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Cultura

50 años de la llegada de Lunik a la Luna

En Con vistas al mal, Cultura 16 julio, 2019

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Hoy hace 50 años que una diminuta parte de Roma llamada Michael Collins inicia las maniobras de inserción en la órbita de la Luna, que no son sino la cabeza de puente previa al descenso final sobre el satélite. Collins nació en Via Tevere, a la sombra de los jardines de Villa Borghese, pues allí residía el agregado militar de la embajada estadounidense.

Tres meses después de este ballet espacial, Vía Tevere formará parte de una gira triunfal que cortará el tráfico en varias manzanas a la redonda y traerá de visita al hijo pródigo. En su número 16 se inaugurará una placa conmemorativa, a fin de que los romanos sepan que un fragmento de la historia de la astronáutica les corresponde por derecho propio.

Llegada a la luna

Michael Collins entre los astronautas Aldrin y Armstrong.

Pero volvamos a nuestro satélite y al 20 de julio de 1969. La rotación de astronautas seleccionados para la misión Apolo 11 ha dejado a Collins en un segundo plano, a los mandos del Columbia, módulo órbital desde donde sus compañeros Neil Armstrong y Edwin Aldrin accederán a un espacio aún más pequeño, el módulo lunar bautizado Eagle, y mediante el cual descenderán en caída suave de 110 km hacia la superficie de la Luna. Collins ha aceptado su descarte sin mucho pesar, pues realmente está allí de pura casualidad, ya que su destino pasaba por comandar una misión anterior, la número 8, de la cual lo terminó apartando una hernia.

El trabajo de Collins parece rutinario y poco arriesgado, pero no lo es, y de su pericia depende que las piezas del puzzle se encuentren en el punto adecuado para ensamblarse, una vez el Eagle regrese 24 horas después, todo él cargado de leyenda. Desde donde se encuentra, el piloto difícilmente podrá distinguir a sus compañeros, apenas motas de polvo en el paisaje. Periódicamente, recibirá aún menos atención de la habitual, pues las comunicaciones con la Tierra se interrumpirán cada vez que el Columbia transite por la cara oculta de la Luna. Y aún entonces no podrá asegurar que está solo.

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Laika, la perra cosmonauta soviética.

La carrera espacial entra en su duodécimo año de existencia y en ningún momento ha dejado de ser una competición de fondo. La URSS ha dedicado la mayor parte del tiempo a pasar la mano por el lomo de sus competidores estadounidenses. Todos los hitos posibles han caído hasta ahora de su lado: primer satélite artificial orbitando alrededor de la Tierra (Sputnik 1); primer ser vivo lanzado al espacio (Laika), primer y primera astronauta (Gagarin y Tereskova), primer paseo espacial (Leonov), primeras sondas enviadas a Venus y Marte, primera sonda estrellándose (Lunik 2) o posándose (Lunik 9) en un cuerpo celeste que no sea la Tierra. Primeras imágenes de la cara oculta de la Luna…

Aunque su porcentaje de acierto-error ronda el 50%, el programa soviético Lunik diseñado por Serguei Koroliov, un Werner Von Braun ubicado a la derecha del telón de acero, es tan ambicioso que va a obligar a un esfuerzo descomunal de su contrario para ponerse a la altura, en esta carísima partida de ajedrez que ha supuesto trasladar la Guerra Fría al espacio. Solo una apuesta decidida por el programa Apolo y la paciencia necesaria para que sus componentes se fogueen previamente en las misiones Gemini, cambiará lentamente la tendencia.

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Yuri Gagarin.

Apolo 11 llega en un momento propicio, cuando a la opinión pública estadounidense empieza a olerle a cuerno quemado el coste en vidas que supone la guerra en el sudeste asiático. Esta misión carga sobre sus hombros la responsabilidad de ser culminación, la victoria que tenga en sí misma la potestad de acallar todas las derrotas anteriores.

Hablemos de la Lunik 15, sonda no tripulada cuyo lanzamiento y objetivos, al contrario que otras misiones anteriores, aparecen envueltos en el más absoluto de los misterios. Su despegue desde Baikonur (El Cabo Cañaveral soviético ubicado en Kazajistán) se produce en la madrugada del 13 julio, solo tres días antes que el del Apolo 11. Si su recorrido sigue las directrices habituales, debe limitarse a fotografiar y analizar el suelo lunar, y recoger muestras para estudio. Pero la coincidencia de fechas entre las dos misiones es demasiado evidente como para pasarla por alto.

Lunik 15 lleva ya 38 orbitas alrededor del satélite cuando el Apolo 11 se pone a tiro de piedra de su objetivo, mediodía del 20 de julio. Completará otras catorce más, en paralelo al Columbia y unos 10 km más próximo a la superficie. Michael Collins, de hecho, la verá pasar dos veces por debajo de su módulo orbital, mientras desde Cabo Cañaveral le garantizan convencidos que no hay problema alguno.

Llegada a la luna

Michael Collins en el Apolo 11.

La paranoia imperante en la época nos hace imaginar al piloto y al control de Tierra especulando sobre los porqués de la presencia de la sonda rusa en esta fiesta a la que no había sido invitada. Acaso atravesar el firmamento lunar en el momento en que Armstrong descienda con el fin de chafar la foto histórica. O terminar estrellándose a unos cientos de metros del Eagle, en un despliegue temerario entre desafiante y chapucero. ¿Es posible que a última hora los planes soviéticos hayan incluido y comprimido a un Gagarin en miniatura entre los ordenadores y dispositivos de a bordo, dispuesto a arrebatarle en el último minuto la gloria a un adversario demasiado seguro de su victoria?

Pues no. Las intenciones reales de Lunik 15 no se desviaban del libro de ruta general del proyecto, y pasaban por alunizar antes que el Eagle de Armstrong y Aldrin, recoger los habituales souvenirs de la Luna, y regresar con ellos a nuestro planeta, a ser posible también antes que los componentes de la misión americana. Una manera discreta de mostrar que aún no cabía descartar a la URSS de la carrera espacial, y acaso minimizar el impacto que supondría el spot publicitario de los embajadores del capitalismo caminando por las laderas del Mare tranquilitatis.

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Mare Tranquilitatis.

Durante cuatro días, del 17 al 21, se realizarán diversas correcciones de trayectoria desde Baikonur, eligiendo y desechando alternativamente varios puntos de descenso al considerarlos inaccesibles. Tal vez se peca de prudencia, o de ausencia de una voz unánime, pero el tiempo se les echará encima de los cálculos. Armstrong da el salto en nombre de la humanidad entrada la madrugada del 21 de julio.

Lunik 15, en cambio, no se encontrará en condiciones de posarse en la zona finalmente designada (Mare Crisius) hasta la sobremesa, cuando los embajadores USA ya han plantado bandera, conversado con Nixon, realizado la tanda de experimentos reglamentaria en superficie, e instalado el reflector de láser que se empleará desde la Tierra para medir distancias. De hecho, ya están planificando el regreso hacia el Columbia.

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Módulo de comando Columbia del Apolo 11. National Air and Space Museum, Smithsonian Institution. En conmemoración del 50 aniversario, saldrá de gira por cuatro ciudades. Foto © Eric Long.

La sonda desciende entonces hacia la superficie de la Luna. Mientras la agencia soviética Tass se apresta a difundir el éxito del alunizaje, otros observatorios cuentan una historia muy diferente. Realmente la sonda se estrelló al fallar la retropropulsión, al igual que media docena de sus antecesoras. La trayectoria de descenso, muy oblicua, llevó a la Lunik a estamparse contra una montaña. Los sismómetros instalados por Armstrong y Aldrin registran el choque, aunque ellos inmersos en preparativos, no se dan por enterados.

Este traspié soviético no trascenderá al impacto global del éxito de la misión Apolo 11 a la Luna, pero no deja de ser la confirmación de una derrota. El método tal vez era el adecuado, pero precisaba de un tiempo y un presupuesto inaccesibles. Su creador, Korialov, no llegará a ver su fracaso, fallecido en 1966 tras una intervención quirúrgica de la que existen varias versiones, se supone que todas falsas.

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Un pequeño paso para el hombre.

A los vencedores les traerá  fuertes recortes presupuestarios, con la consiguiente cancelación de la mitad de misiones tripuladas previstas a la Luna, la recompensa propia de la línea de meta ya rebasada, que por tanto no precisa de nuevos esfuerzos, máxime cuando el adversario ya no puede aspirar más que a un segundo puesto. En este capítulo la carrera espacial recibirá el tiro de gracia que la llevará a centrarse en otros objetivos. Para entonces, nuestro trocito de Roma ya habrá dejado atrás la NASA, en busca de horizontes más lucrativos. Los alcanzará, pues aún vive de ellos.

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