Con motivo del 50 aniversario de la muerte de Mies Van Der Rohe, la editorial Grafito ha publicado el cómic Mies, obra del arquitecto, ilustrador y escritor Agustín Ferrer Casas (Pamplona, 1971).
El cómic de Mies me sirve como excusa para hablar de este brillante arquitecto, padre de la arquitectura moderna y director de la escuela de arte y diseño de la Bauhaus, de la que se cumplen también los cien años de su creación, así como de la influencia que tuvo en el diseño, cine y series, moda, muebles e ilustración, y todo el legado arquitectónico que nos dejó. La arquitectura de Mies Van Der Rohe es sencilla, clara y expresiva. Su filosofía podría resumirse en dos de sus frases más célebres: Menos es más y Dios está en los detalles.
Sus estructuras responden a una composición rígidamente geométrica, sobria, sin elementos ornamentales. Lo maravilloso de su obra radica en la sutil maestría de las proporciones y en la elegancia a la hora de seleccionar los materiales de construcción: acero, vidrio, hormigón y algunos materiales nobles como el mármol. Todo esto queda muy bien reflejado en el cómic que lleva el mismo título.
El cómic de Agustín Ferrer Casas es una auténtica delicia para los amantes de la arquitectura y de Berlín. Cada una de sus páginas responde a un esquema geométrico en el que las viñetas se ordenan para construir una lámina perfecta, están dibujadas con un gusto exquisito, con cariño, y cuidadas hasta en el más mínimo detalle; los trazos son finos y elegantes, con una elección del color muy acertada.
En cada viñeta destacan tantos los edificios como los personajes, ya que el cómic nos muestra el lado humano de su protagonista. Contemplamos a un tipo impulsivo, algo soberbio, como casi todos los genios, intemperante, seductor y bebedor, al tiempo que vamos recordando algunas de sus obras más emblemáticas, como la Villa Tugendhat en la ciudad checa de Brno (el edificio que albergaba la escuela Bauhaus en Dessau), las Torres de apartamentos de Lake Shore Drive en Chicago, el Pabellón de Barcelona o la casa Fansworth.
La estética del Berlín en el que vivió Mies Van Der Rohe y en el que proyectó, diseñó y construyó parte de sus obras, antes de emigrar a los EE.UU, ha servido como fuente de inspiración para las diferentes artes y, sobre todo para la idea que tenemos de arquitectura moderna o contemporánea.
Anterior al cómic de Agustín, tenemos otro: La ciudad más fría (2012), obra del guionista Antony Johnston y el dibujante Sam Hart y su adaptación cinematográfica, la película Atómica del director David Leitch (2017), que bebe de las fuentes de la obra de Mies.
La estética sencilla de La ciudad más fría, un cómic en blanco y negro, contrasta con la paleta de colores elegida por Agustín Ferrer Casas para Mies, pero ambos responden a una geométrica y rígida estructura de composición de viñetas, que en el caso de La ciudad más fría, aún es más cuadriculada pues respeta y sigue un patrón de cuatro viñetas que, en ocasiones, se fragmenta para hacer que los personajes destaquen y trasciendan más allá del papel. En el cómic de Mies, dependiendo de la importancia de lo que muestra en la viñeta, ésta varía de tamaño y se ajusta a las necesidades de aquello que quiere mostrar.
Ambas historias no tienen nada que ver una con otra: Mies es más una autobiografía, La ciudad más fría es una clásica historia de espías con agentes dobles y triples. Por momentos comparten escenario, la ciudad berlinesa y sus calles, marco perfecto en el que narrar ambas historias. Pero, quizás, donde más similitudes encontramos de esto que comento es en la película, no en el cómic de Antony Johnson y Sam Hart.
En el cómic de Agustín Ferrer Casas, observamos a un Mies que, mientras pasea con su nieto, el también arquitecto Dirk Lohan, recuerda y hace un breve repaso a su carrera profesional e intensa vida personal marcada por su ambición por construir sus proyectos, por la relación con clientes, socios, adversarios y compañeros de profesión Walter Gropius, Frank Lloyd Wright y Philip Johnson en una época convulsa del siglo XX.
En Atómica, la adaptación cinematográfica de la ciudad más fría, su director se sirve de la estética de la decadencia de una ciudad dividida y enfrentada para contar la historia de la agente británica Lorraine Broughton (una espectacular, fría y distante Charlize Theron), que es enviada a Berlín con el objetivo de recuperar una lista de espías que ha sido robada y que puede poner en peligro la vida de numerosos agentes. Para su misión contará con la ayuda de David Percival (James McAvoy), un jefe del MI6 de Berlín, un tipo de dudosa ética, un buscavidas.
Atómica narra una historia en la que nada es lo que parece, la traición está a la vuelta de la esquina y todo ello en el marco de la violencia de una época complicada en la que el KGB soviético y la Stasi de la Alemania Oriental, se enfrentaban con la CIA estadounidense, el MI6 británico y el DGSE francés.
Si no fuera porque la película es del año 2017 y el cómic de Agustín del 2018 me atrevería a afirmar que la portada del cómic ha sido la fuente de inspiración de la paleta de colores utilizada por David Leitch en la película Atómica. Los dibujos en blanco y negro del cómic de origen, en la película se convierten en una gélida atmósfera, gracias a la alternancia de fotogramas en azules y verdes que, bajo el uso de un filtro gris, acentúan más si cabe, el frío, las bajas temperaturas y la aridez de esa ciudad en invierno y su ausencia e imparcialidad.
Sin embargo, en la película nada es lo que parece y, al igual que el cómic de Mies esconde un secreto, un hecho que no ha podido olvidar, en Atómica, bajo la apariencia de ese gigantesco iceberg que es la hipnótica y fascinante ciudad de Berlín, que apenas deja espacio para los rayos solares, en los bajos fondos de la misma, con sus clubes y locales nocturnos, la ciudad está viva y políticamente en llamas.
Para representar esto, David Leitch apuesta por la utilización de los colores flúor y la gama de los cálidos, así como el empleo de los tubos de neón que, bajo una cortina/filtro rojo, se mueven y danzan al ritmo de una nostálgica banda sonora entre la que se incluyen temas de David Bowie, Nena, Siouxsie & The Banshee, The Clash, The Cure, New Order, entre otros, subiendo así, la temperatura y el tono de las escenas.
Este es un recurso últimamente muy empleado en series y películas que sirve de gancho para atrapar al espectador, una estética visualmente muy poderosa aderezada con una atractiva banda sonora que desvía la atención de un débil argumento. Todo ello potenciado por una cuidada elección de vestuario y automóviles, un decorado de revista de arquitectura e interiorismo con infinidad de detalles y una buena fotografía.
Si nos fijamos, en múltiples fotogramas aparecen grandes iconos del mobiliario del siglo XX, entre ellos la silla Barcelona diseñada por Mies Van Der Rohe (que aparece en el apartamento de Londres de Charlize Theron) o la conocida lámpara Fase, creada por Industrias Fase, todo un referente del diseño español de los años sesenta y setenta que aparece en el apartamento de James McAvoy.
Si al conjunto añadimos algo de acción trepidante: peleas cada cuarto de hora, sin apenas cortes de montaje, persecuciones (lo mejor, el espléndido plano secuencia de la lucha en las escaleras), el resultado es un producto original y atractivo y ¿por qué no? estiloso y con clase, en el que nada escapa al mínimo detalle.
La grandeza de los maestros de la arquitectura trasciende en ocasiones de sus reconocimiento en los libros de Historia del Arte y en las asignaturas de las Escuelas de Arquitectura, y se proyecta hacia otras artes escénicas, como el cómic y el cine, dado que su obra pasa a formar parte de la vida cotidiana de la gente que convive, percibe y disfruta de sus obras, reconocidas como escenarios permanentes de sus ciudades.
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