El italiano Pietro Marcello ha seducido a la crítica de medio mundo con Martin Eden, una nueva, o por lo menos personalísima, forma de cine político, que sería la versión napolitana de la homónima novela autobiográfica de Jack London (Alba Editorial), sobre un “hombre hecho a sí mismo” que, tras desoír la “llamada del socialismo”, acaba sumido en el más abyecto individualismo.
Una joya aplaudida en festivales como la Mostra de Venecia, donde el carismático Luca Marinelli —el típico guapo italiano, de belleza casi insultante— brindó con la Copa Volpi al Mejor Actor, o el Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde Martin Eden se llevó el Giraldillo de Oro a la Mejor Película. En el festival andaluz, que José Luis Cienfuegos comanda con guante de seda forjado en hierro, fue precisamente donde tuvimos oportunidad de hablar con el locuaz cineasta italiano. La película llega a los cines el 18 de diciembre, para disfrutarla en pantalla grande, como tiene que ser.
Lodos de ambición
Ahora que, gracias a Mank, se ha vuelto a poner de moda la figura de Upton Sinclair, el escritor socialista que noveló la vida del magnate Edward L. Doheny en aquel Petróleo que inspiró Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson, nos podríamos permitir trenzar la comparación. Al fin y al cabo, Martin Eden también es la historia de una vida, la de un hombre ambicioso que llega a lo más alto para acabar convertido en un personaje más bien desagradable.
El arco dramático es similar, y además London, como Sinclair, forma parte de esa nutrida camarilla de escritores estadounidenses que militaron en las filas del socialismo a principios del siglo XX. La diferencia es que el petróleo que encuentra Martin Eden es puramente literario: es el oro negro que fluye por sus venas de escritor en potencia y que, partiendo del analfabetismo, acaba convirtiendo en una exitosa realidad. London, además, no escribió, como Sinclair, sobre un magnate por el cual sentía una mal disimulada fascinación, sino que, de manera trágicamente profética, se estaba pintando a sí mismo.
Originalmente publicada en 1909, Martin Eden llegó cuando Jack London, escritor autodidacta que había sido vagabundo, marinero y buscador de oro, ya se había convertido en uno de los escritores más célebres y mejor pagados de todo el mundo, gracias a las florecientes revistas populares y a novelas como La llamada de lo salvaje (1903), su primer gran éxito, o Colmillo blanco (1909), que fue a parar a las bibliotecas de todos los chavales del planeta.
Ya que Marcello traslada la historia a su Nápoles natal, podríamos señalar, a título de curiosidad, que la novela que despertó la vocación literaria de London fue Signa, de la británica conocida como Ouida, que precisamente cuenta cómo un campesino italiano analfabeto acaba triunfando como cantante de ópera. Más adelante, cuando London ya era rico, famoso y propietario del rancho Glen Ellen, pasó a quejarse de los “ineficientes trabajadores italianos”, y empezó a tener dudas sobre su propia ideología socialista, que quizás le llevaron a una muerte prematura que nunca ha sido del todo aclarada. Falleció a los 40 años, en su rancho, de sobredosis de morfina.
El cine es un arte impuro.
Rodada en precioso celuloide de 16 mm, con interludios compuestos con material de archivo coloreado para la ocasión, y presidida por el imponente Luca Marinelli —protagonista, junto a la maravillosa Alba Rohrwacher, del clip de Battiato Le nostre anime (luego fichado por La vieja guardia, de Netflix)—, Martin Eden es una película de insoboranble belleza que incluso, por momentos, puede recordar a El jardín de los Finzi Contini (1970) —la obra maestra de Vittorio de Sica—, en la que también salía un joven humilde enamorado de una chica de buena familia. Aquel inolvidable Fabio Testi.
En resumen, que había mucho que hablar con este cineasta, autor de una docena de documentales, que ya había incurrido en la ficción con Bella e perduta (2015), película con un marcado tono de fábula que no es del todo ajeno a Martin Eden, cuyo realismo es un poco mágico, aunque quede mal decirlo, por las resonancias erróneas de esta asociación de ideas. En lugar de mitificar la historia del siglo XX, juega con ella para convertirla en una suerte de alegoría que también habla del presente, de una manera que se siente como particularmente punzante. Cine político, pero desde una perspectiva tan cinéfila como contemporánea. Es decir, que el mensaje no se carga la poesía. La poesía de lo real, de un Nápoles con todos los colores del más gozoso celuloide.
¿No se planteó en ningún momento rodar la película en Estados Unidos, donde transcurre la novela original?
No. Yo la rodé en Nápoles porque crecí ahí. No podría haberlo hecho en Estados Unidos porque no conozco la cultura. Y además, para mí Martin Eden es una historia universal. Es un arquetipo que está por todas partes. Si hubiese sido español, a lo mejor la hubiese hecho en Cádiz.
Podría decirse que es una película rota. Hay un antes y un después en Martin Eden.
Sí, para mí la imagen del velero se hunde es mi final. Lo hubiese dejado ahí. Pero tenía que contar lo que viene después, toda la decadencia del personaje, porque pensé que era mi responsabilidad ser fiel a la novela. Hay mucha gente que no le gusta la película a partir de ahí, como en su día ocurrió con la novela, porque no quieren aceptar que Martin pueda convertirse en alguien así. Estamos con él hasta que el velero se hunde. Luego se crea como un cortocircuito, y nos alejamos del personaje. He preferido hacer una película rota, dividida, incómoda, que una película que gustase.
¿Por qué era tan importante retratar su decadencia moral?
Martin Eden no escucha la sugerencia de su mentor de convertirse en socialista, y acaba siendo víctima de su individualismo. Para mí, el socialismo no es una doctrina política, es algo que está en la base de nuestra humanidad, y era importante que la película fuese una crítica al individualismo. La película empieza con Enrico Malatesta, que fue nuestro líder libertario de principios del siglo XX. Él respetaba al individuo, pero con socialismo. Sin socialismo, sólo hay barbarie.
La película es la historia de una vida, que recorre buena parte del siglo XX, pero tiene un punto alegórico y atemporal más cercano a un Lazzaro feliz (Alice Rohrwacher, 2018) que a un Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976), ¿no le parece?
Me siento bastante próximo de Alba y Alice Rohrwacher. Crecimos en un ambiente parecido, los dos somos de la misma región de Campania, y tuvimos a los mismos maestros. También nos une el amor por nuestro país, en el sentido de filiación, no de nación, porque yo soy libertario, internacionalista. Creo que compartimos una cierta manera de ver el cine, como una mezcla de militancia y poesía, como un arte que no se olvida de los demás. Tampoco se olvida de la belleza, pero es un cine que se pregunta a dónde vamos.
¿Y a dónde vamos?
No lo sé. Pero hace 80 años Europa estaba en llamas. Y ahora todo está sujeto a la economía. Con la excusa de la economía han vuelto a destrozar Europa. Hemos tenido el Brexit en Gran Bretaña, y en países como Italia o España volvemos a oír hablar de fascismo como si fuera algo normal. Italia y España se parecen en tanto que ninguno de los dos países ha hecho cuentas con su pasado fascista. Lo que hace falta es una visión más humanista, porque la economía prevalece sobre todo.
Antes mentaba a Bertolucci, ¿no le parece que, en los años 70, el cine comprometido tenía un impacto mucho más profundo en la sociedad?
Creo que Bertolucci hubiese sido de los que no les gusta la segunda parte de Martin Eden. En los años 70, hubo mucha ideología. Pero muchos militantes de entonces acabaron vendiendo su culo al capitalismo. Y, como siempre, eran sobre todo burgueses que podían permitirse mirar al mundo. A esas personas no les gusta Martin Eden porque se sienten reflejados. Nunca quisieron realmente hacer algo por los demás.
Pero las revoluciones siempre las han hecho los privilegiados, ¿no?
Sí, son los que han podido permitírselas. Reconozco que yo también tengo mis propios prejuicios, y eso tampoco es bueno. La cuestión es no estar divididos, hay que mezclarse. Pero eso, lamentablemente es algo que no pasa a menudo. Hay un refrán en Italia que dice algo así como El que tiene el estómago saciado no cree en el hambre.
¿Cree en una distinción entre alta y baja cultura?
No, la cultura está por todas partes. No son sólo los libros. Todo puede ser interpretado como cultura. También un plato de pasta tiene su historia. El artesano que sabía construir objetos que ya nadie sabe hacer. Eso también es cultura. Así entendía el arte Tolstoi. La cultura es algo que tiene que estar entre la gente.
https://www.youtube.com/watch?v=5Kia9b4X3GQ
Pero Martin Eden habla precisamente de un hombre humilde que se salva a sí mismo gracias a la literatura.
Sí, es una historia que nos enseña el valor de cultura. Martin Eden es alguien que consigue rescatarse a sí mismo a través de la literatura, dejando atrás su miseria económica y cultural. Pero acaba traicionando a su clase. Ese es el sentido de la película. Cuando alcanza el éxito, acaba perdiendo el contacto con la realidad. Es lo que ocurre hoy en día en el mundo del espectáculo, que es muy narcisista, individualista. Estamos todos muy separados, muy divididos. Los cineastas de hoy no se comunican entre ellos, sólo les preocupa conseguir el presupuesto de su próxima película. El cine es un arte impuro.
¿Por qué lo dice?
Yo quería ser pintor, pero acabé siendo cineasta. La pintura, la literatura, la escultura, todo eso es arte puro. Pero el cine es un arte impuro, porque inevitablemente acaba contaminado por la economía. La economía es quien dicta las películas que tenemos que ver. La visión libertaria siempre acababa comprometida. Aunque siempre hay excepciones, nosotros hemos querido hacer una película libertaria, y hemos acabado haciendo la película que queríamos hacer.
Personalmente, pienso que, de un tiempo a esta parte, el gran problema del cine es el público. El cine tiene un problema de público, que prefiere el mero entretenimiento.
Hemos crecido en un mundo de comodidades, y eso nos ha quitado todo empuje. Ya no hay necesidad de inventarse desde cero, como Martin Eden, o el chaval que tiene que irse de Siria y tratar de llegar a Noruega. Cuando no estábamos tan acomodados, había más deseos de evolucionar, de progresar. Hoy estamos todos lobotomizados.
¿Cree que Martin Eden es una película necesaria, que puede servir de algo, más allá de la burbuja cinéfila?
Sí, quiero llevarla a los colegios, porque tanto la novela como la película encajan muy bien en un momento de educación sentimental. A los jóvenes les gusta. Les gusta menos a quienes han traicionado sus ideales, a quien se siente cuestionado al verla.
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