No es la primera ocasión en la que hablamos del péplum como herramienta más de entretenimiento que de aprendizaje, y del papel de los asesores históricos más orientativo que preceptivo. No obstante, el cine histórico puede ser un recurso didáctico siempre interesante para la reflexión, paradójicamente, en torno a la historia contemporánea. La razón hay que buscarla en que las producciones de este género son fiel reflejo de la cultura política y social del momento en el que se rodaron, pues como dijo Siegfried Kracauer, las películas están destinadas a la satisfacción de un tipo de público. Es posible, por ello, hallar en ellas mensajes subliminales o guiños que evocan momentos clave de su época. Así pues, resulta evidente, que el propósito del péplum es, además de entretener, la transmisión de principios y valores políticos.
En este post, analizaremos algunos de los péplum más icónicos del séptimo arte, relacionándolos con su propio contexto histórico. Intentaremos captar la intencionalidad política de sus creadores, a través de las alegorías presentes en estas cintas y el uso de épocas pasadas para recrear la realidad que sus autores vivieron. De esta forma, encontraremos emperadores fascistas, gladiadores sindicalistas, faraones comunistas… Anacronismos con un objetivo común: crear símbolos con un mensaje directo y sutil al mismo tiempo.
La película El signo de la cruz (The Sign of the Cross, Cecil B. DeMille, 1932) fue uno de los primeros péplum de la historia. Su estreno coincidió con el ascenso de los fascismos en Europa, y en su trama, escrita por Waldemar Young y Sidney Buchman, vemos una clara crítica a tales sistemas totalitarios. Para ello se valieron de la figura de Nerón, conocido déspota y tiránico emperador, que serviría como recurso de representación del arquetipo de líder fascista. En el filme, el emperador culpa a judíos y cristianos del incendio de Roma, ordenando su persecución y consecuente ejecución en el circo. Con esta historia, buscaron crear un paralelismo con Adolf Hitler, quien en ese momento, utilizando un discurso de odio, culpaba a los judíos de los problemas que asolaban a Alemania.
Casi tres décadas después, William Wyler retomaría la idea de alegorizar el nazismo con su remake de Ben-Hur (William Wyler, 1959). Con su filme, Wyler reivindicó el papel de los Estados Unidos en la caída del nazismo mediante un filme en el que, de nuevo, el Imperio Romano encarnaría al Tercer Reich y los hebreos a sus descendientes, perseguidos por dicho régimen.
Tal vez la representación más evidente del horror nazi sea la ya icónica escena de las galeras, en la que se ve a un elevado número de judíos de aspecto anémico trabajando en condiciones insalubres, privados de libertad y de identidad, salvo un número asignado. Esta secuencia recuerda en gran manera a las imágenes tomadas por los aliados tras la liberación de los campos de concentración, que captaron la estampa de prisioneros desnutridos sometidos a condiciones inhumanas y con números tatuados en los brazos como identificación. En esta misma escena encontramos nuevas alusiones al nazismo, concretamente al Holocausto, en el alegato final de Quinto Arrio, en el que se escucha un elogio al odio (pilar fundamental del nazismo) como medio de supervivencia, así como la expresión remad y vivid, que recuerda inevitablemente al lema Arbeit macht frei, frase visible en la entrada de los campos de exterminio.
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Como puede apreciarse, ambos directores ofrecieron perspectivas diferentes del nazismo, pero aún así complementarias, apostando uno por el campo de lo político y otro más por lo social. Mucho tiempo después, Ridley Scott, al resucitar el género del péplum con Gladiator (2000), combinaría ambas tendencias. Por un lado, siguió los pasos de DeMille empleando la figura de un emperador déspota simbolizando un dictador fascista. Si su predecesor se inspiró en Nerón, Scott se valdría de Cómodo, famoso por su carácter opresor y populista.
Por otro lado, al igual que Wyler, mostraría las consecuencias sociales de un gobierno dictatorial. En este caso, muestra cómo el emperador ordena asaetear a unos legionarios acusados injustamente de traición. Los reos, aparecen maniatados a unos postes, esperando ante una fila de arqueros su inminente destino. Esta escena emula una imagen asociada a las dictaduras europeas, la de los pelotones de fusilamiento apuntando y disparando a disidentes políticos, prisioneros de guerra o desertores.
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El péplum no ha sido, sin embargo, un género exclusivo de la industria cinematográfica estadounidense. Al otro lado del Telón de Acero se produjo un filme histórico orientado a la perpetuación el socialismo: Faraón (Pharaoh, Jerzy Kawalerowicz, 1966). Este filme polaco constituye, posiblemente, uno de los casos más particulares dentro de este género, debido al destacable empeño de la dirección artística a la hora de confeccionar tanto el vestuario como los escenarios, convirtiéndola en una de las películas mejor ambientadas, en cuanto a reproducción histórica se refiere.
Esta es la historia de Ramsés, joven faraón, que se enfrentará al cuerpo sacerdotal para apartarlo completamente de las funciones de gobierno. Esta tensión entre los poderes temporal y espiritual, representa a la Polonia soviética, un país católico constituido como un estado socialista. El monarca representa a las autoridades soviéticas, quienes se enfrentan a la Iglesia Católica (personificada en los sacerdotes egipcios) para liberar del yugo religioso a una población aún alienada por el clero, representada por los hebreos.
Sin embargo, el péplum no siempre se utilizó como instrumento de propaganda de los poderes fácticos. La cinta Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960) pasó a la historia por convertirse en un filme histórico destinado a criticar las lacras del sistema. La producción de dicha película fue todo un acto de valentía por parte de Kirk Douglas, quien, en plena época del macartismo, decidió producir un filme acerca de un personaje considerado por Karl Marx como el hombre más grande de la historia.
Para la redacción del guion, contaría con Dalton Trumbo, reconocido comunista registrado en l lista negra de Hollywood. Trumbo adaptaría la novela homónima de Howard Fast quien, al igual que él, fue víctima de la persecución política. De hecho, fue escrita durante la estancia en prisión del propio Fast, entrañando su publicación tal disgusto entre las autoridades anticomunistas del momento, que incluso el propio J. Edward Hoover llegó a presionar al editor para que la novela no viera la luz.
Uno de los hitos históricos que reivindicó este filme fue el de la lucha por los derechos civiles, encarnada en el personaje del gladiador Draba, interpretado por Woody Strode. Se hizo clara alusión a este movimiento en la escena de la lucha entre éste y Espartaco, cuando Draba, a punto de matar a su compañero, rehúsa abatirlo para intentar asesinar a Marco Licinio. Con esta secuencia, se daba a entender que la lucha por los derechos civiles no era sino un elemento más de la lucha de clases, y que no involucraba únicamente a la población negra.
Por otro lado, tanto Fast como Trumbo fueron víctimas de la persecución política, por lo que la Caza de Brujas no podía obviarse en la cinta de Kubrick. El marcartismo y sus consecuencias se plasmarían en la figura del personaje de Sempronio, interpretado por Charles Laughton, único aliado político de los gladiadores, cuyo nombre se incluiría en la lista de los enemigos del Estado.
Cinco años después de Gladiator, Scott viajaría en el tiempo desde la Antigüedad hasta la Edad Media con su película El reino de los cielos (Kingdom of Heaven, Ridley Scott, 2005). Este filme histórico se diferenció de sus predecesores por ofrecer un mensaje menos beligerante, más conciliador. En el momento de su estreno se vivía una de las épocas más duras del terrorismo islámico, ya que apenas cuatro años antes, había tenido lugar el atentado contra las Torres Gemelas. En 2004, morirían 193 personas en Madrid y, el mismo año del estreno, se produjo un atentado en el metro de Londres. El filme pretende retratar, metafóricamente, el conflicto que se vivía en aquel momento a través del asedio de Jerusalén.
De haberse rodado cuarenta años antes, los cristianos, probablemente, habrían vencido a los musulmanes valerosamente, como ocurrió en El Cid. No obstante, en este filme, son estos quienes toman la ciudad y los cristianos acaban rindiéndose. El mensaje de Scott y del guionista William Monahan no era de demonización del diferente, sino de tolerancia y concordia. La amistad que surge entre Balian e Imad o la imagen de Saladino recogiendo una cruz del suelo para volver a colocarla sobre el altar, son símbolos de la moraleja de fraternidad que transmite este filme. De esta forma, si bien la película adapta unos sucesos acaecidos hace siglos, su mensaje goza de mucha actualidad: superar toda barrera de tipo étnico y religioso en aras de la convivencia y el respeto.
Años después, el director español Alejandro Amenábar rescataría una vez más el péplum con Ágora (Alejandro Amenábar, 2009). Si el objetivo de sus predecesoras era fomentar principios políticos, ésta apostó por elogiar a la filosofía y la razón. Estas virtudes serían encarnadas por la filósofa romano-egipcia Hipatia de Alejandría, mientras que sus enemigos, los cristianos, representarían el integrismo y la ignorancia. En otras palabras, Amenábar se vale de los conflictos religiosos del siglo III d. C. para simbolizar la guerra entre la ciencia y la fe exacerbada.
La escena de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por parte de los cristianos está cargada de alegoría y simbolismo. Es una clara alusión de cuan perjudicial es para el progreso, el integrismo y el rechazo del ejercicio del pensamiento. También es especialmente simbólica la secuencia de la muerte de Hipatia, clara simbolización de cómo el fanatismo religioso es capaz de destruir la sabiduría y la ciencia. Es en este punto donde llama la atención la forma en la que ejecutan a la filósofa. Hipatia es lapidada, método practicado en muchos estados de régimen islamista. De esta forma, si en Ben-Hur relacionaron el Tercer Reich y el Imperio Romano, Amenábar estableció nexos entre integristas del pasado y de la actualidad.
Como se ha podido ver en todos estos casos, el cine histórico trata transmitir ideales mediante la creación de símbolos. A través de diversos personajes y acontecimientos históricos, los cineastas han sido capaces de personificar procesos y figuras contemporáneos. El péplum es un género orientado a crear parábolas, a transmitir ideas y principios.
Pero esta conexión entre épocas lejanas no es un invento de la industria cinematográfica. El uso de procesos históricos pasados como alegorías políticas surgió mucho antes del nacimiento del séptimo arte. Esta tendencia seguida por los peplums es heredera del neoclasicismo. Cuadros como los de Jean Jacques David constituyeron sutiles metáforas de los valores políticos de principios del siglo XIX. Más que retratar de manera fidedigna una época pasada, buscaban crear ideales de virtudes cívicas a través de figuras históricas. Al observar El juramento de los Horacios, vemos un péplum pictórico, una narración histórica con connotaciones políticas coetáneas sobre lienzo.
Los péplum son, en definitiva, documentos que reflejan el espíritu de diferentes épocas. El fin que persiguieron sus creadores al rodarlos no se limitaba únicamente al entretenimiento o al espectáculo como pretexto. Este tipo de producciones, como muchas otras buscaron crear pensamiento, transmitir principios e ideologías. Si bien unas estaban más al servicio del poder, mientras que otras apostaban por criticar los mayores defectos de la sociedad y la política. No obstante, ninguna de ellas se apartó de su propósito de seducir a su público con sus principios ideológicos.
Es por ello que, del mismo modo que podemos aprender sobre la Revolución Francesa, a través de un cuadro que representa personajes de la Antigua Roma, el uso del péplum como herramienta didáctica historiográfica es de lo más atractivo. Resultaría muy interesante, por ejemplo, estudiar la Guerra Fría a través de una película ambientada en el Antiguo Egipto o aprender acerca de la figura de Martin Luther King mediante una historia de gladiadores. Todo ello es posible, siempre y cuando, la orientación que le dé el docente sea la correcta.
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