Paradójicamente (o quizá no), el año que querremos olvidar para siempre ha sido también uno de los más fértiles que recordamos en lo musical. Al menos, en mucho tiempo. ¿Se confirma esa teoría no escrita de que los tiempos de crisis y zozobra, los momentos de quiebra en los que todo parece estar a punto de irse al garete, son los que avivan la genialidad y estimulan el talento? 2020 ha dado motivos para pensar que sí.
Ya se sabe que los gustos y las listas van por barrios, pero permítanme la autorreferencia: si a un servidor habitualmente le cuesta confeccionar una lista de 20 o 25 álbumes realmente imprescindibles cada fin de año, esta vez lo que le ha costado es reducirla a menos de esa cifra. Se siente uno reconfortado también cuando echa un vistazo a los resúmenes de la gran mayoría de medios y la sensación a la hora de hacer balance es similar.
A continuación, algunas claves para explicar con nuestras herramientas —las únicas que creemos dominar un poco: las de los discos, las canciones, la música, todo aquello que nos ha vuelto a salvar— un ejercicio difícilmente explicable si no es desde la asunción del absurdo de nuestra existencia y el desvarío de la humanidad, la única especie terrícola capaz de tropezar varias veces en las mismas piedras. Menos mal que nos queda el humor y, sobre todo, la belleza en forma de sonidos que atesorar para siempre.
#1 Ni Dios, ni patria ni amo
Los discursos híbridos, bastardos, entreverados tanto en lo racial como en lo sexual y en lo estilístico, siguen procurando algunos de los trabajos más excitantes, no solo por alimentar la capacidad de sorpresa del personal (aún, pese a los agoreros del cualquier tiempo pasado fue mejor) como por ilustrar un devenir mestizo que tiene en lo musical una de las mejores vacunas contra las visiones excluyentes, patrimonialistas y de miedo a lo ajeno: más de setenta millones de personas votaron a Trump, más que hace cuatro años, y basta con que bajen ustedes cualquier día a la calle para comprobar cómo miles de vecinos hacen suya la bandera más como defensa numantina de su cerril ideología que como llamada a la concordia con quienes no piensan como ellos.
Los fascinantes discos de Moses Sumney, Perfume Genius, Khruangbin, Everything Is Recorded, Thundercat, Bananagun o Sylvan Esso dan buena cuenta de la madurez de esa Babel de lenguajes y sonidos en la que cabe el olor a curry, a platos thai o a tomates verdes fritos, con chorritos de psicodelia y de electrónica muy humana, bien escanciados.
# 2 Más de cuarenta años después, el (post) punk y la música disco colean bien vivos
Quién iba a decir que dos géneros que nacieron al mismo tiempo, prácticamente de la mano (aunque no lo parezca y rara vez se resalte) y hace más de cuatro décadas, transpirarían con tal rotundidad a través de los surcos, los megas y los kilobits de los discos de tantos músicos que, en la mayoría de casos, ni habían nacido en 1977.
Quién iba a decir, además, que precisamente el latido de la disco music fuera a resonar con tal fuerza en el año en el que solo podemos bailar en casa, con discotecas y clubs cerrados a cal y canto. Los álbumes de Dua Lipa, Kylie Minogue, Jessie Ware, Jessy Lanza y Róisín Murphy nacieron para retorcer caderas.
Los de Fontaines DC, Idles, Dogleg, Touché Amoré o Coriky, para evidenciar que el grito y el filo tajante de una guitarra eléctrica siguen siendo liberadores y necesarios. Como a finales de los setenta: recuerden, con una crisis económica de caballo.
# 3 La arruga sigue siendo bella
El continuum de los veteranos insignes que envejecen como los buenos vinos sigue tan fecundo como para que muchos hayan encumbrado al último Bob Dylan a la categoría de disco del año. Se entiende en un año de obligado repliegue y enroque en viejas esencias, tan negro y hostil como pintaba el panorama ahí afuera. Más aún porque emergió por sorpresa, cuando nos encerrábamos en casa. Se entiende también por ser uno de sus mejores trabajos en lo que llevamos de siglo. Pero se comprende menos si tenemos en cuenta que es más un soberbio y transparente réquiem por un siglo, el XX, al que llevamos años despidiendo, que cualquier otra cosa.
Igual de solventes fueron Elvis Costello, Bruce Springsteen, Paul Weller, Pretenders, Bill Fay, Lucinda Williams y hasta —quién lo iba a decir— Morrissey. Caso aparte por su audacia, los impresionantes The Dream Syndicate, los únicos que no edifican sobre plano apergaminado. También volvió la mejor versión de los Flaming Lips. E incluso la mejor (también) de talentos algo más jóvenes, como Rufus Wainwright, Benjamin Biolay e incluso —y esto sí que nadie lo vio venir— los Strokes.
Un inciso: otro continuo que se alimenta de músicos con carreras más que consolidadas y algunos recién llegados es el de la electrónica, con Nicolas Jaar y sus Against All Logic, Kelley Lee Owens, Oneohtrix Point Never, Caribou, Four Tet, Disclosure o Ela Minus despuntando. O el del power pop, con The Speedways, The Reflectors o Dropkick sirviendo las mejores melodías y guitarrazos.
# 4 Negro es el color
Por si faltaba algo para redondear una distopía norteamericana que bien podría haberse prolongado desde noviembre (suerte que la pesada broma no pasó a mayores), 2020 fue el año de las revueltas contra la brutalidad policial que lleva tantas décadas ensañándose con ciudadanos de raza negra. Obviamente, el mundo del hip hop fue el primero en revolverse contra la injusticia.
Primero con las canciones de Cupcakke, Dua Saleh, Beyoncé o Terrace Martin. Luego, con los álbumes de Run The Jewels o los misteriosos, prolíficos y eclécticos Sault, una de las grandes revelaciones, desde el otro lado del Océano. Que la cúpula del terror a la que cantaban Public Enemy hace décadas siga siendo, a día de hoy, un estímulo creativo, es otro síntoma que obliga a preguntarse si lo nuestro es evolución o involución.
# 5 Femenino singular
Mientras lo de los grupos sigue siendo cosa de hombres (mayoritariamente: ahí está el fabuloso nuevo disco de HAIM como excepción a la regla), las voces solistas siguen siendo, cada vez más, asunto de mujeres con un perfil creativo genuino, en absoluto intercambiable.
Ahí han estado las estupendas colecciones de canciones de Caroline Rose, Soccer Mommy, Margo Price, Phoebe Bridgers, Fiona Apple, Laura Marling, A Girl Called Eddy o Waxahatchee merodeando el folk, el country rock, el soft rock o el pop de filiación indie. Un club al que se ha sumado, desde territorio mainstream y con bastante aplomo, Taylor Swift.
# 6 Spain is (not) Pain
Parafraseando (aunque en negativo) el título de un álbum de los Pribata Idaho del bueno de Ernesto González, uno de los músicos que nos dejó en 2020, listamos una serie de bandas y músicos que, desde cualquier tribuna creativa imaginable, han contribuido a que el panorama de la música popular hecha en España siga gozando de una salud de hierro, pese a la imposibilidad de tocar en directo con normalidad y al estado crítico de una industria que, poco proclive hasta ahora a aunar esfuerzos comunes, se ha visto tratada con especial saña por la pandemia.
Hablamos de Los Enemigos, Triángulo de Amor Bizarro, Sr Chinarro, Maria Jaume, The New Raemon, Pau Vallvé, Biznaga, Alberto Montero, Nacho Casado, Mala Rodríguez, Roldán, Juárez, Òscar Briz, Junco y Mimbre, Los Manises, Flamaradas, Los Estanques, Chucho, Da Souza, Lina/Refree, El Columpio Asesino, María José Llergo, Maria Rodés, Laura Esparza i Carlos Esteban, Núria Graham, Nueva Vulcano o Belako.
Foto de cabecera: Moses Sumney: Alexander Black.
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