Netflix estrenó el pasado 12 de octubre los diez episodios de La maldición de Hill House. Antes de esa fecha, el director de esta serie, Mike Flanagan, ya tenía una sólida carrera a sus espaldas dentro del cine fantástico. Descontando sus películas universitarias, sus cortos, y Absentia, producción de 2011 que, hasta donde yo sé, no tuvo distribución normalizada en España, las películas de Flanagan que conforman el grueso de su obra son: Oculus: El espejo del mal, estrenada en 2013; Hush, Somnia: Dentro de tus sueños, y Ouija: El origen del mal, estrenadas las tres en 2016; y El juego de Gerald, estrenada el año pasado.
No se me ocurre otro director actual con una filmografía más coherente y de resultados tan excelentes. James Wan quizás, pero el director de Saw e Insidious, que ha hecho y está haciendo mucho por el género de terror, no ha sido tan regular como Flanagan: ahí están sus fugas a territorios más allá del fantástico con Fast & Furious 7 y Sentencia de muerte, y dentro del terror sus dos películas más fallidas, Silencio desde el mal e Insidious: Capítulo 2. Hasta la fecha, en cambio, Flanagan ni se ha salido de los márgenes del cine de terror en ninguna de sus películas ni tampoco ha facturado ningún fracaso artístico.
No es solo una constante excelencia en los resultados lo que obliga a fijarse en Mike Flanagan. El director estadounidense ha volcado en su obra unas ideas recurrentes que aparecen a lo largo de casi todas sus películas, por más que argumentalmente solo les una la pertenencia al mismo género, el de terror. La principal de estas ideas es el diálogo entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Es habitual en sus películas la aparición de objetos que permiten esta comunicación, como serían el espejo en Oculus: El espejo del mal, o la tabla de Ouija: El origen del mal. A veces esta conexión entre los vivos y los muertos no necesita de fisicidad alguna: en Somnia: Dentro de tus sueños se produce a través de las pesadillas del niño protagonista, y en El juego de Gerald directamente a través de la imaginación de la protagonista, atada durante casi todo el metraje a una cama.
El terror es pues para Flanagan una conexión con el más allá. Su cine habla constantemente de fantasmas y espíritus, más que de monstruos o criaturas fantásticas. El más allá es en sus películas una frontera próxima, tan próxima que inevitablemente se acaba produciendo su intrusión en lo cotidiano. Esta intromisión de lo sobrenatural subyace en prácticamente todas sus obras con la notable excepción de Hush, que es un home invasion de terror pero sin elementos fantásticos.
Una idea turbulenta de las relaciones familiares está también en el ADN de la visión que del fantástico tiene Mike Flanagan. En sus películas los padres, hijos y hermanos suelen estar atormentados por experiencias sobrenaturales que les sobrepasan. Así ocurre con los hermanos protagonistas de Oculus: El espejo del mal, determinados a destruir el espejo que causó las muertes de sus padres; o en Somnia: Dentro de tus sueños, donde la terrible criatura que aterroriza al niño adoptivo protagonista resulta ser su madre biológica.
El pasado y el presente juegan papeles determinantes para describir estas familias a las que el mal frecuentemente persigue de una manera u otra: las películas de Flanagan, pues, suelen transcurrir en dos tiempos distintos o recurren a flashbacks para tejer relaciones siniestras entre pasado y presente.
En Oculus: El espejo del mal, los citados hermanos son descritos primero como niños y luego como adultos. En Somnia: Dentro de tus sueños, es un hecho luctuoso del pasado el que determina todo lo que ocurre en la película. En El juego de Gerald tienen una especial importancia los flashbacks con el padre de la protagonista. Incluso una película como Ouija: El origen del mal, que sucede en un único espacio temporal, también está dialogando con el pasado,. ya que se trata de una precuela que arroja luz sobre los hechos explicados en una película previa, Ouija, que transcurre varias décadas más tarde.
En La maldición de Hill House cristalizan todas estas obsesiones de manera sublime, y es que todas estas ideas acerca del más allá y de la familia vuelven a aparecer aquí, amplificadas por las posibilidades que otorga un marco de diez horas en vez de los 90 minutos preceptivos de una película de cine. Quizás sea justamente por esa apetencia a hablar de la familia que Flanagan recurra con frecuencia a los mismos actores y que, de hecho, La maldición de Hill House sea una especie de reunión familiar: nada menos que Carla Gugino, Henry Thomas, Elizabeth Reaser, Kate Siegel, Samantha Sloyan, Lulu Wilson, y Annabeth Gish, intérpretes de personajes principales de la serie casi todos ellos, han colaborado con Flanagan en una o más de sus películas previas en roles también en su mayoría protagónicos.
Es precisamente esa multiplicación del tiempo narrativo disponible lo que, en esencia, convierte La maldición de Hill House en un drama familiar. Más que en ninguna otra obra de Flanagan, la descripción de seres atormentados por su pasado adquiere un rol decisivo en el desarrollo del argumento. Y lo que definitivamente convierte a esta serie en una experiencia extraordinaria es, de nuevo, la incursión del más allá en el entorno familiar. Flanagan es un maestro a la hora de enseñar cómo el terror se filtra en lo cotidiano, lo hace a veces con unos jump scares demoledores, pero aún obtiene una mayor eficacia en los momentos en los que no recurre a ninguna treta narrativa. La escena, por ejemplo, en la que un personaje aparece en la casa de uno de los hermanos y este descubre, gracias a una llamada telefónica, que ese personaje no está vivo sino que está muerto, hiela hasta la última gota de sangre.
La maldición de Hill House es, no hay duda de ello, el mejor trabajo hasta la fecha de Mike Flanagan. Es el mejor escrito, es el mejor filmado, y algo muy importante: es el que definitivamente revela hasta qué punto el universo de Stephen King ha ejercido una poderosa influencia sobre la filmografía de Flanagan. Esos niños aterrorizados por el Mal, esas familias perseguidas por algo maligno, esa presentación de personajes en distintas etapas de sus vidas, son también elementos frecuentes en las historias de King. En La maldición de Hill House hay incluso un personaje con unas habilidades extrasensoriales muy parecidas a las de Johnny Smith, el protagonista de La zona muerta.
De hecho, seguramente no es casualidad que Flanagan actualmente se encuentre rodando la secuela de El resplandor, Doctor Sueño, porque la influencia de esta novela en particular sobre La maldición de Hill House es determinante. De ella rescata la idea de una construcción arquitectónica como una entidad maligna capaz de poseer a las personas, allí el Hotel Overlook y aquí la mansión Hill. También en las dos historias hay un misterioso espacio cerrado que parece albergar el origen del Mal, allí la habitación 237 y aquí “la habitación roja”, y ojo porque en inglés es red room, pronunciado “red rum”: el homenaje es evidente. Por último, las dos historias explican un descenso progresivo a los infiernos del ultramundo, en el caso de El resplandor sería el personal de su protagonista, el escritor Jack Torrance, mientras que en esta serie hablaríamos de un descenso colectivo, el de toda la familia Crain: padre, madre y los cinco hijos.
La maldición de Hill House atesora a lo largo de sus 10 horas de duración algunas de las mejores ideas de guion de toda la filmografía de Mike Flanagan. Especialmente llamativa, por ejemplo, es la manera en la que consigue visibilizar cómo la ominosa presencia de la casa se extiende más allá de sus muros. La serie otorga un estatus orgánico a la casa, no en vano una de las protagonistas explica que la mansión realmente devora a sus habitantes, y para dejar las cosas aún más claras describe perfectamente el rol de la habitación roja en ese organismo vivo: No es el cerebro, es el estómago.
Otro ejemplo: el episodio 6, rodado mediante planos secuencia interminables que provocan en el espectador una ansiedad casi insoportable, rayando en la tortura psicológica. Es un capítulo filmado de manera muy inteligente, la prueba irrefutable del genio de Flanagan.
Aunque la verdadera gema oculta en esta serie se encuentra en los últimos 15 minutos del capítulo 5. La manera que tiene el director de mostrar el regreso a la casa Hill de Nell, una de las hermanas, es digna de un maestro del cine. Al hacer que Nell imagine un plácido reencuentro con sus seres queridos en un entorno cálido, cuando en realidad se encuentra en una casa decrépita y abandonada hablándole a la oscuridad, conecta sutilmente con la profesión de una de sus hermanas, que se dedica a restaurar cadáveres para funerales: un personaje de la serie dice de ese oficio que, a pesar de la aparente belleza de los cuerpos, por debajo del maquillaje solo hay putrefacción. El paralelismo con esos 15 minutos es demoledor, con Nell viviendo una fantasía artificial en un entorno real en descomposición. La secuencia es de una ejecución y una planificación brillantes, y narrativamente entraña una carga de siniestro fatalismo que la impregna completamente y que convierte su visionado en una experiencia insólita: es al mismo tiempo un momento hermoso pero también tétrico y triste.
Son 15 minutos de cine que están al alcance de muy pocos directores hoy en día.
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