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De cuando un periodista podía destrozar (o levantar) carreras

En Música 4 septiembre, 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Lee uno, con un retraso de casi un año —el libro se publicó a finales de 2018— el completísimo repaso que el periodista Joe Hagan le propina a la vida de Jann Wenner, el alma mater de la revista Rolling Stone, y da la sensación de estar asistiendo a un culebrón digno de otra era.

Hubo un tiempo, sí, en que la opinión de un periodista musical podía ser esencial. En que el posicionamiento de un medio escrito parecía cuestión de estado. Una palmadita en el hombro a través de una buena crítica podía suponer un espaldarazo decisivo para cualquier carrera. Un visión incisiva, demoledora, por contra, podía marcar tendencia y provocar un reguero de desabridos adjetivos que amenazasen con arruinar la trayectoria de cualquiera. Que les pregunten a The Knack. Hasta el posicionamiento político era muy tenido en cuenta.

Cuando cualquiera de nosotros busca información básica en la red sobre una formación histórica, es frecuente toparse con esa expresión: critical backlash. La marejada crítica. Podía afectar a bandas. También a géneros enteros, a estilos de música. Que le pregunten al bubblegum pop o a la música disco.

The Knack

(De izquierda a derecha) Prescott Niles, Bruce Gary, Doug Fieger y Berton Averre de The Knack en el backstage del Hurrah (New York City , mayo de 1979). Photo: Ebet Roberts/Redferns.

En un tiempo en el que la gente suele decidirse por escuchar aquellos discos y canciones que le recomienda un algoritmo o su entorno de amigos más cercano (puede darse el caso de que sean lo mismo, no se extrañen), eso de que un periodista o su medio se convirtieran no ya solo en prescriptores, sino también en poco menos que la verdad revelada, suena a tierno anacronismo. Pero todo lo que se cuenta en Sticky Fingers. La vida y la época de Jann Wenner y la revista Rolling Stone (Neo Person, 2018), es cierto. A veces, dolorosamente cierto.

El libro de Joe Hagan viene a sumarse a otras cuantas traducciones al castellano de compendios de artículos de algunos de los plumillas anglosajones, que contribuyeron a hacer del periodismo musical un subgénero propio dentro del (supuesto) arte de juntar letras. Hay en sus páginas toda una retahíla de nombres pioneros. Esos tipos que se jugaban el pescuezo afilando el ingenio y destilando arrobas de pasión por un quehacer del que apenas podía intuirse que fuera a convertirse en una profesión de cierto prestigio: Jon Landau, Ben Fong-Torres, Cameron Crowe, Robert Christgau y, cómo no, el padre de la descarada iconoclastia gonzo, el deslenguado Hunter S. Thompson y sus legendarios pasotes cubriendo cualquier clase de evento. También el no menos legendario Lester Bangs, cuyos mejores artículos fueron recientemente agrupados en castellano en Reacciones psicóticas y mierda de carburador (Libros del Kultrum, 2018).

Hunter S. Thompson

Hunter S. Thompson, a punto de perpetrar una de sus crónicas gonzo.

Que el mercado editorial español esté reeditando y traduciendo muchos de sus mejores textos es una suerte para todos aquellos que, por una cuestión sobre todo de edad, no llegamos a empaparnos de sus vivificantes artículos y ensayos en tiempo real. Ni siquiera con unos añitos de retraso. Que se publiquen con regularidad los libros de Simon Frith o Greil Marcus, no digamos ya los de Charlie Gillett o Nik Cohn (el año pasado Libros Walden tradujo su primera novela, cincuenta años después de su publicación), es un lujo para quienes crecimos leyendo a sus discípulos hispanos.

Estar al tanto de lo que Simon Reynolds o Alexis Petridis opinan sobre tal o cual disco o sobre tal o cual movimiento, de su amplia visión sobre lo divino y lo humano, es hoy en día tan simple como darle a un click, pero saber qué pensaban hace años Richard Meltzer, Nick Tosches, Allan Jones, Paul Morley o Nick Kent no era fácil salvo que hubieras tenido el olfato (y el buen bolsillo) como para agenciarte, hace muchísimos años, aquellas revistas en las que escribían. A esa labor de rastreo se dedicaron en sus años mozos los Diego A. Manrique, Jaime Gonzalo, Oriol Llopis, Ignacio Julià o Rafa Cervera. A importar unos modos de hacer que eran inéditos en medio de nuestro páramo, y que en cierto modo crearon escuela.

periodista

Greil Marcus: magisterio desde la atalaya de la experiencia.

Tan desproporcionado es fiar todo el crédito de un artista a la opinión de uno o de varios periodistas —inevitablemente subjetiva: para eso firman con su nombre propio— como desestimar por completo su bagaje, cuando es el fruto de un trabajo riguroso, acumulado durante años. Tampoco los excesos descritos en el libro de Joe Hagan sobre Jann Wenner (el compadreo indisimulado con las estrellas, la vida de nuevo rico, el pasteleo descarado de contenidos por publicidad, la inopia ante las nuevas tendencias) son muy recomendables.

Jann Wenner.

Jann Wenner.

Pero casi todo lo que escribían quienes pululaban por aquella revista, y por sus homólogas y competidoras a ambos lados del charco, forma un inmenso caudal teórico (bueno, y también práctico) que quizá algún día sea objeto de estudio en las universidades de periodismo o en los posgrados del ramo. Como mínimo, algunos le guardamos con reverencia el papel de vademécum.

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