Rusia inclemente, deshumanizada, que no conoce la compasión. Sin amor es, sin dudas, una obra maestra.
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