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«Napoleón» y el retrato histórico en el cine

En Cine y Series 9 enero, 2024

Aníbal Moltó Barranco

Aníbal Moltó Barranco

PERFIL

No cabe duda de que Napoleón Bonaparte es una figura clave a la hora de estudiar y entender la historia de Europa. Admirado y odiado a partes iguales a lo largo del tiempo, su efigie ha hecho acto de presencia en innumerables obras de arte, incluyendo, por supuesto, las de ficción. No es motivo de sorpresa que este estadista corso sea uno de los personajes históricos cuya vida ha sido llevada en más ocasiones a la gran pantalla, junto a otros gigantes de la historia como Cayo Julio César o Jesús de Nazaret. Ahí está, por ejemplo, aquella superproducción de 1927 obra de Abel Gance, o la estrenada veintisiete años más tarde, de la mano de Sacha Guitry, en la que que participaría el irrepetible Orson Welles.

Napoleón Bonaparte ha sido incluso objeto de burla y parodia por parte de genios del humor como Woody Allen, en La última noche de Boris Grushenko o Friz Freleng en su cortometraje Bugs Bunny: Napoleon Bunny-Part, en la que el conejo más divertido de la animación asesora al ambicioso emperador de Francia sobre táctica militar. Es evidente que la fama y la gloria de un personaje histórico no solo radica en la abundancia de sus biografías, sino también en la frecuencia con que es ridiculizado.

Ahora, el aclamado director Ridley Scott ofrece un último biopic que aspira a ser el definitivo dentro de la amplia filmografía centrada en este genio de la estrategia. Protagonizado por Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby, busca ofrecer un retrato más íntimo de Bonaparte, no solo haciendo hincapié en sus gestas militares y su vida política, sino también en la tormentosa relación con su esposa Josefina.

Scott ha mostrado a lo largo de su carrera un profundo interés por el cine histórico y épico. Prueba de esta pasión son sus films Gladiator, El Reino de los Cielos, Exodus: Dioses y reyes o la más reciente El último duelo. Todas ellas constituyen un enorme despliegue de recursos que buscan construir sensaciones profundamente inmersivas, en las que se hace creer al espectador que viaja en el tiempo en un solo parpadeo. Napoleón, obviamente, no queda exenta de esta virtud.

No obstante, pese a la espectacularidad de sus secuencias, la idoneidad de su vestuario y el dinamismo de sus escenas de acción, la película ni aporta ni innova a la hora de diseñar un retrato fílmico de Bonaparte. A pesar de ser Napoleón un personaje cargado de una multiplicidad de facetas (estadista, militar, intelectual, legislador….) y estar dotado de una personalidad compleja, fruto de un sinfín de interesantes circunstancias, la película no logra crear una imagen del dictador francés que resulte atrayente o estimulante.

Napoleón

Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en Napoleón (Ridley Scott, 2023)

Aunque dotado de cierto talante ambicioso e histriónico, para crear cierto impacto en el público y asociar cierto carácter de outsider a este genio militar, este recurso resulta tramposo porque busca sobrecargar de efectismo las mentes de los espectadores, no consiguiendo crear una efigie del general corso que resulte interesante e incluso creíble. Más allá de la polémica del rigor histórico, la imagen de Napoleón queda desdibujada en esta cinta, haciendo del film en su totalidad un proyecto fallido y completamente innecesario, el Napoleón de Ridley Scott encarna un ser sin alma, una ameba sin iniciativa, que se deja llevar por la corriente.

Viendo este fracaso por parte de Scott a la hora de construir su propia versión de Napoleón, surge la pregunta: ¿cómo lograr un retrato creíble sobre un personaje de estas características en el cine? ¿Cómo captar la esencia de una figura cuyo legado ha permanecido durante tanto tiempo en los anales de la historia?

Un ejemplo paradigmático sobre cómo retratar una personalidad histórica es la cinta de Oliver Stone Alejandro Magno (Alexander, 2004). Si bien esta obra no funciona en numerosísimos aspectos, no es menos cierto que manifestó una gran habilidad a la hora de definir la imagen del general macedonio. Al igual que Napoleón, Alejandro III destacó no solo en el arte de la guerra, sino en otros muchos ámbitos, mostrando un profundo interés y amplios conocimientos en diversas disciplinas. A diferencia de la obra de Scott, en esta cinta se puede ver este conjunto de habilidades enmarcadas en su personalidad y acciones.

A lo largo de la trama, se estudia y explora la psicología de Alejandro, empezando por su infancia, siendo un niño prodigio educado por Aristóteles, un joven cargado de interés y pasión que sueña, además, con alcanzar la inmortalidad buscando equipararse a los grandes héroes de la mitología griega, especialmente Aquiles. Todos estos elementos se pueden percibir más adelante, con el avance de la historia, a la hora planificar sus estrategias militares, su relación con sus otros generales, su apasionado interés por explorar todos los rincones Asia e incluso la paulatina degeneración de su carácter.

Algo similar ocurre en el film Patton (Franklin J. Schaffner, 1970). Aunque se trate más de una cinta bélica que de un biopic, ofrece un veraz e interesante retrato del general estadounidense en el momento más importante de su vida. George Patton fue un hombre que compartió muchas similitudes con Napoleón: dos individuos dotados de una personalidad marcadamente peculiar y compleja, auténticos entusiastas de la historia militar, que buscaban imitar los pasos de grandes referentes en el arte de la guerra, como Cayo Julio César, Alejandro Magno o Aníbal Barca. Todas estas características pueden apreciarse a lo largo de sus campañas, en las que pone de manifiesto su acentuado carácter nostálgico y romántico, brindando a sus oficiales rigurosas lecciones de historia militar, e incluso reflexionando sobre cómo se resolvería la guerra si él mismo y su adversario, Erwin Rommel, fueran caballeros medievales.

Sin embargo, Patton no se limita únicamente a plasmar en la pantalla la faceta militar del vencedor de la Batalla de Normandía, sino que a la vez bucea en su carácter enérgico y carente de empatía, su rudeza y valentía, así como en el modo en el que este repercute tanto en el campo de batalla, en sus relaciones personales y en su actitud con sus soldados, estableciendo así un equilibrio en el que el Patton militar y el Patton humano confluyen en una figura exquisitamente construida.

Puesto que hemos hablado sobre Patton, podemos mencionar también  a una de las figuras históricas de la Segunda Guerra Mundial más explotadas dentro de la industria cinematográfica: Adolf Hitler. El líder del Tercer Reich ha hecho aparición en cuantiosas cintas, desde aquellas de clara orientación propagandística orientadas a glorificar su figura hasta las que surgieron tras la caída del régimen nazi con el propósito de retratarlo como un monstruoso dirigente de un sistema criminal y asesino.

No obstante, no todas las producciones centradas en la figura del caudillo nazi coinciden en la concepción de su figura. La miniserie Hitler, el reinado del mal se centra más en su figura política y su faceta como orador, con una ligera atención en sus experiencias personales antes de adentrarse en el avispero institucional. Por otro lado, El hundimiento (Der Untergang, Oliver Hirschbiegel, 2004), aunque no constituyera estrictamente un biopic, sí que muestra una versión más íntima del dictador austriaco contrastando su actitud tóxica y férrea con sus oficiales y su carácter más próximo y amable con su secretaria o sus empleados domésticos. Además, al igual que en Alejandro Magno, la película hace hincapié en la mentalidad de los personajes de su alrededor como complemento esencial para poder comprender las claves de su psicología.

Tanto las obras cinematográficas que buscaron ridiculizarle como las que pretendieron plantear su figura desde un prisma más dramático, serio y realista, tomaron diferentes elementos básicos y esenciales de su personalidad con el fin de construir una representación del autoritarismo y la intolerancia encarnados en una persona. No obstante, sus perspectivas y enfoques a la hora de proyectar la figura de Hitler resultaron completamente diferentes.

Como puede verse, a la hora de diseñar la trama de un personaje histórico en el cine, existen recursos y licencias artísticas para ofrecer al público epopeyas que les hagan soñar durante un breve lapso de tiempo. Es evidente que ninguno generará un consenso a la hora de retratar su imagen en un film. La Cleopatra interpretada por Elizabeth Taylor no es igual que la que encarnó Leonor Varela, y lo mismo podría decirse de la que brindó al público la actriz británica Lyndsey Marshall en la célebre serie Roma de HBO. Todas ellas aportaron una visión diferente y original, pero siempre manteniendo intacta la esencia de la última reina de Egipto.

El retrato histórico en el cine proporciona un extensísimo abanico de posibilidades, tanto si es para ensalzar como para desprestigiar a sus protagonistas. Obviamente. cada uno debe captar la esencia básica de la personalidad, con el fin de crear un personaje que desprenda veracidad y realismo. Por otro lado, apelando a la originalidad y a la creatividad, es posible ofrecer visiones diferentes y replantear la perspectiva a la hora de definir sus rasgos.

El Napoleón de Ridley Scott no explora la esencia de su personaje y su intención de ofrecer una visión alternativa y/o actualizada resulta poco interesante y nada innovadora y por ello, entre otras cosas, fracasa como retrato histórico. Solo queda esperar que Steven Spielberg, con su ambicioso proyecto televisivo, acierte más y dé otra oportunidad a Napoleón Bonaparte a la hora de llevar su historia, de nuevo, a la pantalla.

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