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Robbie Robertson y Martin Scorsese, el dueto después de The Band

En Música miércoles, 16 de agosto de 2023

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

El deceso de Robbie Robertson, el pasado miércoles 9 de agosto, a los 80 años, propició la riada de tinta habitual cuando un peso pesado de la música abandona el escenario. Quizás en su caso, debido a la coincidencia en las páginas de obituarios con el más mediático (por mucho que la fama le llegara tardíamente) Sixto Rodríguez, fuera menos de lo que se merecería una figura elemental para entender la música popular norteamericana de los últimos sesenta años.

Al frente de The Band, digámoslo sin paliativos, una de las mejores bandas rock de sus demarcaciones geográficas, Robbie Robertson ayudó a acuñar el género de la Americana. Primero como escudero fiel del arranque eléctrico de Bob Dylan, luego emancipándose de la imponente figura del de Duluth junto a una banda que supo como ninguna (quizás solo la Creedence Clearwater Revival) sintetizar las raíces musicales de su espectro geográfico bajo una fórmula recurrida y adorada por infinidad de formaciones en los años posteriores.

The band

The Band.

Estos días se ha elogiado a Robbie Robertson como tesorero de un catálogo de rock imperecedero, sin embargo, no ha resultado tan examinado su enlace permanente —y comprometido— con el director Martin Scorsese. La relación amistosa y profesional entre ambos se remonta al rodaje de El último vals (1976), esa despedida de una banda por todo lo alto, reforzada por unos invitados legendarios, y el público del Winterland Ballroom entregado a una cita histórica, implantando sus mejores atributos en el celuloide dispuesto por el neoyorquino.

Esa marca cinematográfica de, digámoslo también sin medianías, una de las mejores película-concierto de la historia, supuso el inicio de una relación que se mantendría estable y a plena productividad durante cuatro décadas. Una estrecha colaboración cuyo último fascículo es el embalaje sonoro de la próxima Los asesinos de la luna, la obra por estrenar (octubre) del autor de Uno de los nuestros. Y una relación cuya profundidad afectiva se percibe en las palabras de recuerdo vertidas por el cineasta de Queens en su cuenta de Instagram.

Su relación sobrepasó el marco habitual entre compositor de bandas sonoras y cineasta del agrado y confianza. Robertson se convertiría, desde Toro salvaje (1980) —donde ejerció de productor musical y contribuyó en la BSO con dos temas—, en el consejero musical de Scorsese. Un rol que iba más allá del de compositor de bandas sonoras y se ampliaba a funciones de supervisión del apartado sonoro y consultor musical.

Robbie Robertson

El último vals (Martin Scorsese, 1976).

La pareja artística congenió desde el primer encuentro y, además, supo retroalimentar la pasión compartida por el cine y la música. Si Scorsese ha desplegado, en su interminable miríada de trabajos, un interés mayúsculo por el documental musical, el músico de Toronto tanteó el otro lado, el de los sets de rodaje, para protagonizar en 1980 la película Carny (1980), de la que también escribiría su libreto y firmaría como productor. Pero la mejor contribución de Robbie Robertson al séptimo arte fue suministrando temas instrumentales, cantados y propuestas sonoras heterogéneas para complementar y validar las imágenes servidas por su socio. Un rango estilístico que permitió acoplarse a la variedad de géneros que ha abordado el genio de Queens.

En el Color del dinero (1986) se conoce la anécdota que contaba el propio guitarrista de The Band, quien, incapaz de leer y escribir música, tuvo que enviar unas grabaciones a Scorsese con la intención de su posterior traslado al estudio con orquesta. Algo a lo que hizo caso omiso el director de Malas calles, quien decidió tirar adelante con el borrador recibido e incluirlo así en el montaje final, sin ningún depurado ni añadido orquestal. Desde entonces, Robertson obró con más cautela con el material que le enviaba.

Su vínculo permaneció irrompible a lo largo del tiempo. En Casino (1995) actuó como consultor musical, rol similar al que desempeñó en Shutter Island (2010). En Gangs of New York (2002), por el contrario, ocupó el cargo de productor musical ejecutivo, igual que en Infiltrados (2006), El lobo de Wall Street (2013), Silencio (2016) y El irlandés (2019), donde gestó el tema principal de la película y ese “I Heard You Paint Houses” con la contribución vocal de Van Morrisson y que formaría parte de Sinematic (2019), su sexto y último álbum en solitario.

Igual de inquieto, engrescado con la novedad, polivalente en sus dotes que su benefactor cinematográfico, Robbie Robertson también prestó servicios a otros cineastas: a Oliver Stone en Un domingo cualquiera (1999), también lo haría en películas como Jimmy Hollywood (1993) o Brigada 49 (2004). Aunque su rastro más permanente siguió en paralelo al cineasta italoamericano. Tanto que extraña que no fuera Scorsese quien dirigiese Once We Were Brothers (2019), el documental sobre The Band; puede que por un exceso de respeto.

Su despedida como dúo es la banda sonora de Los asesinos de la luna, un trabajo que, sabiendo los orígenes nativo-americanos de Robertson, y la exploración sonora de esa identidad a través de un álbum como Music For The Native Americans (1994), junto a la The Red Road Ensemble, se espera que su último aliento creativo contribuya a engrandecer la estela que ha dejado su existencia. La única pena es que él, que tanto tenía aún por aportar, ya no estará para saborear las mieles de un nuevo (y último) reconocimiento como músico y storyteller excepcional.

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