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Cine y Series

Rutger Hauer, eterna réplica bajo la lluvia

En Con vistas al mal, Cine y Series jueves, 25 de julio de 2019

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Los iconos, como al que dio vida Rutger Hauer, tienen la particularidad de fraguar en pocos minutos, sin que quede nunca claro quien medió en ello, si el genio o la casualidad. La pantalla grande (aún más que la pequeña) es propensa a adoptarlos, pues su historia aparece plagada de roles-vampiro donde se juntaron el papel perfecto y el canal adecuado para trasladarlo a imágenes. La consecuencia es que esos pocos minutos de ilusión permanecen enmarcados en la memoria colectiva, y terminan por difuminar el conjunto a cambio de enfocar continuamente una de sus esquinas.

Trasladado a Rutger Hauer, el replicante Roy Batty es un punto y aparte gigantesco en su recorrido, y el despegue hollywoodiense de una carrera condenada a perder siempre ante 44 palabras, y una única imagen bajo la lluvia ácida, apenas sustentada en una cornisa estrecha, la voz de Constantino Romero y la melodía suave del sintetizador de Vangelis.

Rutger Hauer. Blade Runner (Ridley Scott, 1982)

También es el no retorno para Batty, que muere (o deja de funcionar) sin saber que ha pasado a compartir suerte entre otros, con Don Lockwood (al que Gene Kelly hacia cantar, también bajo la lluvia), con Norman Bates y su cuchillo, Amélie Poulain y su cuchara, o Vito Corleone y su manera peculiar de encogerse de hombros.

Batty llora el destino fatal de sus compañeros de fuga, se regocija al tiempo que se recrimina por el asesinato de su padre-creador (Tyrell), y juega como el gato y el ratón con el detective y asesino a sueldo Rick Deckard, únicamente para demostrarnos que tiene muchas más ganas de vivir que su adversario. Su presencia carece de tiempos muertos, arrastrándonos de la inquietud y el temor hasta un minuto y medio final que nos obliga a sentir lastima por su suerte, y su condición de amenaza digna de compasión. No es fácil ser tantas cosas en veinte minutos limpios de rodaje.

Rutger Hauer descolla a mediados de los 70, en el caldo de cultivo de una filmografía tan escasa de referentes como la holandesa, pero (y esa es su fortuna) a través de un realizador diferente, Paul Verhoeven, que desde Delicias turcas (1973) le ubica en una serie de películas con marchamo de polémica (marca de fábrica Verhoeven). La no tan joven promesa va descubriendo a un director al cual no le importa aumentar continuamente la apuesta, aún cuando acabe manejando presupuestos cien veces superiores a aquellos con los que se mueve en Holanda. Bajo el ala de Verhoeven, la incansable vitalidad de Hauer se labrará paulatinamente un nombre a uno y otro lado del charco.

Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973)

Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973)

Su físico y mirada inquietante van redirigiéndolo en los 80 hacia el thriller, apoderándose de una ristra de personajes ambiguos, cuyas intenciones nunca sabes hacia que lado de la balanza terminarán cayendo. Un afortunado hiato ubicado en 1985 le lleva de vuelta con Verhoeven y a la modélica coproducción Hispano-USA Los señores del acero (Flesh and Blood, 1985) . Con Richard Donner rueda ese mismo año Lady Halcón, también ambientada a finales del medievo, Más sencilla en planteamientos que la anterior, pero incapaz de esconder su ambición de espectáculo de masas, terminará de uno u otro modo por encumbrar a Hauer.

Lady Halcón (Richard Donner, 1985)

Lady Halcón (Richard Donner, 1985)

Cuando el físico de Batty pasa a ser un recuerdo y el replicante Hauer comienza a extender su perímetro de cintura, empezarán a llegar papeles más secundarios y tal vez más complejos, donde fácilmente se merendará a sus compañeros de reparto. No pondrá remilgos a aceptar cualquier cometido, y así lo veremos en cameos importantes (Sin Cit o Batman Begins, ambas en 2005), en basura alimenticia e infumable (Drácula 3D, 2012), y en proyectos arriesgados como el debut en la dirección de George Clooney (Confesiones de una mente peligrosa, 2002)  o muy personales, como ese extraño y hermoso lienzo de 90 minutos que es El molino y la cruz (The Mill and the Cross, 2011) una pausada pero también fascinante experiencia visual, donde presta su imagen icónica al personaje del pintor flamenco Brueghel el Viejo. Trabajar hasta el último aliento trae consigo que Rutger Hauer siga entre nosotros, al menos en cuanto al número de estrenos pendientes que aún nos reserva.

El molino y la cruz (Lech Majewski, 2011)

El molino y la cruz (Lech Majewski, 2011)

Hace un par de años consiguió que lo añoráramos y a la vez nos regocijáramos de su ausencia en Blade Runner 2049 (Dennis Villeneuve, 2017), fallida continuación del film que lo inmortalizó. Fue entonces cuando reclamaba la autoría de Lágrimas en la lluvia, coletilla a la altura de Nadie es perfecto o Puede ser el inicio de una gran amistad. Si esta semana eran o no horas de morir, poco importa. El detalle de Hauer y Batty de marcharse el mismo año (2019), esa sí que es la mejor manera de engordar una leyenda.

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