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Pop & Death: #2 Suicidios

En Música jueves, 15 de octubre de 2015

Jorge Salas

Jorge Salas

PERFIL

Estar en una banda es mucho más que drogas, sexo y rock’n’roll. A veces, incluso, es demasiado como para soportarlo.

Fueron los mexicanos los que tuvieron la feliz idea de adaptar para televisión una radionovela, cuyo título se ha convertido en una expresión que podría disimular su procedencia, más allá del 1979 en el que nació. Los ricos también lloran era uno de esos culebrones de inverosímil trama y laberínticas relaciones, con la entidad onomástica que dan personajes como Ramona, Mariana o Chole. Los ricos también lloran ya es un clásico de la cultura popular, y tiene una fácil adaptación a colectivos cuyos privilegios creemos inalcanzables. En este caso la fórmula sería sencilla: las estrellas del pop también lloran.

Entre los casos más paradigmáticos respecto a que no es oro todo lo que reluce, destaca por encima de todos el de Kurt Cobain. Más allá de conspiranoias de absurdidad demostrada (como la del documental Kurt & Courtney de Nick Broomfield), el suicidio del cantante de Nirvana en su garaje, con una Remington, era más previsible que el final de una película de domingo en Antena 3. Sólo un mes antes, en Roma, se había inducido un coma mezclando champán y la nada despreciable cifra de 60 pastillas de Rohipnol; y, cuatro días antes de los hechos, había abandonado un centro de rehabilitación a las 48 horas de entrar, para tratar su adicción a la heroína.

Las adicciones están detrás de muchos suicidios, pero en muchos otros casos el difícil equilibrio económico del músico es el que invita a apretar el gatillo. Fue el caso de Joe Meek, pionero en la utilización de sonidos sintetizados (estuvo detrás de The Tornados y Telstar, el primer hit pop que incluyó sonidos sintetizados). Abandonado por su compositor de cabecera, Geoff Goddard, y acorralado por los problemas financieros, a los 38 años se pegó un tiro en su estudio de Londres; antes se llevó por delante a su casera. Algo similar le sucedió a un Temptations, Paul Williams, que en 1973 dejó atrás de un disparo sus problemas matrimoniales, el alcoholismo y una deuda de 100.000 dólares. Nada que ver con el suicidio de Wendy O. Williams, meditado durante 4 años, y ejecutado con un tiro certero en 1998 tras dos intentos anteriores con pastillas y cuchillos.

Williams no fue la única en intentarlo con un cuchillo. Elliott Smith encabeza una lista poco común y siempre bajo sospecha, la del suicidio por cuchilladas autoinfligidas; con supuesta nota de despedida de por medio y ansiolíticos y antidepresivos en sangre, la muerte de Smith, que fue encontrado por su novia con un cuchillo en su pecho tras una discusión, fue oficializada como suicidio, pero tanto el forense como los allegados del cantante lo siguen poniendo en duda. Menos opciones dio Vince Welnick, ex Grateful Dead, que se degolló él mismo tras una década de depresiones.

Elliott Smith, en directo

En los 70, las sobredosis accidentales se diferenciaban poco de los suicidios si no existía nota de suicidio. En el caso de Alan Wilson, miembro fundador de los magníficos Canned Heat, la suya eran los tres intentos reconocidos por sus compañeros antes de que lograra comprar el billete hacia el otro barrio tomándose un bote de barbitúricos en 1970. Tampoco dejó muchas dudas la muerte de Alan Caldwell, fundador de The Hurricanes, uno de esos grupos que quedaron atrás tras la irrupción fulgurante de los Beatles; a Caldwell se le hizo bola la vida y, tras la muerte de su padre, la ruptura con su prometida y el anuncio de suicidio de su madre, el músico, que también tenía problemas de corazón, fue encontrado en septiembre del 72 con la cabeza en el horno y una sobredosis de pastillas para dormir.

En los 80, como en casi todos los ámbitos, todo era mucho más evidente. Ian Curtis, propenso a la depresión y decepcionado con su matrimonio, se colgó un 18 de mayo de 1980 en la cocina de su casa la noche antes de la primera gira americana de Joy Division. Richard Manuel hizo lo propio en 1986; el teclista (y vocalista) de The Band, los acompañantes más famosos de Bob Dylan, utilizó su cinturón para colgarse en el baño de un motel de Florida mientras su sangre aún metabolizaba cocaína y alcohol. Su compañero Rick Danko siempre lo consideró un accidente; en la línea de los allegados de Michael Hutchence, de INXS, cuyo estrangulamiento con un cinturón de cuero en el Ritz de Sidney fue considerado un intento de asfixia autoerótica que no acabó bien.

La dramática maldición de los británicos Badfinger, protagonistas a título póstumo del último capítulo de Breaking Bad, deja menos espacio para las conjeturas. Los interminables problemas internos entre los 70 y los 80, agravados por serios problemas financieros y la propia decadencia del grupo, derivó en el suicidio de dos de sus miembros originales. En abril de 1975 Pete Ham, acuciado por las deudas y la condena de elegir manager y discográficas equivocados, se ahorcó en su propio garaje; en medio de los mismos problemas de royalties y disputas internas, Tom Evans, el último que vio a Ham con vida, hizo lo propio ocho años después.

Sin embargo, la peor parte se la lleva el cantante de la banda punk de finales de los 70, Germs. Después de desintegrar la banda y pasar una temporada en Inglaterra, Darby Crash regresó a Estados Unidos para ejecutar su plan maestro de homenaje a Sid Vicious. Pero su suicidio por sobredosis de heroína no salió del todo bien: Crash murió, sí, pero no así su novia, que sobrevivió a pesar de que pactaron que debían morir los dos. Además, un día después de su tributo, un tal Mark David Chapman disparaba a John Lennon, desatando la histeria colectiva y ensombreciendo el gesto de Crash.

Sigue leyendo otros capítulos de la serie: Pop &Death: #1 Accidentes y Pop&Death: #3 Asesinatos.

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