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Festival de Sitges 2016: #3 Frikis y carne cruda

En Cine y Series 14 octubre, 2016

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

En el ecuador del 49 Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya hay una palabra que está en boca de todos: frikismo. Y es que dos de las apuestas más what the fuck? de la edición de este año se han saldado con clamorosas ovaciones y con un hype que las ha encumbrado a la categoría de imprescindibles. Aunque en realidad, una lo es y la otra no.

The Greasy Strangler, de hecho, está definida por el propio festival como “la película más what the fuck de la temporada”. No lo voy a discutir, pero en realidad su exhibición de sórdida escatología no es nada nuevo: la Troma la practica desde los años 70. The Greasy Strangler es una película de personajes miserables y desagradables, tanto física como mentalmente, con una afición obsesiva por lo grosero y lo mugriento y con una visión amoral del entorno que les rodea que los convierte en frikazos en sí mismos. Así pues, resulta evidente que esta película no puede entenderse sin el Vengador Tóxico, el sargento Kabukiman, y tantos y tantos personajes de putrefacción ética que pueblan el universo Troma desde hace más de 30 años.

No es que The Greasy Strangler sea una copia directa de todas esas películas. Es que no inventa nada nuevo pese a que escuchando los comentarios del público, aquí en Sitges, parece que sí. Y la gracia de todo el conjunto se agota a la media hora de proyección. Reírse lo que es reírse, uno se ríe mucho en esos primeros 30 minutos, pero después todo deviene repetitivo, reiterativo hasta la saciedad, y el visionado de la cinta es más un suplicio que otra cosa. Sin ninguna duda, The Greasy Strangler es una película de y para festivales, porque su mal gusto exacerbado (estético, argumental, intelectual) la hace solo soportable con la complicidad de una sala entregada a tope. Su recorrido comercial fuera de certámenes se intuye insignificante, la verdad.

Ignoro, en cambio, cuál será el devenir comercial de Swiss Army Man, otra película que bien podría meterse en el cajón del frikismo, aunque en este caso estamos ante una propuesta de una lucidez a años luz de The Greasy Strangler. Es, ojo, de esas películas que exigen una entrega del espectador que raya el enamoramiento, de lo contrario es fácil rechazar la locura que se desarrolla en pantalla. Una locura entendida como una extravagante amalgama de escatología, poesía, humor y absurdidad. Pedos descontrolados a mogollón, erecciones post-mortem, morreos con cadáveres, son algunas de las lindezas que encierra Swiss Army Man. Y aunque resulte difícil de creer, toda esta imaginería tan soez genera momentos de una poesía visual incuestionable como la escena inicial, que establece sin resquicios para la duda el tono del resto del metraje.

Película de inesperada complejidad argumental, Swiss Army Man no solo acaba teniendo múltiples lecturas contradictorias entre sí, sino que es precisamente esa diversidad la que le acaba aportando una nada desdeñable dimensión filosófica. A ratos un canto a la vida, a ratos una oda a la melancolía del amor imposible, finalmente una tragedia que habla de la soledad en un mundo más conectado que nunca, definitivamente Swiss Army Man se convertirá seguro en la película de Sitges 2016 y, con toda probabilidad, en el must see de este final de año.

Y aunque no puede tacharse de friki, porque su concepción es más clásica que otra cosa, es incuestionable que el universo de 31 está plagado de frikis. Nada nuevo para el que conozca la filmografía previa de su director, Rob Zombie: los personajes que pueblan todas sus películas, incluidos los dos infectos Halloween, son marginados sociales de diversa condición. que acaban casi siempre haciendo cosas muy feas. El problema con Zombie es que es incapaz de manejar cualquier cosa que exceda de los cuatro o cinco minutos que duraban los videoclips que dirigía, antes de que algún lumbreras le preguntara que por qué no se decidía a dirigir cine.

Demostrando una ineptitud rampante y una demoledora falta de ideas, 31 es seguramente el episodio más bochornoso en esta absurda apuesta que Sitges tiene con el director (todas sus películas, excepto Halloween II, se han presentado aquí) y de la que Zombie siempre sale victorioso: presente lo que presente, se le idolatra como si fuera el nuevo Tobe Hooper. Se trata de un survival de argumento sobadísimo (grupo de personas expuestas al sadismo de unos dementes para regocijo de las clases sociales altas) del que Zombie desaprovecha sus potencialidades críticas (seguramente ni se las habrá imaginado) para pasar directamente a lo único que le interesa: el consabido despliegue de sadismo aderezado con sus gotitas (cada vez menos gruesas) de gore. ¡Ah! Y que su mujer sea la protagonista, que por cierto, es muy mala esta actriz: no es de extrañar que, exceptuando un par de títulos, solo la haya contratado su marido.

Y cerrando el capítulo de la sangre y la carne tenemos Grave (Raw), que ha sido la película de la que todo el mundo hablaba hasta el día de su proyección, ya que venía precedida de la polémica en el Festival de Toronto con desmayos y ambulancias en la puerta. Sea un montaje o no, este hecho sin duda ha beneficiado su paso por Sitges: hasta que saltó la noticia, Grave (Raw) era otra película más en el abultado programa del certamen fantástico, pero a partir de entonces aumentó la venta de entradas exponencialmente hasta el punto de que dos de los tres pases de la película tenían un sold out una semana antes de la proyección, y el tercero (a las 8.30h. de la mañana) estaba casi lleno.

Polémicas a un lado, Grave (Raw) es una interesante fábula que trasciende su simple defensa del vegetarianismo gracias a una sórdida metáfora que tiene que ver con el despertar sexual de la protagonista. Muy bien interpretada y dirigida, la cinta también puede leerse como una reflexión acerca de las cargas morales y éticas que los hijos heredan de sus padres. Es precisamente esta lectura la que tiene más sentido cuando llega el momento del desenlace, y seguramente la que más haya calado entre el público.

Crudo (Julia Ducournau, 2016)

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