Conscientes de participar en un desafío constante por la innovación y la originalidad, hay libros cuyo interés se cifra en la experimentación formal. Algunos extienden y elevan a la vez microgéneros predilectos, como sucede con la literatura de campus y el magnífico título de Borja Bascunya Los puntos ciegos editado por Alta Marea con traducción del catalán de Rubén Martín Giráldez. Otros aprovechan una moda editorial (sea la auto aflicción, sea el victimismo identitarista epocal, sea lo rural, sea lo que sea que haya escrito Luisgé Martín) para colarse en las listas del no va más. La mayoría de autores conocen algunas de esas claves que el público (todavía no entiendo bien cómo ni por qué) espera sin esfuerzo descifrar. Hay libros intempestivos, ligeramente desfasados de lo actual y por ello críticos de lo contemporáneo como Canon de cámara oscura, ese fresco e inteligente tratado de crítica literaria de Enrique Vila-Matas del que pronto hablaremos en este rincón al este de Fitzgerald que empezamos hace 11 años en el Hype.
Junto a ellos, hay otros libros que merecen que alguien diga algo, a fin de que duren más.
Es el caso del ágil, comprometido, divertido (y muy bien escrito) ensayo de la estadounidense Mary Roach sobre la «criminalidad animal». Crímenes animales. Cuando la naturaleza infringe la ley (Capitán Swing, 2024), con traducción de Magdalena Palmer, es una entretenidísima exploración por la patología y la investigación policial que tiene por objeto homicidios, robos y otras infracciones cometidos por animales (o cuya agencia animal hay que descartar). Con su aire true crime, la criminalística animal de Roach incluye análisis forenses de la escena del crimen (¿mordisco de puma o de oso?) cuando el asesino no es humano, allanamientos de basura por parte de palmíferos hambrientos, muertes por aplastamiento de elefantes, macacos saqueadores, pumas escurridizos, árboles peligrosos, legumbres cómplices de asesinato, acciones militares (inútiles) contra aves, plagas y ratones evanescentes.
Más allá de su jugoso y desconcertante anecdotario de infractores de la ley (en tipos penales creados y desorbitados por humanos), más allá (que no es poco) del periplo cultural por el planeta, tras la lectura de Mary Roach queda una irónica y conmovedora sensación relativa al impacto del desarrollo humano en el mundo animal. Y uno aprende de la mano de esta gran divulgadora no exactamente trucos de supervivencia, ni lucidas imágenes analógicas de lo penal-animal (el zoo como una cárcel, el sacrificio del animal como pena capital), sino ideas en las que pensar (reproducciones compensatorias antes que invitaciones públicas a cazar) y profundos formatos de compasión en los tiempos de la gran crisis ambiental.
Tras la lectura de Mary Roach queda una irónica y conmovedora sensación relativa al impacto del desarrollo humano en el mundo animal.
Averiguaciones en parques fabulosos, esclarecimiento de hechos, historias de animales con restos humanos entre los dientes, debates éticos sobre cómo gestionar interacciones naturales no deseadas, el mérito de estos Crímenes animales (nuestro primer libro de mayo) descansa finalmente no en el morbo ni en la acción-de-no-ficción casi frenética que imprime su autora, sino en una fina reflexión que se cuela como un pequeño jabalí en nuestra cocina, para hacernos comprender mejor el impacto de las decisiones humanas en el ecosistema y en particular en la vida animal, y retener una imagen, a la vez delicada y profunda, respetuosa y responsable, de los seres sintientes con los tenemos el lujo de vivir.

Cinestudio d’Or. Foto: Miguel Miravet.
Por razones tan personales como difíciles de compartir Pisábamos los charcos, de Román Piña (Ediciones del viento) me ha emocionado estos días de mayo, quizás por la visceral honestidad con la que su autor emprende un viaje sentimental por esa experiencia juvenil (tan decisiva en la memoria, en muchos aspectos) que supone la primera forma de independencia vital antes de la entrada en el mundo adulto. Ganadora del XXVIII Premio de Novela Ciudad de Salamanca, este coming of age tan personal del editor y escritor mallorquín no es solo una auténtica Bildungsroman (la Bildungsroman de Román si se me admite la gracia) sino una crónica muy detallada de la vida universitaria en los colegios mayores, hostales y pisos compartidos de los estudiantes de mediados de los años 80 en la ciudad de Valencia.
Apoyada en lo que tiene que ver con la memoria en un oportuno dietario (una vieja libreta encontrada) y en la música de Germán Coppini (Golpes bajos) en lo que toca al clima anímico, Pisábamos los charcos, con su prioridad por el dato exacto, su razón de ser testimonial y memorística (a menudo el lector tiene la impresión de que Piña como el estoico emperador Marco Aurelio escribe cosas para sí), reconstruye con humanismo mediterráneo y precisión de notario, una subjetividad idealista conocedora y practicante de los viejos códigos de la amistad y la camaradería.
Pero su mayor mérito, no reside solo en el detalle, en la esmerada reconstrucción psíquica y urbana sino en la forma autocrítica (con llamativos apuntes religiosos y metafísicos) y en algún punto severa en que Román Piña revisa desde la perspectiva de la distancia y la edad, su propia ingenuidad, su vitalismo y su inocencia, la temperatura íntima del enamoramiento y el desamor, los materiales efímeros e inconmensurables del espíritu de fraternidad, la herencia familiar o la expectativa social antes de que, por decirlo con Gil de Biedma, supiéramos lo serio que la vida va.
Pisábamos los charcos, de Román Piña, reconstruye una subjetividad idealista conocedora y practicante de los viejos códigos de la amistad y la camaradería.
Mi tercer libro de mayo fue un poemario. Editada en Contrabando, Resina de Wences Ventura supone la constatación de que este escritor, editor y traductor de Xàtiva posee un universo poético personal auténtico y sincero entramado, según es mi impresión, en la soledad del viaje y la carretera, a medio camino entre los materiales primarios de la naturaleza y esa peculiar senda que es la autopista europea. La impresión que causa la mixtura de versos e impresiones en prosa, como en «Trasparencia marina» se sitúa entre la temática clásica de los presocráticos (una suerte de búsqueda del arjé, el elemento primordial), y las road movies de Wim Wenders. Y ha sido hermoso leer a este conocedor de T. S. Eliot y de Pessoa, a mediados de mayo, un mes que anilla en el mediterráneo las estaciones de primavera y de verano, igual que su Resina enlaza la solidez, la solubilidad de la sustancia –entre la evasión cara a Lou Reed y los aceites esenciales– con aquella naturaleza que Heidegger definió como ente intramundano que funda en su ser todo otro ente.

Wences Ventura y García Cívico. Foto: Fernando Rincón
La ballena azul (Jekyll y Jill) me parece un inteligentísimo acierto de Raúl Quinto. Un giro, un up to date de género, hacia el terror más actual tras el reconocimiento de su Martinete del rey sombra. Tengo al terror como la categoría explicativa de este siglo (que tras el 11S inició una guerra rotulada así). Mi comprensión dinámica del mundo, aquella que en la filosofía principia con Heráclito y Anaxágoras, implica la imposibilidad de cerrar una definición porque todo vibra y se transforma y las páginas de Quinto han sabido captar esa inquietante vibración.
Hoy, el terror evoluciona rápidamente entre los Poderes de la perversión de Julia Kristeva, la USA-explotation de las cárceles de El Salvador, el fanatismo de aire neomedieval y el desbordamiento de lo grotesco à la Elon Musk, entre las profecías de David Cronenberg (la «novísima carne», por así decir) y el «Manifiesto para una política aceleracionista» de Alex Williams y Nick Srnicek. La ballena azul supone un catálogo de horrores virales y un bestiario, un compendio de bulos y una turbadora relación de la violencia en los tiempos de la posverdad. Con una prosa sugerente y precisa, gélida y afilada, Quinto palpa el espíritu vulnerable y desorientado de su época para recoger en fogonazos impactantes y sintéticos el terror real tras el cristal de la web oscura, la fragilidad del aislamiento, las atrocidades veladas, la reencarnación del odio propio del fascismo, los gritos amortiguados en la habitación del incel, los nuevos monstruos de la anti Ilustración teorizada por el extraño Nick Land and co.
No me extraña que Mariana Enríquez se lo pasara genial.
La ballena azul supone un catálogo de horrores virales y un bestiario, un compendio de bulos y una turbadora relación de la violencia en los tiempos de la posverdad.
El peligro es digno de alabanza porque es a la vez lo que pone en crisis las fuerzas que trabajan para aplastar el espacio de lo posible en el registro de lo probable, y lo que señala la posibilidad de un modo de pensar que no se deja anular por el cálculo. Sí, mi quinto libro de mayo fue este Elogio del peligro, de Laurent de Sutter, un original ensayista por el que siento tanta simpatía como admiración y a quien podría llamar «colega» ya que su trabajo se ocupa de extender el ámbito de la Teoría del derecho. Este profesor de Bruselas representa a mi juicio uno de los intentos más sugestivos y exitosos de trascender el campo académico para interesar a un público general con temas como el derecho romano.
Azar, soberanía, angustia, teoría de la seguridad… con una prosa llena de insinuaciones este Éloge du danger (Proposition, 2) elegantemente editado en Herder, nos conduce desde la partitura City Noir para una película inventada a una original reflexión política, filosófica y jurídica sobre el peligro con finos apuntes sobre el significado del dominio (la propiedad como dominación), la estética del shock, la fatalidad, la finitud y la impotente administración de nuestro mundo.
Acabo con dos novelas muy distintas con un trasfondo antropológico, histórico y rural: pude leer Cándidas Bestias (Octubre Negro Ediciones, 2024) de Javier Sachez, una historia criminal en un microuniverso cacereño con sus bosques misteriosos y oportunos apuntes de crítica social y este reencuentro con la literatura de género estupendamente documentada me sentó muy bien. Hay pocos escritores que aún le dediquen tiempo y esfuerzo en la documentación de una obra de ficción y la sensación que uno tiene al acabar esta entretenida obra finalista de los Premios Sed de Mal es la de hallarse ante un escritor de oficio consciente de su clasicismo, de la función más pura de la literatura (contar historias) y de la importancia de cuidar la mente y los oídos del lector. ¡Las accesibles pero rigurosas historias de Sachez podrían ser una alternativa exitosa a tantas series de Netflix que cojean de guion!

Cristina Sánchez-Andrade y Jesús García Cívico en la 60 Feria del libro de Valencia. Foto: García “Flaco” Poveda.
Y termino con Habitada de Cristina Sánchez-Andrade (Anagrama, 2025), con la que estos días pude hablar en persona en una estupenda 60 edición de la Fira del llibre de València para intuir no solo a una escritora de elegancia desconcertante sino a una personalidad de esas capaces de maquinar las historias más retorcidas tras una expresión de perfecta serenidad. La historia del corpo aberto de Manuela y su posesión crece a cada página hasta acabar muy alto hacia el final y los diálogos ora sutiles y afilados ora salpicados de la mejor teatralidad le sirve a esta imaginativa escritora gallega para fustigar con tanta rabia como humor un estado de cosas (biopoder patriarcal, clasismo, Kultur sobrenatural) que llega a la actualidad.
Mudez y faladoiros, meigas y pueblos crédulos, enfermizas relaciones materno-filiales y bosques de las vagalumes, psicoanálisis y niños muertos, en el haber de esta estupenda narradora sitúo su autoexigencia formal y una voz insólita y sensorial (la novela está cuajada de olores, temperaturas y sabores) cada vez más personal. Con un personaje femenino memorable y una primera persona destinada a mutar, Habitada tiene también el don de la transformación ligera de los géneros, el tránsito de la tragedia rural a la comedia con momentos entre El perfume de Patrick Süskind y personajes despóticos muy odiables con pieles de Vargas Llosa, Shirley Jackson, Valle Inclán o el doctor inverosímil de Gómez de la Serna, «Don Ramón».
Hermosos: homenajes de despedida al director de la Fira del Llibre de València, Manolo Gil.
Malditas: tendencias neofascistas al modo de Siete días de mayo, el filme de John Frankenheimer.
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