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Cultura

Cimino o el arte de matar(se) de un solo disparo

En Hermosos y malditas, Cultura 11 julio, 2017

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Hace unos días se cumplió el primer año de la muerte de Michael Cimino (1939-2016), uno de esos directores de cine de los que siempre se dicen las mismas cosas sobre él:

Que arruinó a la United Artists con una película muy costosa de difícil distribución, rodeada de cortes y vicisitudes: La puerta del cielo (1980)

Que su carrera fue irregular.

Que sus mejores películas, paradigmáticamente esta de la que vamos a hablar y Manhattan Sur, caían, ideológicamente, del costado reaccionario del cine americano.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Cimino, are you talking to me?

La semana pasada pude volver a ver, en pantalla grande y versión original, El cazador (The Deer Hunter, 1978) y la emocionante impresión que de nuevo causó en mí no me impidió, sino más bien me estimuló, a pensar fríamente sobre algunas cuestiones relacionadas con la naturaleza de las distintas fuentes del conocimiento. Cuestiones que tienen que ver con el disfrute del arte y con la pasión que debería rodear el saber y la cultura, ese tipo de cosas, solo en apariencia profundas, de las que hablamos con el rigor que exige lo ligero en Hermosos y malditasDe camino a casa, pensé:

Que siempre hay algo esencial que aprender de los artistas.

Que tiene razón Daspré frente a Althusser en que a diferencia de la creación científica (en el sentido en que la historia o el derecho pueden ser asumidas como ciencias), la creación artística se coloca a nivel de lo individual, a nivel del hombre.

Que colocándose el arte a nivel del hombre expresa algo interesante para todos: ese éxito constituye el aporte irremplazable del arte.

Que una pregunta del tipo ¿qué encontró Engels en Balzac que no estuviera en los tratados de Economía? es, posiblemente, una de las preguntas más importantes que nos podemos hacer cuando se quiere escribir críticamente sobre el arte.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Creo que el cine (el buen cine) es, detrás de la novela, el arte que permite, parafraseando a Milan Kundera, rescatar al hombre del olvido del ser. Para el escritor checo, recordémoslo, de forma paralela a la crisis del humanismo europeo y del mundo de la vida en la Edad Moderna, denunciadas por Edmund Husserl Martin Heidegger, nació en Europa un arte que tuvo pronto precisamente por objeto las vicisitudes existenciales de los hombres.

Sí, a través del arte de la novela (Cervantes, Flaubert, Proust, Joyce, Mann, etc.) la pasión por conocer escudriña la vida concreta del hombre para mostrarlo en su complejidad existencial, pero sin juzgarlo con severidad moral. Algo semejante ocurre con los guiones de las más grandes películas y sus juegos de ida y vuelta, entre lo concreto y lo universal: si se disfrutan bien, sin dogmas, ni cepos ideológicos, permiten entender:

Que el hecho de que unos jóvenes americanos de origen ruso se alisten a la guerra de forma idealista, que vayan a cazar ciervos o que canten Dios salve América no convierte una película en belicista, patriótica o reaccionaria, de igual forma que los personajes de las novelas de Milan Kundera no hacen apología del machismo.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Que progresar como ser humano (en nuestra individualidad más irreductible) es hacerlo contra el progreso del mundo.

Que, a pesar de ciertos excesos, la vía crítica contra la hegemonía de la razón científica sobre la que escribieron Kolakowski (El racionalismo como ideología), Feyerabend (Adiós a la razón), y de distinta forma Aldous Huxley o Arthur C. Danto es un camino interesante para conocer el progreso del mundo, y el progreso contradictorio de nosotros mismos, un poco mejor.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Que no todos los críticos de cine soportan la tensión entre el texto científico (o la historia positiva) y el relato ficcional.

Que la fuerza de un solo fotograma de El cazador puede con todos los argumentos que pudieran esgrimirse contra el cine como arte fundamental del siglo XX.

Que todos sus actores (no sólo De Niro o Cristopher Walken, sino, sobre todo, John Cazale y John Savage) entendieron que la película trataba sobre la fragilidad y sobre las cosas frágiles que como la vida, el amor, la amistad y las historias individuales sucumben pronto ante el horror irreversible de la guerra como gran historia colectiva.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Christopher Walken (Nick), Robert De Niro (Michael), Chuck Aspegren (Axel), John Savage (Steven) y John Cazale (Stan)

Recuerdo haber ido solo de pequeño al cine Rex a ver Manhattan Sur (el mejor papel de la carrera de Mickey Rourke) y regresar a casa con la sensación de que había algo fuera en el mundo que tenía que ver con la madurez y el futuro frío que nos aguardaba y que se llamaba vacío. Es posible que la imagen de la comunidad china en la película no sólo no fuera favorecedora sino abiertamente injusta (más injusto me pareció el destino de esa hermosa actriz llamada Ariane). Pero, creo que es ese, precisamente, unos de los puntos del encanto del cine de este cineasta que murió raro y delgado, después de haber acertado en la diana de la historia del cine con un sólo tiro en el blanco del éxito: El cazador de ciervos, o en España, El cazador y de haber hecho lo mismo con La puerta en el cielo, esta vez acertando en el blanco de su sien.

No es posible dejar de ver en la gente de nuestro tiempo una extraña obsesión por parecer más lista y profunda de lo que es. Todo lo contrario del cine oscuro, triste, con un punto de nihilismo de Cimino, cineasta embargado por el poder de una línea oscura en el guión de El cazador: en medio de la belleza cruel de la montaña, cazar es el arte de matar(se) de un solo disparo.

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Hermosos: guión de Derek Washburne, fotografía de Vilmos Zsigmond, música de Stanley Myers

Malditas: guerras

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